Nuestros Espónsors

911, memorias de un futuro incierto (relato).

Discussion in 'Foro general Porsche' started by Carlosupercars, Oct 11, 2012.

  1. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Esto se anima y me gusta el rumbo de la historia.
     
  2. Carlosupercars

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    Capítulo 40


    Llegué al slum de Dharavi casi a las 6 de la tarde. Así que tuve tiempo de darle vueltas a la cabeza. Hubo momentos en los que el miedo se apoderó de mí, me preguntaba qué cojones estaba haciendo allí, a diez mil kilómetros de casa, en un deportivo que marcaba ya la reserva, y buscando una aguja en un pajar. ¿Por qué no me había quedado en Jaén, con los coches y la poca gente a la que apreciaba? Debí haberme olvidado de ella, como hice con todas las que la precedieron. Seguramente ya habría encontrado a otro; más listo, más guapo y menos calvo que yo. Con todo el dinero que tenía a mi disposición, podría haber mandado al mismísimo FBI para que la recogiera. Pero no, me encabezoné en que lo mejor sería acudir yo mismo a buscarla. Además, a partir de ese momento, podría tener comiendo de mi mano a la mujer que quisiera, sólo con sacar la tarjeta de crédito. Pero había algo, no sé si esos ojos, o esa fuerza que me devolvió a la vida el tiempo que compartimos en el hospital, que me hizo ir a por ella, contra viento y mareas (nunca mejor dicho).

    Lo parte más difícil no fue encontrar la enorme ciudad de chabolas salpicada por enormes esqueletos de hormigón sin terminar. Lo difícil fue desenvolverse dentro de ésta. No había números, ni calles con nombre, ni semáforos o cruces regulados. Sólo había pistas de tierra, que se iban estrechando cada vez más, según iba penetrando en aquel enjambre humano; en el que poco o nada quedaba ya de ese encanto mumbaikerí que había conocido. Sólo la miseria y el hambre asolaban el lugar. El GTR iba limando el camino con sus bajos, que soltaban unos quejidos dignos de la matanza de un cerdo. Patinaba en algunas calles, que colmadas de agua que el suelo no podía drenar, se habían convertido en verdaderas pistas de barro. Ni que decir tiene que el color del coche pronto desapareció, para convertirse en una capa heterogénea de arena mojada y materia orgánica en descomposición.

    Tuve que cerrar las ventanas porque el olor estuvo a punto de hacerme vomitar. Las puertas también estaba cerradas a cal y canto, por precaución, y en diez minutos de verdadera India, el deportivo comenzó a pasar desapercibido, gracias al intenso maquillaje al que fue sometido. Niños se bañaban en charcos con agua de color marrón, mientras a escasos metros de ellos, los adultos se bañaban en un canal de aguas fecales que compartían con todo tipo de animales y cochambre. Unas vías de tren partían en dos el lugar, y servían a la vez de mercado improvisado, que desmontaban cada vez que pasaba algún vagón colmado de pasajeros. Aquellas máquinas, al igual que el resto de la ciudad, parecían sacadas de los años 50 o 60. Yo me dirigía al Norte, y durante una hora más, avancé entre chabolas de chapa (algunas de ellas de dos y tres pisos) que se amontonaban una tras otra, dando cierta sensación de orden entre tanto caos. Si no fuera porque los desperdicios se tiraban al río en vez de a un contenedor o al alcantarillado; si no fuera porque los críos jugaban al balón entre cables de alta tensión enganchados directamente a la red pública; si no fuera por la podredumbre que inundaba la atmósfera; aquello parecería un vecindario más de cualquier capital de provincia. Lejos quedaba ya el supuesto Estado de Bienestar de mi país, lejos quedaban los índices de consumo, el IPC y la Prima de Riesgo, allí sólo importaba tener comida para sobrevivir un día más y padecer un día menos. Lo que esa misma mañana me pareció una excepción en el centro bursátil de Bombay, era la tónica general del lugar.

    Ese día, crecí como no me había dado tiempo a hacerlo en 30 años. Aquello no era un documental de la 2 ni una campaña de apadrinamiento de niños con la que calmar mi conciencia, no, aquello era real. Podía olerlo, podía sentirlo, podía ver mi vello erizándose cada vez que veía una sonrisa entre tanta miseria y decadencia. Y lo mejor de todo es que lo ordinario era eso, ver a la gente sonreír, ya fuera de forma espontánea, por alguna tontería, o entre dos chiquillos jugando. Mientras tanto, nosotros, en nuestro primer mundo, andábamos de arriba para abajo con cara de irritados porque nuestro smartphone se había quedado sin batería, nuestro equipo de fútbol había perdido, o simplemente, porque sólo sacábamos fuerza para sonreír en las fotos. Fuera como fuese, aquel lugar tenía una belleza que me hacía replantearme mis principios y mi forma de ver la vida. Pero no debía despistarme, mi objetivo estaba claro y había un enorme laberinto entre éste y yo, complicado de resolver.

    La Luna comenzaba a meterle prisa al Sol, y yo era incapaz de encontrar sus ojos entre la multitud. El Lacrimosa y su tecnología futurística quedaban ahora muy lejos, y esa pequeña hoja de ruta era mi única guía. Y según ésta, estaba bastante cerca ya del orfanato. Y de repente, tras un edificio bastante grande, que parecía una mezquita improvisada, lo encontré. Había un par de casas prefabricadas, y una especie de patio en la que unos cuantos niños jugaban al balón mientras que las niñas se entretenían jugando con un aro de cobre. Dejé el deportivo aparcado junto al edificio grande, de un color blanco un poco sucio. Nada más poner el pie en el suelo, éste se manchó de barro. El pavimento era incapaz de drenar más agua proveniente de unas cañerías rotas. Miré mi cara en el reflejo del cristal, y entre las ojeras, el pelo despeinado y la palidez de llevar todo el día sin comer, no era ni de lejos como quería que me viera ella. Pero siendo realistas, en aquel inmundo lugar, donde la gente se lavaba una vez a la semana metiendo la cabeza en barreño de agua turbia, yo era poco menos que un rey, incluso con ese aspecto.


    [​IMG]


    La buscaba entre los críos; confirmé que estaba en el lugar adecuado al ver el logotipo de la ONG en la puerta, pero de ella no había ni rastro. Me acerqué un poco más a aquel patio, comprobando, horrorizado, que la mayoría de los chiquillos tenía alguna malformación o discapacidad bastante grave. Pero se les veía bastante contentos, y todos se llevaban bien a pesar de sus diferencias. Me apoyé en la valla que limitaba el recinto, y comencé a mirar de aquí para allá, tratando de encontrarla por algún sitio. El olor seguía siendo inhumano, pero ellos parecían estar inmunizados a éste.

    Cuando llevaba allí un par de minutos, una niña de unos 6 o 7 años se acercó. Llevaba una muñeca en la mano izquierda, la derecha la tenía amputada. Tenía una cara preciosa, y una sonrisa, que aún lo era más. Apenas levantaba un metro del suelo, pero me hechizó desde el primer segundo. Pasó la muñeca (que estaba sucia y sin ropa) entre la verja de alambre, y me sonrió mientras me hacía un gesto para que la cogiera. Vi la oportunidad perfecta para preguntarle por ella, le dije: "¿Cristina?", y eso bastó para que rodeara la valla y abriera una puerta que había al final de la misma. Hizo una seña con su única mano para que me acercara. Yo fui con su muñeca en la mano, y me fijé en que no llevaba zapatos. Me dio la mano y me acompañó al interior del centro. El patio era de tierra, y tenía un montón de charcos. La niña pasaba por ellos incluso descalza, y yo no tenía más remedio que ir detrás de ella, a expensas de que mis zapatos y pantalones se tiñeran del color del albero y acabaran empapados.

    Subió un par de escalones que conducían al interior de una de las casas prefabricadas mientras yo seguía caminado de su mano. Su vestidito de color blanco delataba que no le cambiaban la ropa muy a menudo, estaba muy sucio y tenía muchos agujeros. Pero eso no parecía importarle, no perdió aquella maravillosa sonrisa en ningún momento, e iba peinándose el pelo continuamente; era bastante coqueta. En el interior, la cosa no mejoró. Había un montón de colchones en el suelo, que eran compartidos entre niños enfermos, sanos y algún bebé, que apenas superaba la quincena de vida. Aquello partiría el corazón a cualquiera, y lo peor es que sólo había una mujer allí dentro para cuidar a, como mínimo, 30 niños. Apenas entraba luz por un par de ventanas enanas, y a esas horas de la tarde, apenas se podía ver nada allí dentro. El olor a sudor, ropa sucia y alcohol de curar heridas era insoportable. La pequeña me soltó la mano y se acercó a la mujer, que tenía en brazos a uno de los bebes mientras hacía reír a otro niño que tenía el suero puesto y una pierna vendada. Comenzaron a hablar en un idioma que no entendía, desde luego, inglés no era. Tras unos segundo de conversación, la señora con el pelo recogido y vestido naranja me miró e hizo un gesto con la mano, señalando una puerta que había al final del pasillo de colchones. Yo le indiqué con la mano, poniendo el dedo en esa dirección, confirmando que era a la puerta a lo que se refería. Asintió con la cabeza, y no pude más que hacerle caso y acercarme.

    Cada paso que daba, mi corazón palpitaba más y más fuerte. Apenas acertaba a andar y, la triste escena que había a mi alrededor, desapareció, solo tenía ojos para esa puerta. El fuerte y desagradable olor se iba atenuando, llegando a convertirse en un mero recuerdo a medio metro de la puerta. Estaba entreabierta, y de su interior, brotaba un aroma muy agradable, algo que comenzaba a echar de menos en aquella ciudad. Fue el único momento de relax que le di a mi olfato en 12 horas. No sabía muy bien qué había al otro lado, la sala estaba oscura y apenas se veía nada. Empujé la puerta con cautela, muy despacio. Mis retinas parecían no querer entrar en razón, y lo que era peor, mis cuerdas vocales no acertaban a hablar.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=0zs1wOQpvlo"]"Latika's Theme" (Slumdog Millionaire Soundtrack - #8) - YouTube[/ame]


    Seis meses después, volvía a tenerla a unos centímetros de mí. Estaba de espaldas, llevaba unos vaqueros ajustados y una camiseta ancha, que dejaba entrever uno de sus hombros. Apenas podía reconocerla con semejante melena, de color castaño que, me encantaba. Pero esa dulzura con que trataba a la niña que tenía a su lado (que no tenía un sólo pelo en la cabeza), mientras le ayudaba a fregar los cacharros, me confirmó que era ella. "Cris...Cristina", fue todo cuanto pude decir. Mis cuerdas vocales, al igual que el resto de mi cuerpo, estaban anonadadas. La niña soltó un vaso que tenía entre las manos, y me miró por un instante. A continuación, tocó su brazo, y señaló con el dedo en mi dirección. Ésta se giró, y pude contemplar de nuevo aquellos ojos que me habían hecho dar la vuelta al mundo.

    "¿Qué haces aquí?" me dijo mientras que, en su mirada, no podía leer otra cosa que no fuera pánico y odio. No sabía si era por la luz o una sensación mía, pero no me gustaba nada esa forma de mirarme. "Lo siento, no podía esperar a que volvieras", dije mientras daba unos pasos hacia atrás; no sabía por qué, pero era consciente de que debía retroceder. Seguía embelesado por ese verde intenso, pero ella era mucho más fría de lo que recordaba. "No sé cómo has tenido la poca vergüenza de venir a por mí después de lo que hiciste, lo sé todo, por favor, vete", sus ojos comenzaron a quemar lágrimas, que morían en su boca. Cada una de ellas me dolía más que si me dieran una puñalada, no sabía queé le pasaba. Con mucha suavidad, puso su mano sobre mi pecho, y comenzó a empujarme hacia la puerta. Yo quería defenderme, pero no podía, el mero contacto físico con ella me cortó la respiración. Cuando llegó a la puerta, me cerró ésta en la cara, e igual que vino, desapareció tras ella. Sólo entonces pude recuperar la consciencia.

    Aporreé la puerta varias veces, mientras le suplicaba que por favor me dejara pasar y explicárselo todo. Sólo volví a escuchar su dulce voz para que me dijera: "No hay nada que explicar, eres un monstruo, no quiero volver a verte en la vida", algo que dijo entrecortada, pues se notaba que seguía llorando. La mujer que estaba con el bebé se levantó y fue hacia mí, no sin antes coger una barra de hierro que escondía detrás de la única cuna de la habitación. Yo, asustado, preferí rendirme y dar por perdida aquella batalla. Levanté las manos en gesto de paz, me di la vuelta, y fui hacia la puerta mientras que no podía evitar que se me cayera alguna lágrima. Ya en la puerta, me empezó a gritar en un lenguaje desconocido, mientras yo sólo tenía ojos para la ventana de la pared de aquel módulo, que correspondía con la especie de cocina donde estaba ella. Sentada en el último escalón, esperaba la niña de la melena que me acompañó al llegar, tratando de peinar a su muñeca.

    Se levantó al verme bajar, mientras yo seguía llorando desconsoladamente. Ella me dio la mano y me sonrió, traté de disimular, me limpié las lágrimas con el puño de la camisa, y le di la mía. Me acompañó hasta el coche, y una vez allí, intentó regalarme su muñeca. Por un momento, se me olvidó la razón por la que había llegado a Bombay, se me olvidó que me acababan de rechazar. Mi único problema era esa chiquilla, que aún sin tener zapatos ni ropa nueva, me estaba ofreciendo todo cuanto tenía. La observaba sonriendo con la muñeca en la mano, intentando que yo la cogiera. Mientras tanto, yo seguía sentado en el asiento de tres mil euros del GTR, forrado en cuero y completamente eléctrico. Traté de convencerla por todos los medios de que no tenía que dármela, pues era suya y era yo el que tenía una deuda con ella. Giraba la cabeza hacia la derecha, y veía aquel interior hipersofisticado, lleno de botoncitos y tonterías para que los niños grandes nos divirtiéramos. La giraba a la izquierda y la veía a ella, que apoyaba su mano en mi pierna, e insistía una y otra vez en que la cogiera. Mi vida había dejado de tener sentido, así que, decidí que lo mejor sería hacer un trueque que firmaría mi sentencia de muerte a las 7 y media de la tarde, en uno de los slums más grandes y peligrosos del mundo. Cogí su muñeca, pero quise que a cambio se quedara una cosa: saqué la llave de la ranura y se la puse en la palma de la mano. Luego, me bajé del coche, la cogí en brazos, y la senté en el asiento. Agarraba el volante mientras yo le enseñaba donde tenía el claxon. Se partía de risa, y no pude evitar reírme con ella.

    Cogí la muñeca, y me fui por donde mismo había venido. Veía a todos los niños de esa especie de orfanato apoyados en la verja, mirando hacia el coche mientras ella seguía pitando. Observaba los charcos del patio, los cuatro juguetes medio rotos que tenían y pensé que Godzilla les ayudaría a ser un poquito más felices, o al menos, a vivir un poco mejor, porque si algo tenían todos en común, era esa sonrisa de oreja a oreja. Sacó su pequeño brazo por encima del marco de la puerta y me dijo adiós, yo levanté mi mano con la muñeca en ésta, y me despedí del lugar, abandonando a mi compañero de viaje, y con éste, mis posibilidades de salir de allí.

    Comencé a andar y andar, por los mismo sitios por donde había venido. No podía creer que un viaje de varios días y mucho tiempo de preparación, hubiera perdido todo su sentido en 10 segundos de conversación. Sabía que no saldría de aquella; un occidental como yo, con treinta mil rupias en la cartera y sin tener ni idea del idioma local, era poco más que una golosina en la puerta de un colegio. Sólo me apetecía andar hasta que, o bien el cansancio o bien alguien, me matara. Daba igual el dinero que tuviera en el banco, daba igual mi colección de coches, daban igual los barcos y las mansiones en Italia, todo carecía de razón sin ella a mi lado para disfrutarlos. Vagué durante horas por la noche mumbaikarí, buscando mi fin en alguna calle oscura de Dharavi. El miedo inundaba mi cuerpo, pero poco o nada peligroso encontré en 8 horas de caminata. En ese lugar, lo más que había eran padres de familia que me miraban extrañados al verme pasar con esa ropa y, algún que otro tipo con pinta de ser peligroso, que lo único que hacían era mirarme con pena.

    Los gemelos se me cargaron, y tenía calambres continuamente. Las plantas de los pies me dolían de caminar entre los coches por el duro asfalto. Buscaba mi final, quería morir, pero ese momento no llegaba. Ni siquiera en una especie de barrio rojo que pasé me hicieron nada. Las prostitutas (la mayoría de ellas niñas que no llegarían a los 14 o 15 años) se abalanzaban sobre mí como sobre cualquier otro turista cincuentón, cliente medio de aquel lugar. Los proxenetas se reían de mis pintas y mi forma de andar, pero nadie me intentó robar o hacerme daño. Dejé mi instinto protector dentro del Nissan, pero no había manera de dejar ese mundo, o era la ciudad más segura del mundo, o el destino no quería que yo muriera esa noche. A eso de las cinco de la mañana, llegué a un puente que cruzaba una de las muchas vías de tren que atravesaban la ciudad. Me senté en el filo de la barandilla y miré hacia abajo: había unos 15 metros de caída, y si no me mataba al caer, lo haría el tren de las 5:15 con destino Bhiwandi. La gente de las chabolas que bordeaban éstas salieron a sus puertas, esperando verme caer desde lo más alto. Si la muerte no venía a por mí, iría yo a por ella. Me tomé unos minutos para hacerlo, tampoco tenía prisa. Recordaba los días en El Neveral, mi huída de Valencia, la noche que pasamos en el Passo dello Stellvio... eran demasiadas cosas. Observaba a aquella gente, a sus hijos, que seguramente no sabían lo que era un libro, y a los padres lavándose la cara en un barreño de agua congelada a esas horas de la madrugada.

    No podría hacerlo, no allí. Me daría vergüenza acabar con mi vida delante de ellos y sus problemas. No tenía de qué quejarme, no había justificación posible. Cualquier comparación sería odiosa. Me sequé las lágrimas y cogí las fuerzas suficientes para bajarme de la valla. Me fui de allí con la cabeza bajada, abochornado por mi rabieta de niño pequeño. No podía dejar que aquello pudiera conmigo, tenía demasiadas responsabilidades a mi cargo para acabar con todo, podía ayudar a mucha gente. Continué andando otras dos horas más, los zapatos estaban ya casi sin suela, y mi aspecto desaliñado cada vez pasaba más desapercibido entre la multitud de primera hora de la mañana.

    Volvía a cruzarme con aquellos pequeños taxis de tres rueda, con los eternos atascos y con ese olor a motor quemado que tanto odiaba. Pero más de 24 horas sin dormir, poco me preocupaban ya ese tipo de detalles. Cuando quise darme cuenta, estaba de nuevo en el puerto, rodeado de pescado podrido y gente gritando muy alto. Entre el bullicio, los barcos de madera, y las artes de pesca, se alzaba el Lacrimosa, y su increíble estructura de carbono y aluminio. No me apetecía irme, no aún. Veía un espigón que penetraba en el mar, y que se encontraba en total soledad. Quería terminar de ver el Sol salir desde allí.

    Arrastrando los pies, a un ritmo desacompasado, y como si del final de una maratón se tratará, llegué exhausto, completamente reventado. Me senté en el filo, y dejé a mi corazón descansar mientras mis pulmones recuperaban el aliento. Allí no llegaba el olor del puerto, del pescado o de la suciedad. Sin embargo, seguía oliendo mal. Acerqué la nariz a mis axilas y, efectivamente, esa vez era yo quien radiaba un torrente fétido y desagradable de puro hedor indio. Pero me daba igual, porque estaba sólo, no disfrutaba de la compañía de nadie que me recomendara una ducha. Me toqué el pecho, aún podía sentir su mano sobre éste. Había disfrutado de un gran barco, de una ciudad que aunque sucia y pobre, tenía su encanto y estaba llevando una dieta estricta a base de aire. Amanecía en Bombay, y el exdoctor Ávalos seguía como había estado toda su vida: sólo.



    Continuará...
     
  3. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Pues nada señores, nuevo capítulo. Espero que os guste, y cualquier fallo/error/sugerencia... lo de siempre. Un abrazo, y gracias por leer.
     
  4. Javier_bmw

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    No me puedo creer que Carlos se haya rendido tan pronto. No me esperaba esto de el.

    ¿Para cuando el proximo?
     
  5. BM3W

    BM3W Soloporschista

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  6. joschelito

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    Cuando he empezado a leer creía que este sería el último capítulo, que Cristina y Carlos volverían a estar juntos y que sería un final feliz, pero veo que estoy equivocado... ME GUSTA:[angel]
    Un capítulo especial Nochevieja toca, no? :[angel]
     
    Last edited by a moderator: Dec 30, 2012
  7. Carlosupercars

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    En Nochevieja estoy en el pueblo de mis abuelos y allí no hay internet jejeje, pero de Año Nuevo sí caerá, y antes queda otro, mañana o pasado a lo sumo los tendréis por aquí, que ahora he estado un par de días de viaje y no he escrito nada. Y para día de reyes seguramente tengáis ya el final ;)
     
  8. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    Final por que???? no tiooo ...vamos con las de cosas que pueden pasar en la India, lo que puede ser la enganchada a la directora del hospital, hay que solucionarle la vida a la viuda , a Paco, madre mía nano, pues no quedan cosas por contar en tres capítulos :D
     
  9. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Jajajajaj, tú no te preocupes que todo quedará bien arreglado, no se me olvidará nada. Tú y yo tenemos una pendiente, a ver si me dices de que quieras que vaya el artículo que ahora tengo tiempo de darle vueltas al coco y dejar algo bonito ;) Un abrazo, y gracias como siempre por leer...!
     
  10. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Me sorprende que después del viaje y de querer recuperar a Cristina, no haya luchado he intentado hacer algo mas, creo que nos preparan alguna sorpresa.

    Pero por Dios el final noooooooo
     
  11. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 41


    Observaba con atención el único pez que se distinguía en el agua turbia. Lo envidiaba; seguramente él no tendría problemas con sus complementarias femeninas. Era libre, además, con sus 5 segundos de memoria, no tendría problemas para olvidarse de sus desamores. Yo, mientras tanto, veía el Sol salir tras la silueta del puerto de Bombay, era más intenso que el del día anterior y parecía que aquella nebluna provocada por la contaminación estaba mucho más difuminada, siendo casi imperceptible para el ojo humano. Recogí un puñado de gravilla con mi mano derecha, y comencé a lanzar las pequeñas piedrecitas que la componían al mar. Maldecía mi suerte y mi forma de actuar. Comencé a recordar porqué no había hecho una locura semejante en 20 años de vida sentimental. El rechazo se había convertido ya en un estilo de vida, en una dura rutina que incidía directamente en mi ego, y sobre todo, en mi dignidad. Pero cada vez que miraba hacia atrás, y veía a aquellos pescadores sacando las cajas con la mercancía de los barcos, a los niños de 10 u 11 años ya trabajando, y a mujeres bastante mayores cargando en su cabeza y sobre su cuello pesados bultos con comida y ropa, mis problemas se empequeñecían, convirtiéndose en meras anécdotas al lado de su complicada realidad.

    Ya no me unía nada a esa ciudad, pero una parte de mí sabía que tenía que hacer algo si quería dormir tranquilo por las noches (otra cosa es que pudiera quitarme aquellos ojos de mi mente). Estaba hundido, realmente tocado, y aquella visión traumatizaba mis acomodadas retinas acostumbradas a la buena vida y los tonterías superficiales del primer mundo. Estábamos a la cabeza en economía, pero a la cola en valores. Comenzaba a sentir taquicardias; tantas cosas nuevas abrumaban a un cerebro cansado de no dormir, a un cuerpo rendido de caminar, y a un corazón podrido de latir. Cristina, niños viviendo en la calle, y familias enteras viviendo con un puñado de rupias al día, conformaban un cóctel mortal en mi "sesera", que pedía un tiempo muerto para no perder el Norte. Y no encontró mejor forma de hacerlo que ayudándose de las glándulas lagrimales, que comenzaron a fabricar aquel líquido transparente, compuesto casi en su totalidad por agua, que dejaba caer en forma de gotitas sobre el suelo, el mar, y el pelo ennegrecido de la muñeca.

    Incluso aquel pez parecía haber encontrado pareja: de la nada, salió otro semejante y ambos desaparecieron en las profundidades. Mis lágrimas seguían cayendo en el agua, demasiado calmada para estar chocando contra el espigón. Parecía que las olas y la marea no estaban muy animadas ese día. Pasé un buen rato con la mirada hacia abajo, con la mente en blanco y tratando de imaginar cómo hubiera sido todo si no me hubiera rechazado, o si hubiera tenido la valentía suficiente para esperar un poco más, para no darme la vuelta y rendirme a las primeras de cambio.

    Y entonces, la brisa que venía del puerto cambió de olor; ya no parecía tan repulsiva y nauseabunda. Por un momento, cerré los ojos y me vi otra vez en la habitación 911, cuando mi vida aún no tenía problemas y todas mis preocupaciones se limitaban a mimar mi GT3 y estar con ella. Cuando aún ganaba mi dinero por méritos propios y no por un golpe de suerte, cuando aún me conforma con soñar y no con vivir mis sueños. En cierta manera, todo es más bello en nuestros sueños que cuando estos se llevan a cabo. Soñaba con poseer un Enzo, pero no con que tuviera que morir uno de mis mejores amigos para ello, soñaba con escapar de aquel trabajo rutinario y sin apenas incentivos por los que dar lo mejor de mí, pero no con que el hospital ardiera, soñaba con volverla a ver, pero no con esos ojos de pánico y esa piel erizada...

    Saqué su foto del bolsillo, y la miré por última vez. Estaba dispuesto a deshacerme de todo lo que me recordara a ella, mientras un agradable olor se hacía cada vez más palpable en el ambiente. Quizá era la fragancia del olvido, o de un futuro más prometedor... Me saqué el anillo del dedo, que incluso tenía ya la marca del Sol de tanto tiempo que estuve sin quitármelo, y lo puse junto a la foto, en la mano derecha. Cerré el puño, y me dispuse a lanzarlos al agua, allí donde la naturaleza los degradaría y haría desaparecer junto a otro millón de historias sin final feliz. Alcé el brazo, y lo incliné hacia atrás, para tirarlos todo lo lejos que pudiera. Pero algo me agarró la mano... abrí los ojos, y allí estaba su reflejo. ¿Era real o sólo un nuevo indicio de mi locura transitoria? Volví a cerrarlos, e intenté nuevamente, sin éxito, tirarlos. La manga de mi camisa se había enganchado con algo, algo que no me dejaba moverme. Abrí de nuevo los ojos, y allí seguía su reflejo. Levanté la vista del agua, y miré a mi derecha: Cristina estaba sentada a mi lado.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=mcaVK0yUu5Y"]L'arnacoeur - Heart Breaker - Klaus Badelt - Love Theme - lake Svitiaz and Pisochne - Ukraine.mp4 - YouTube[/ame]


    Parecía un ángel recién caído del cielo, ya no tenía esos ojos de odio, sino aquella tierna mirada con la que la había conocido. "No lo tires, hombre. Yo todavía llevo el mío", dijo mientras me mostraba su mano, en la que llevaba aquel anillo de plata como único complemento (aparte de una pulsera hecha con cuatro hilos entrecruzados):


    - ¿Por qué has vuelto? - dije mientras seguía serio y sin mucha confianza en aquella mujer de la que me había enamorado.
    - Anoche hablé con mi madre, sólo diez minutos después de que te fueras -me sonrió, mientras sus ojos comenzaban a brillar - llevo toda la noche andando, ¿Sabes?
    - ¿Y qué te he dicho? - mi vista se volvía a fijar en el mar. No quería mirarle a los ojos, no todavía. Pero mi brazo se relajó, ya no quería lanzar nada. Su mano dejó de agarrarme fuertemente, y se convirtió en una leve caricia sobre la mía.
    - Me lo ha contado todo. Ahora sé que eres la víctima. No sé porqué creí todas esas cosa que dijeron de ti, al principio no te creía capaz de hacerlo, pero es que estaba todo en contra... - comenzó a entrecortarse su voz.
    - ¿Y por qué tengo que creerte? - seguía queriendo parecer frío y distante con ella, aunque me moría por abrazarla y besarla.
    - ¿Sabes que estuve a tu lado todo el tiempo que me dejaron? Dormía todas las noches en un sillón incomodísimo sólo por darte la mano. No te pedí nada en cuatro meses, ¿Te parece poco eso? - parecía cabreada, y una lágrima suya cayó sobre mi mano.


    Me limpié los ojos con el puño de la manga izquierda (la que me quedaba libre), y levanté la vista, sus palabras parecían sinceras, y no había cosa que me doliera más que verla así. La miré a los ojos, a esos malditos ojos de color verde que me habían hecho cometer no pocas locuras desde que los vi por primera vez:


    - ¿Sabes que el único momento que recuerdo de los seis meses que estuve en coma fue cuando tú te fuiste? ¿Sabes que no he tenido motivación más grande para vivir día a día que volver a verte? No me he dado un minuto de descanso aún, todo cuanto quería era encontrarte lo antes posible - jamás me había sincerado así con nadie, y menos con una mujer...


    Cristina no dijo nada, se quedo cayada y me retiró la mirada por un segundo. Fijo la vista en el frente, y volvió a mirarme. Se abalanzó sobre mí, creyendo que me iba a comer. Sin embargo, solo me dio un corto beso, que estaba esperando como agua de Mayo y que me hizo recordar a aquel último que me dio. Por un segundo, volvía a estar en Jaén, volvía a ser médico en El Neveral, volvía a percibir el olor de los pinos entrando por la ventana. A sus labios parecían no importarles que llevara 24 horas sin darme una ducha, ni que mi pelo estuviera hecho un desastre, ni que mis ojeras se estuvieran alcanzando el suelo. Los míos, sin embargo, no habían conocido cosa igual en su vida, y sólo querían volver a sentirlos. Casi involuntariamente, mis manos se fueron a su nuca y acercaron de nuevo su cara a la mía. Nuestras bocas estuvieron peleándose unos minutos más, y mi alma se separó del cuerpo y voló sobre Bombay con ella de la mano. Su respiración calmada y tranquila confrontaba con mi corazón, que palpitaba al borde del colapso.

    Respiré aliviado, al borde del éxtasis, cuando ella alejó de nuevo sus labios de los míos. "Dame el anillo, corre", dijo. Se lo di sin rechistar, y lo puso junto al suyo, que también se lo había quitado. Puso a ambos en la palma de su mano, y la cerró. Cuando quise darme cuenta, ya había levantado el brazo y las dos pequeñas circunferencias plateadas estaban volando, describiendo una trayectoria parabólica que terminaría en el fondo del mar. "¿Qué haces?" le pregunté. "Estos anillos no eran para nosotros, ya encontraremos los nuestros. Sólo eran algo temporal, para que no me olvidaras... cariño", asentí con la cabeza, y le di la razón sin comprenderla muy bien. Se levantó y me extendió la mano para ayudarme también a mí a incorporarme. Puse mi mano sobre su hombro y comenzamos a andar en dirección a la lonja, de la cual ya no salía ningún olor. O al menos, yo no podía percibirlo con aquel aroma embaucador que tenía a centímetros de mí:


    - ¿Es verdad que has donado un GTR al orfanato? - me preguntó.
    - Eso parece... ¿Crees que sacarán provecho de él?
    - Yo creo que sí, de momento yo ya me he dado una vuelta en él. Aunque Dharavi quizá no sea el mejor circuito de pruebas... -dijo mientras sonreía- ¿De dónde lo has sacado? ¿Lo has cambiado por el 911? ¿Cómo lo has traído hasta aquí? ¿Por qué no has venido en avión como las personas normales? ¿Estás loco? - ahí empezó a partirse de risa, aquel bombardeo de preguntas me llevaría su tiempo...
    - Buff... el 911 hace tiempo que pasó a mejor vida - dije mientras un nudo se formaba en mi garganta.
    - ¿Cómo? Explícate mejor, anda...
    - Es una larga historia, te lo contaré todo en el viaje de vuelta.
    - ¿Cómo que en el viaje de vuelta? Yo me quedo aquí - su semblante se puso muy serio, la sonrisa se le borró al instante.
    - Pe... pero ¿Cómo que te quedas aquí? - aquello me estaba costando la salud.
    - Carlos, mucha gente depende de mí ahora. No puedo abandonarlos, no tienen a nadie, ¿Lo entiendes?
    - Tienen el GTR, con él podrán pagar muchas cosas, ¿Sabes?. Además, yo también quiero ayudarles, no se van a quedar así.
    - ¿Y cómo pretendes ayudarlos? ¿Desde Jaén? ¿Te crees que eso de apadrinar un niño es verdad? Con eso no se hace nada, hazme caso.
    - No me refiero a eso, Cristina, hay muchas cosas que no sabes. Ahora tengo bastante más dinero, podremos venir cada vez que queramos, ayudaremos a un montón de gente...
    - ¿Sí? ¿Y de dónde has sacado tanto dinero, si se puede saber? - dijo con un tono bastante repipi y repelente.
    - De Giorgio. No es, bueno, no era quien nos contó... ¿Sabes? - sus ojos se abrieron como platos.
    - ¿Cómo que era? ¿Giorgio ha...? - aquellos ojos verdes volvieron a brillar, y a mí, ese puerto mal oliente, rodeado de pescado podrido y suciedad, me parecía el lugar menos indicado para hablar del tema.
    - Sí, ha muerto. Mira, vamos al barco y lo hablamos allí, anda.
    - ¿Quieres que cojamos el ferry de las 8? Está bien, como quieras...
    - ¿Qué ferry? Anda, tú sólo sígueme.


    Caminamos por aquel espigón hasta llegar a la zona de las barcas de madera. Cristina se tuvo que tapar la nariz ante el olor que desprendían las cajas que sacaban de las mismas. Continuó andando recto, pero yo la agarré de la mano y le hice caminar por el mismo muelle que el día anterior vio pasar a Godzilla. "¿Qué? ¿Te gusta nuestro ferry?" le dije mientras abría la boca en señal de sorpresa. La verdad que aquel armazón oscuro imponía. Incluso a mí, que llevaba ya varios días conviviendo con la bestia, me impresionaba. No quería pensar lo que una profesional del diseño como ella sentía al verlo por primera vez:


    - ¿Y esto? - preguntó.
    - Ya te dije que Giorgio no era quien nos contó. Bienvenida a bordo - como si del mando a distancia de un coche se tratara, pulsé el botón de la llave y la pasarela del Lacrimosa se posó sobre el muelle.


    Dentro, aquel inmundo hedor era inapreciable, sólo el olor de los materiales nobles inundaban aquella sala. Sus ojos seguían iluminándolo todo, me daban alas y me tranquilizaban. Volvía a tener la sensación de que todo estaba en orden, en su sitio, como no lo había estado en años. El mundo se paró cuando la vi apoyando su melena castaña en aquel sofá blanco e impoluto. Se quitó la chaqueta de cuero marrón y dijo: "Bueno, ¿Qué? ¿Me vas a contar las novedades o me creo que te ha tocado la lotería?". Me senté a su lado y puse la televisión, en la que las noticias de la creciente tensión en Bombay no presagiaban nada bueno. Estuvimos como dos horas hablando, le narré toda lo que me había pasado desde que desperté en Valencia hasta que vine a buscarla. Pero esa última parte no la escuchó, al igual que yo, estaba rendida, y se quedó completamente dormida. Su respiración rítmica y aquel leve aliento chocando contra mi hombro hicieron que yo también me quedara frito. Apoyé mi cabeza sobre la suya, cerré los ojos, y nos quedamos así durante horas.

    El rayos de Sol atravesando el techo de metacrilato me despertaron. Calentaban mi cara y cegaban mis ojos; cuando abrí éstos, noté que algo estaba diferente. No percibía aquella presión en mi hombro, no estaba conmigo. Me levanté asustado, miré mi reloj y eran las 4 de la tarde. Me había echado una manta por encima, y me había dejado una nota sobre la pequeña mesa que había enfrente del sofá: "Carlos, he ido a arreglar unas cosillas, te veo enseguida. Te quiero". No sabía cómo tomármelo, pero bueno, al menos me había dejado una "prueba de vida". Salí a la cubierta de teca, y para mi alivio, ella estaba ahí mismo, en la lonja, hablando con la mujer que vi el día anterior en el orfanato. Bajé inmediatamente y fui a su encuentro, por si querían subir a tomar algo o necesitaban cualquier cosa. Cuando llegué a su altura, me encontré con que, junta a la señora, estaba aquella niña a la que le faltaba una mano pero le sobraba sonrisa para embaucarme. Cuando la vi me dio una gran alegría, y a ella, al parecer, también. Vino hacia mí y me enseñó las llaves del GTR, que se habían convertido en su nuevo juguete. Para mi sorpresa, no sólo había traído las llaves, sino que éste estaba aparcado junto a un puesto de comida a escasos metros. Me acerqué a las chicas y traté de descubrir sobre qué estaban hablando. A Cristina se le entendía bastante bien (no tenía el nivel de un nativo pero algo de inglés sabía), pero a aquella mujer no había forma de entenderle:


    - Dice que no quiere el coche - me dijo Cristina.
    - Pero, si eso ya lo sabía yo. Que lo venda y que saque algo de dinero para el orfanato... por cierto, ¿Quién es?
    - Es Chadna, fue ella la que fundó el refugio, conoce Bombay como nadie -la mujer me hizo un gesto con la mano - ¡Ah! Y te pide disculpas por lo de anoche.
    - Dile que no se preocupe, y que quiero que se quede con él. Dile también que tendrá todo el dinero que necesite - junto a aquella niñita, le habría dado toda "mi fortuna" si me lo hubiera pedido.
    - Carlos, le da miedo. Que aquí están acostumbrados a los Tata y a los rickshaw. Esta ciudad no está pensada para un deportivo de 550 caballos. Nadie en su sano juicio, ya sea pobre o rico compraría esto, y en caso de que lo hicieran, no pagarían mucho por él. Sería perder dinero.
    - ¡Qué el dinero no es un pro...! Bueno, mira, está bien. Nos lo quedamos, pero estas dos no se pueden quedar así - en realidad, me sentó muy bien que no se lo quedaran, estaba enamorado de ese coche y, en el caso de que lo hubieran hecho, me habría comprado otro; exactamente igual al ser posible -. Pero... una cosa, ¿Cómo lo han traído hasta aquí?
    - Mmmm... va a ser que ellas no han traído nada. He ido yo a por él jeje.
    - ¿Y cómo lo has hecho? ¡Pero si me pegué medio día sólo para ir ayer...!
    - Es que... hay que saber moverse, doctor Ávalos - me guiñó un ojo.


    La niña me volvió a dar la mano mientras me sonreía. "Se llama Leena", me dijo Cristina. "¡Ah! ¿Sí? Pues ven conmigo, Leena...". Cuando entró al Lacrimosa casi le da algo, estaba entusiasmada. Comenzó a tocarlo todo, cualquier cosa, por insignificante que pareciera, le llamaba la atención. Cuando quise darme cuenta, había desaparecido de mi vista. Supuse que había ido al piso de abajo, a seguir explorando cada rincón de la embarcación. Yo me senté en el sillón del patrón, y apoyé los brazos en el cuadro de mandos, fijando mi vista en el frente. A través del cristal, la observaba hablando con aquella señora, bueno, más bien consolándola. Parecía muy triste por la ida de Cristina. Pero yo no tenía ojos más que para ella: esa dulzura con la que trataba a la gente fue lo que me volvía loco (además de sus ya más que conocidos ojos). Pasé minutos allí, simplemente mirándola. Una sonrisilla estúpida se me dibujó en la cara, si me hubiera visto años atrás, hubiera dicho de mí mismo que era un personaje patético. El caso es que, allí estaba, y ya no había vuelta atrás. Me sentía extraño sin ese anillo en la mano, aunque, al fin y al cabo, ya no me hacía falta, pues el tiempo de vivir de su recuerdo había llegado a su fin. Escuché ruido de la planta baja y, unos segundos más tarde, apareció Leena por aquellas estrechas escaleras: "¿Qué? ¿Ya le has hecho la revisión al barco?". Ella se reía a carcajadas, sin haber entendido una sola palabra de lo que le había dicho. "¿Qué llevas ahí?", le dije mientras observaba algo que había cogido y que ya había convertido en su nuevo juguete. ¡Era una piedra! ¿De dónde coño había salido? Era raro, muy raro, pero tampoco me preocupó demasiado, de hecho, lo que más me importaba es que no se hiciera daño con ella. Así que, cogí la muñeca que ella mismo me regaló el día de antes (y que dejé en el sofá antes de amodorrarme en éste), y le hice un gesto, en señal de que quería cambiársela. Como era de esperar, aceptó encantada y bajó al muelle encantada de la vida. Yo dejé la piedra sobre la mesa y fui tras ella. Ambos caminamos por el muelle hasta donde estaban ellas. La luz del Sol era cada vez más anaranjada, señal de que ya no le quedaba mucho tiempo.

    La mujer del pañuelo azul (Chadna), me entregó las llaves del GTR y agarró a Leena del hombro con suma delicadeza. Cristina se acercó a mí y me dio un corto beso que me supo a gloria. Buff... sólo esperaba que no hiciera aquello muy a menudo, perdí la concentración ganada durante horas en milésimas de segundo. Cada vez que sentía sus labios era como si el mundo se parase y desapareciera; y quedaran sólo ellos y el centímetro de piel con la que éstos rozaban. Luego, cuando los volvía a retirar, me enrojecía y sentía aquella vergüenza picantona que no recordaba desde los 15 años, cuando alguna me dedicaba una despedida "especial" a la salida del instituto. Puso sus brazos sobre mi espalda, y apoyó su cabeza en mi hombro. Como si de un dejà vu se tratara, aquello me recordó a aquella tarde con Giorgio, Paco, el GTI y el Porsche, cuando esperábamos sentados sobre aquel banco a que llegaran éstos. Chadna comenzó a buscar unas rupias en algún rincón de ese enorme pañuelo, pero nada de nada. Parecía preocupada; seguramente, les tocaría volver a pie, al menos que nosotros hiciéramos algo. Cristina me dio con el codo, como diciendo: "Afloja la pasta, ¿No?". Ese gesto no me hizo mucha gracias, pues parecía que me estaba forzando a hacerlo, cuando realmente, estaba encantado de ayudarles. Así que, ni corto ni perezoso, saqué esas 30 mil rupias (bueno, casi) que no había gastado, y se las di. La mujer, aunque estuviera lejos de las costumbres indias, comenzó a comerme a besos y me dio un fuerte abrazo, mientras yo, literalmente, me descojonaba. Las vimos irse en uno de aquellos pequeños taxis de tres ruedas y con cilindrada de ciclomotor. Leena me dedicó una sonrisa desde éste. Me prometí a mí mismo que volvería a encontrarme con esos ojos y esa sonrisa, y cuanto antes, mejor.

    Desapareció entre el barullo. Cuando, ya ni siquiera se podía distinguir aquel agudo sonido de su único pistón, balanceándose arriba y abajo por el cilindro, montamos en el GTR. Con no menos complicaciones de las que tuve al sacarlo, conseguí aparcarlo en aquellos escasos 10 metros cuadrados que el diseño de Giorgio había reservado para la automoción. Bajamos a tierra por última vez, y paseamos por Bombay. A pesar del olor, a pesar de la miseria y las diferencias, a pesar del choque de culturas, esa ciudad tenía algo que no te dejaba marchar tan fácilmente. En el mercado de la parte trasera de la lonja, el pescado de última hora del día se mezclaba con el fuerte olor del curry y otro millar de especias de fuertes aromas. Pero la noche se acercaba, y el mero recuerdo de yo sentado en la barandilla de aquel puente, me hacía estremecer. Así que, supe que era el momento de elevar anclas y zarpar rumbo, por fin, a casa. Caminamos sobre aquellos trozos de madera podrida y descompuesta, y nos despedimos de Mumbai haciendo entrada en nuestra particular burbuja tecnológicamente avanzada a su tiempo, que un italiano construyó para que la disfrutáramos nosotros. Mi corazón volvía a latir, y sabía que era de amor y no de soledad.

    Cristina se fue directa a la ducha, tras invertir unos segundo en sacar su pequeña maleta del coche. Yo me dediqué a arrancar los motores y programar el piloto automático para volver a Livorno. Un pequeño detalle me tuvo pensativo por unos segundos: la piedra de la mesa había desaparecido. Pero no quise darle mayor importancia, seguramente la cogió mi nueva compañera de viaje antes de entrar en el baño. Escuchaba crujir las tablas de las barcas que rodeaban el Lacrimosa. Las presionaba las una contra las otras con su poderoso casco, ante las miradas indiscretas y preocupadas de los locales. Tras "desaparcar" semejante monstruo, y dejar empapados a los presentes con el agua que escupía por sus enormes turbinas, encaré aquel estrecho canal a un ritmo un poco elevado, rozando lo peligroso. Cuando quise darme cuenta, estaba de nuevo con mi precioso coupé acuático esquivando a los enormes cargueros y petroleros que se amontonaban a la entrada del puerto grande de Bombay. Miré con cierta tristeza la ciudad que ya sólo se intuía entre los navíos de bandera japonesa, sudafricana o singapurense. Salí a la cubierta, y me senté sobre el suelo de teca, con los pies cruzados y las gafas de Sol puestas. Observaba el potente torrente de agua que levantaba el yate a su paso, y la Luna salir entre las montañas situadas al Este de la ciudad. Cristina corrió la puerta de acceso y me dio una colleja: "Anda que me avisas para ver la India por última vez...". ¿Qué pretendía, que esperara la casi una hora que se pegó allí dentro? En fin... (mujeres).

    [​IMG]

    Ya en mar abierto, y con las estrellas en todo su esplendor, llegó el momento de disfrutar, por fin, del momento. Moët&Chandon y unas velas fue todo lo que pensé que haría falta. Pero me llevé la nariz a los sobacos y... efectivamente, necesitaba algo más. Una ducha no me vendría para nada mal, el olor de la urbe había hecho que me despreocupara de mi higiene personal. Pero ya con el único perfume del agua marina y de mi chica, yo cantaba a kilómetros. Nada que no solucionaran cinco minutitos bajo un grifo y algo de jabón. Me sequé frente el espejo y... sí, la verdad es que había perdido mucho esos últimos meses. Ni poniéndome erguido y apretando los músculos conseguía verme un poquito atractivo. Pero... ¿Qué importaba aquello a esas alturas? Abrí la puerta del baño, dispuesto a comerme el mundo y...

    Todo estaba a oscuras. Cristina no aparecía por ningún sitio. Subí al salón, esperando encontrarla allí pero... nada de nada, ni rastro. Sin embargo, sobre aquella mesa, descansaba algo que hizo que mi corazón latiera muy fuerte, y no de amor precisamente. "¡Cristina, Cristina!", no me contestó. Un montón de folios con números, fotos y el símbolo de una empresa que me resultaba preocupantemente conocida, se amontonaban bajo la piedra a la cual había perdido la pista un par de horas antes. Peret comenzó a resonar en los altavoces del Lacrimosa. El "no estaba muerto, estaba de parranda" desgarraba mis tímpanos a la vez que los motores a reacción comenzaron a rugir más y más salvajemente. En la más plena oscuridad, y con ayuda del foco natural de la Luna, cogí la piedra y fui capaz de leer algo que había escrito en ésta con tinta indeleble: "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Juan 8:1-7". Debajo de la misma, una foto de Giorgio estrechando la mano a otro señor que no conocía de nada. ¿Giorgio? ¿Qué pintaba Giorgio en todo eso? Oh Dios, aquel olor, joder, aquel maldito olor volvía a penetrar en mi tracto respiratorio.


    Continuará...

    http://911memoriasdeunfuturoincierto.wordpress.com/
     
    Last edited: Jan 3, 2013
  12. Carlosupercars

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    Pues nada compañeros, aquí os dejo el último capítulo del año, espero que tengáis buena entrada de año y que os vaya bien esta nochevieja (a ver si hay suerte y nos dejan un 911 a alguno debajo del árbol jejeje).
    Espero que os guste, y cualquier error/queja que tengáis, como siempre, por aquí estaré. Un abrazo.
     
  13. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Felicidades por el capitulo, esto esta mejor, no se podía romper la historia así, irse sin mas.

    Muy grande y maravillosa la historia, pero no quiero que acabe.

    Feliz año y os deseo a todos mucha salud.
     
  14. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    XD esto sera un SINVIVI :D hasta el año que VIENE!! :bandera blanca:
    MUY INTRIGANTE :[applause] esperamos el NUEVO CAPITULO :[yahoo]:Thumb:
    FELIZ 2013 :[angel]:Thumb:
     
  15. Damocles

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    Vaya creo que nos queda poca historia con Carlos :'( menos mal que el señor Avalos ... el de verdad no el doctor seguro que tiene algo en mente para la segunda novela :D
     
  16. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 42



    Sólo un fino hilo de luz artificial, procedente de la lámpara del baño, iluminaba el salón. Apenas se intuía, con la puerta de éste entreabierta, al final de las escaleras. Cogí aquel taco de folios esparcidos de mala manera sobre la mesa, pero estratégicamente ordenados. Cuando vi de qué trataban, casi me da un ictus. El pánico se apoderó de mi al recordar de qué me sonaba aquel logotipo... volvía a ver a aquel orangután bajando cajas de su Citroën Berlingo mientras mi jefa le metía prisa. La piel me ardía, los fantasmas del pasado incidían nuevamente en mi maltrecha psique y me trasladaban, de nuevo, a aquel sótano repleto de órganos humanos y botes con alcohol. Casi podía oler el fuego, el sudor evaporándose de mi piel y el frío de Octubre entrando por la ventana. "¡Cristina, Cristina!" gritaba en mitad de un silencio sólo roto por el sonido del motor planeando a 140 millas por hora. Como única respuesta obtuve mi eco chocando contra las paredes del Lacrimosa. Tragué saliva al ver nuevamente aquella palabra en el primer folio: "Amatoxina". Eran hojas de cuentas, con el sello de la archiconocida farmacéutica; cantidades industriales de aquel producto se habían estado vendiendo al hospital por no menos de veinte años.

    Más de una incógnita me fue resuelta aquella noche, aunque preferiría haber muerto con la duda... Las cifras que se manejaban eran millonarias. El producto recién producido en Italia, era traído al hospital, sin intermediarios. Folios, folios y más folios con fechas y cuentas dispares. Entre un pedido y otro, había una semana de diferencia. Llegaban los Sábados a Barcelona y para ese mismo Domingo las bolsas ya estaban en Jaén. Habría unas 50 páginas grapadas con contenido similar, desde 1990 hasta unos 6 meses atrás. Pero lo peor estaba por llegar: tras éste taco de hojas, había unos cuantos recortes de periódico, y un par de fotos. El primero de todos tenía un titular que rezaba: "La farmacéutica Balern obtiene beneficios históricos en su segundo año con Giorgio Fallaci al frente". Me negaba a creer que ambos sucesos estuvieran relacionados, miré a pie de página y: "El País, 17 de Febrero de 1992". Observé lo que me rodeaba; aquellas paredes, aquellos muebles, aquellos cuadros, todo parecía estar manchado con la sangre de las cientos, quizá miles de víctimas de la señora Martínez y sus atroces experimentos. ¿Sabía Giorgio algo de todo aquello? ¿Conocía a qué se destinaba la Amatoxina? Un escalofrío recorrió mi cuerpo, subió desde los tobillos, recorriendo toda mi espalda hasta alcanzar la cabeza. Estaba aterrorizado, como lo estuvo medio año atrás, pero con una sensación algo diferente. Estaba aún más sólo, no tenía a Paco y sus callosas manos para sofocar un fuego inexistente. Aquel desagradable olor se hacía más y más intenso; no pude evitar vomitar sobre la alfombra del suelo, noté la humedad de éste calando mis zapatos. Algo me decía que no estaba sólo, aunque en ese momento, lo hubiera deseado. Allí había alguien más:

    - ¡Cristina! ¿Dónde estás? Ven, por favor - aquella vez, el sonido parecía diferente. Chocaba con algo que le impedía expandirse con naturalidad, y no sabía muy bien qué era -.
    - Cristina se ha ido... - una voz metálica, deshumanizada, casi robótica, surgió del piso de abajo, más allá de las escaleras. Tras ésta, una respiración profunda y sofocada la continuó durante unos segundos, tiempo que yo estuve callado, casi petrificado, como en shock.

    Mis oídos comenzaron a retumbar al ritmo de mi corazón, como si estuviera subiendo un puerto de primera categoría en bicicleta. Mi aliento se convertía en vaho al salir a través de unos labios que, se habían congelado y agrietado en un instante. Mis manos temblaban, y con nerviosismo, comencé a pasar los recortes de periódico, intentando encontrar algún indicio más que confirmara mis temores. Y en ese momento, bajo todo ese montón de papeles, y un par de sobres que no llegué a abrir, estaban ellos: un rejuvenecido Giorgio y la directora (que estaba prácticamente irreconocible), posaban en una foto, tras un par de arroces con bogavante, con el Parador Nacional de Santa Catalina de fondo. "Tú no Giorgio... tú no...", pensaba para mí mismo:


    - ¿Dónde está? ¿Qué le has hecho, hija de puta? - percibía ese fétido aliento a centímetros, sin saber muy bien dónde estaba.
    - Buff, a esta velocidad... yo creo que estará a unos 30 kilómetros en dirección contraria a la que vamos. Dicen que el Océano Indico es muy frío cuando cae la noche... ¿Sabes? - comenzó a hacer unos ruidos extraños, secos y tajantemente maquiavélicos. Supuse que se estaba riendo.


    La historia se repetía, era el cuento de nunca acabar. No me quedaban lágrimas para expresar lo que sentí al oír esas erráticas palabras. La adrenalina se igualó al nivel de mi rabia y apreté los puños como si ya tuviera su cuello entre mis manos. "Te juro que te...", no me dio tiempo a acabar la frase, sentí un pinchazo en el cuello que me hizo adormecerme al instante. Los párpados me pesaban toneladas, al igual que el resto del cuerpo. Al cerrar los ojos, tras caer al suelo en seco, mi mente sólo tenía fuerzas para imaginarse a Cristina en el agua, con la oscuridad como única compañía y rindiéndose tras ver desaparecer el barco en la inmensidad del océano. Desesperación y angustia fue todo lo que sentí mientras permanecía paralizado en el suelo. Un fuerte dolor comenzó a focalizarse en mi espalda, los riñones me estaban achicharrando, y entre quejidos mudos y aspavientos psicomotrices, mi mente se preparaba para lo peor. No pude aguantar más, perdí el conocimiento, aunque, ni siquiera así pude quitarme es olor de encima.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=J6igZwUsagQ"]John Murphy - Mercury (Sunshine Soundtrack) - YouTube[/ame]


    Abrí los ojos, no había nadie más allí. Todo estaba blanco, o estaba muerto, o soñando. Había mucha luz... era una sensación extraña, pero conocida, eso ya lo había vivido antes. En cierto sentido, cualquier cosa era mejor que aquel dolor, y aquella sensación de no tener control sobre tu cuerpo. Pero ni siquiera allí podía estar tranquilo... ¿Qué habría sido de ella? Sólo esperaba que no hubiera sufrido mucho, y que el Índico ni siquiera hubiera tenido la oportunidad de rozar sus ojos con su salina composición. La vista se aclaró un poco, fui capaz de enfocarla y distinguir mis dos manos frente a ésta. Las abrí, las volví a cerrar y les di la vuelta, parecían tan reales... Bajé la cabeza, y ahí estaban ese par de zapatillas con los que me gustaba conducir. Estaba sentado, sobre un banco, abandonado en mitad de una inmensidad de color blanco que fundía el horizonte con el cielo en los cuatro puntos cardinales. Con la mirada aún fija en el suelo, miré a mi derecha. Había otros zapatos a mi lado, rojos y de tacón para ser exactos, que le daban un toque de color a aquel lugar tan frío. Seguí subiendo y... sí, llevaba aquellos vaqueros ajustados que tanto me gustaban. A la altura de mis manos, tenía puesta ella las suyas, escondiendo algo en éstas. "¿Tú gustan, Carlos?", dijo mientras abría un pequeño estuche de color gris. "Sí, son muy bonitos... tienes muy buen gusto", le contesté. "En realidad no los he comprado yo, llevo seis...", no la dejé seguir hablando, sabía lo que me iba a decir. En realidad, no le dije nada, deseé que parara, y así lo hizo. Alcé los ojos y vi los suyos a 20 centímetros; los míos a su lado se quedaban en nada. Tenían el brillo del primer día. "Espera un segundo, por favor", sin darme cuenta, el olor a carne quemada y descompuesta había desaparecido, solo el agradable perfume de su pelo inundaba el ambiente. Me levanté y, de la nada, apareció una ventana, que también me traía muchos recuerdos. Me asomé a ella y... allí estaba él, con sus 380 machacantes esperando a ser cabalgados y aquel color rojo chillón que tan bien le sentaba a las llantas (por raro que pareciera). Junto al caballero de Sttutgart, estaba Paco, como siempre, pasando la cortacésped por el jardín, salpicando con los restos que expulsaba al X3 de la directora. Me sonrió y, tras un par de segundos, metí la cabeza a la habitación con una sonrisa maliciosa dibujada en el rostro... eso sí que era vida. ¿Habría sido todo producto de mi imaginación? En la 911, bueno, en la 711, no había nadie, sólo ella.

    Para ser un sueño, se me había hecho muy largo. Pero bueno, ya había despertado. Por fin había llegado el momento de ir a mi despacho, coger las llaves de mi GT3, e irnos juntos a casa a disfrutar de una barbacoa sin más complicaciones que una cerveza y la luz de las estrellas. "Entonces... ¿Tú crees que le gustarán?" me dijo cuando ya estaba a punto de salir por la puerta. Quería evitar mirarla a los ojos, sabía que no me pertenecía, que esa mujer era de otro y que todo había sido el resultado de un cúmulo de trabajo, estrés y cansancio acumulado. Miré mi reloj, aún estábamos a Octubre de ese mal año para los más supersticiosos. No tuve más remedio que girar el cuello, e interceptar nuevamente aquel verde con el que había estado soñando. Me acerqué, la agarré de la mano (sentía cada grieta de sus huellas dactilares, aquello era real, y mucho) y le dije: "Escucha Cristina, te diga lo que te diga, no le hagas caso. Porque con pelo o sin él estás preciosa, además, sólo un gilipollas no querría casarte contigo". Le di un beso en la frente y me fui antes de que aquel aroma me obligara a declararme. Volvía a ser aquel cobarde que encontraba en su miedo y soledad un refugio en el que ser feliz. Una lágrima quiso escaparse de mi ojo izquierdo, pero mi varonil y patético instinto preermitaño hizo que se esfumara de mi rostro con un simple gesto de mi mano.

    ¡Mierda! Otra vez se había enganchado algo en la manga de mi camisa, que me impedía salir. Me di la vuelta para liberarme, mientras soltaba un leve quejido con la boca. Para mi sorpresa, no me había quedado trabado con el pomo de la puerta; era ella y su escaso metro setenta los que me estaban agarrando. "A ver... ¿Qué quieres ahora", le dije mientras trataba de hacerme el duro por última vez, antes de perderla de vista, quizá para siempre. Se quedó ahí callada, sin decir ni "pio" durante un buen rato. Apuñalaba mis ojos con aquella mirada brillante y penetrante, que llegaba a mi corazón y grababa a fuego en él su nombre. Permaneció así unos segundos más, hiriéndome de muerte sin saberlo. Cuando por fin se dignó a hablar, algo dentro de mí despertó: "No son para otro, son para ti". No podía estar hablando en serio, aquella esperanza infantil que llevaba muerta un par de décadas resucitó de entre las cenizas. Su cara comenzó a acercarse a la mía, y la diferencia de altura era lo único que impedía a nuestros labios fundirse en uno solo. Así que, agaché mis rodillas un poco, dispuesto a que el mundo se parara y todo dejara de tener sentido. Cerré los ojos y, como si de una broma pesada se tratara, el perfume de su pelo desapareció, sus manos se soltaron de las mías y la más intensa oscuridad sumió en la noche la habitación. Un ruido estrambótico comenzó a retumbar en mis oídos y el dolor volvió a mis riñones.

    La cúpula estrellada volvía a ser la única iluminación, y lo que parecía la realidad, volvía a ser un mero sueño, un espectáculo con el que alguien más poderoso se divertía. Desperté empapado y congelado, me habían echado un cubo de agua fría por lo alto. Tras unos segundos reconsiderando mi situación, llegué a la conclusión de que seguía en el Lacrimosa, y no precisamente disfrutando del viaje. ¿Cuánto rato llevaba inconsciente? ¿A cuántos kilómetros estaría ya ella de mí? Preguntas sin respuesta que tenían como único objetivo canalizar mi rabia contra aquella silueta difusa que tenía enfrente. Parecía llevar un gran manto que la tapaba, pero podía ver unos ojos de color rojo fuego apuntando hacia mi rostro, con gesto indiferente. Yo le mantenía la mirada, no iba a llorar, no me iba a ver rendirme. No lo hice la primera vez y no lo haría entonces. Ella había acabado con una pasión que apenas me había dado tiempo a disfrutar, algo me impedía moverme, pero no tardaría ni un segundo en lanzarme a su cuello si tuviera la oportunidad:


    - Dicen que, inyectada directamente en vena, la muerte es muy dulce. Mueres mientras sueñas, es una lástima que te haya despertado, vas a morir retorciéndote de dolor, ¿Sabes?. Bueno, siempre será mejor que vivir con la piel abrasada, pegada sobre tus huesos. ¿Alguna vez has visto un tendón del cuello sin nada más por encima? ¿Quieres verlo?


    El hedor de su aliento era francamente insoportable. Mi sistema nervioso estaba paralizado, pero mi olfato estaba intacto, vomitaría de nuevo si pudiera. Sentí una gota de sudor deslizándose por mi mejilla, abriéndose paso a través de mi barba y deshaciéndose en el cuello de mi camiseta. Ella (se es que se le podía llamar así), se quitó el pañuelo de la cabeza, dejando entrever una silueta ensombrecida por la oscuridad de la noche. Fue la cosa más repulsiva que he visto hasta la fecha; normalmente, hubiera sentido pena o admiración por su fuerza de voluntad, pero viniendo de quien venía, sólo podía alegrarme por ver que, por una vez, se había hecho justicia. Se había convertido en un monstruo, que era justamente lo que era. Sus manos eran sólo hueso, cubierto por una fina capa de piel brillante y muy grasienta; parecía estar supurando continuamente algún tipo de sudor. En el rostro, sus ojos se le fundían con las cuencas del cráneo. Su boca se había desgarrado, dejando a la vista mandíbula y parte de la barbilla. Nada quedaba ya de aquella mujer elegante que invertía varios cientos de euros al mes en productos de belleza y cosmética. Sin duda, la peor parte se la llevaba el cuello; ahí fue donde pude comprender el origen de aquella voz errática y de ultratumba que tenía la "señora Martínez": los tendones se fundían con los músculos de la espalda, debajo de estos, se veía el movimiento de la garganta cada vez que articulaba un par de palabras; todo el conjunto tenía un color grisáceo, casi pétreo, que daba la vaga sensación de estar ante una estatua de granito, de no ser por aquella hediondez aturdidora que liberaba por cada centímetro de su tez.

    "¿Y ahora qué?", es lo que me pregunté una vez había contemplado aquella cosa a escasos dos metros de mí. Una sombra pasó por el pasillo del piso de abajo, la pude ver desde el final de la escalera. Aquella toxina estaba actuando ya en el cerebro, y eso, junto con la oscuridad y el balanceo del barco al chocar contra las olas a 200 kilómetros por hora, me estaban provocando alucinaciones. Apoyado en la pared, junto al control de mandos, contaba los segundos que quedaban para que todo terminara. No sabía mucho de la Amatoxina, pero estaba seguro que la dosis que me había inyectado me dejaría K.O. en breve. No quería acabar mi vida así, así que cerré los ojos y traté de imaginarme junto a ella, bien lejos del mar y conduciendo el coche que más le gustara. Estaba casi seguro de que habría elegido aquella joya que Giorgio (del cual no quería pensar que hubía hecho todo aquello de forma consciente) conservaba al final del garaje, junto al 250 GTO y el Porsche 917. Ese Pegaso Z-102 llevaba su nombre, y la verdad es que no se le daba nada mal conducirlo, se notaba que disfrutaba haciéndolo. Casi no sentía mi cuerpo, pero pude dibujar una sonrisa en mi rostro para sorpresa de la directora. Estaba frente a ella, pero mi mente ascendía camino del Castillo de Santa Catalina. A bordo de aquel pedazo de historia del automovilismo español, me sentía muy a gusto para no ir en el puesto del conductor. Exprimía cada marcha de aquel V8 con suma delicadeza, haciendo cambios suaves y aprovechándose del par del coche. Volábamos a ras del asfalto por aquella solitaria vía, rumbo a ninguna parte y sin un fin aparente. Desde luego, aquel sonido era mucho más agradable que el de los dos motores a reacción suplicando clemencia al máximo de su rendimiento.

    Pero cuando parecía que me había evaporado del barco, sus pegajosas y asquerosas manos me tocaron. Al grito de: "Tú no te vas sonriendo, cabrón", me agarró de los brazos y, con una fuerza pasmosa, me arrastró hacia el flybridge trasero de la embarcación. El frío era aniquilador, sólo un loco saldría a cubierta en mitad de una noche que congelaba hasta el miedo, y menos surcando el océano a esas velocidades (un cartelito en la puerta lo ponía bien claro: no salir fuera a más de 30 mph). Pero a la señora Martínez parecía importarle bien poco, la movía la rabia, el odio. Ese mismo odio que, la llevó a matar a gente durante más de 20 años, que la condujo a separar a personas de este mundo y los suyos cuando aún no les tocaba, todo por un puñado de euros. No esperaba compasión ni clemencia de ella, si no la había tenido con gente inocente, no la tendría conmigo, que la había quemado viva. Tampoco esperaba explicación alguna, pero parecía que le costaba despedirse de mí, no sin antes atormentarme un poco más. Me dejó tumbado en el suelo, a medio metro de aquellas turbinas que escupían agua directamente sobre mi nuca. Comenzó con su tétrico monólogo, que se prolongó en el tiempo, mientras yo agonizaba:


    - Es que... no te pudiste estar quieto, ¿Verdad? - era complicado entender algo con esa voz - Es muy fácil pensar que soy lo peor, que soy la mala de la película. No tienes ni idea, no tienes ni puta idea de cuánto luché por llegar donde llegué - se sentó justo enfrente, momento que aproveché para recuperar el aliento y volver a respirar -. Tú hubieras hecho lo mismo si te hubieran dado la oportunidad. La gente se creé que cobramos millones por ser jefes en algo, se creen que estoy a su servicio, que pueden ordenarme y cruzarse de brazos mientras yo les salvo la vida. ¿Y luego qué hacen? Se van a la iglesia a darle las gracias a Dios por haberlos ayudado, por haberles quitado un tumor, por haber estado 24 horas seguidas operándoles a corazón abierto... ¡Qué bueno es Dios! A él le ponían velas y a mí no me daban ni los buenos días, pero un día dije "hasta aquí hemos llegado". Yo tuve la idea, y Giorgio puso los medios. Menudo imbécil, cada vez que la enfermera le cambiaba el suero, bueno, ya sabes a que me refiero... -comenzó a reírse otra vez de aquella forma tan sumamente desagradable, parecía que estaba regurgitando - me tenía que salir de la habitación; me partía de risa. ¡Cómo hubiera disfrutado viéndolo morir! Pero, el repelente doctor Ávalos se tenía que hacer el héroe, sólo él podría venir un Domingo por la tarde a ver a sus pacientes... ¡Cuánta responsabilidad! Espero que, al menos, la hayas disfrutado; tendrías que ver su cuerpecito chocando contra el agua, se partió en mil cachitos. Y tú mientras en la ducha, sí señor; no sé cómo no escuchaste sus voz, ¡Cómo gritaba la muy zorra!


    Mis ganas de matarla iban en aumento. Sentí las puntas de mis dedos y el frío sobre mis labios. Quería acabar con ella, pero no me quedaban fuerzas. Lo único que alcancé a hacer fue abrir un instante la boca, tratando de decirle cualquier cosa. Pero lo único que conseguí fue soltar un fino hilo de vaho, procedente de mi tímida respiración:


    - Al final la has matado tú... lo que son las cosas ¿Eh? ¿Cómo no se te ocurre cuidarla un poco mejor? Lleváis 6 horas juntos y le haces esto, no creo que se haya ido muy contenta. Por suerte a ti tampoco te queda mucho, en un par de minutos como mucho estarás con ella y nuestros pacientes, esos que le rogaban al "Altísimo" que todo saliera bien. ¿Sabes lo que más me gusta de esta cosa? - continuaba con su estúpido monólogo, preguntando y contestándose ella misma - Que aunque no puedas moverte... sientes el dolor. Me voy a tomar un whisky bien cargadito mientras pienso en tu cuerpo hundiéndose, congelado de frío y con los pulmones encharcados. Seguro que hasta tú rezarás entonces, esperando a que venga un delfín o el ángel Gabriel en forma de sirena a salvarte. Hay lecciones que te cuestan aprenderlas una semana, otras un mes, y otras un año. Pero hoy vas a aprender la lección de tu vida: la muerte tiene un plan para cada uno de nosotros, y no puedes cambiarlo. Estaba escrito que ellos debían morir, y así ha ocurrido. Sin embargo, nosotros no estábamos en esa lista. Por desgracia, ahora voy a ser yo quien tenga que matarte. Si no mueres en el impacto, morirás ahogado. ¿Quieres decir algo antes de que te tire? ¡Ah no! Que no puedes. Una pena, bueno, mira, piénsalo y luego se lo cuentas a Dios, ¿Vale?


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=6SvxaNQ6d7M"]Ameno-Era - YouTube[/ame]


    Se volvió a acercar a mí. Sentí de nuevo esa piel pegajosa rozando mi inservible cuerpo. En un último ataque de ira, la agarre de aquella delgada y endurecida muñeca, tratando de que fuera ella la que cayera al agua. A pesar de todo, aún tenía ganas de vivir. Pero fue inútil, aquel esfuerzo titánico por recuperar el control de mis músculos apenas sirvió para escuchar una vez más aquella repugnante risa, mientras incidía con su aliento fétido sobre mi nariz. Comenzó a tirar de uno de mis brazos, mientras yo trataba por todos los medios posibles de pesar como un muerto (nunca mejor dicho). Entre lamentos y quejidos, me arrastró como medio metro y me puso boca abajo. Nunca había tenido ese torrente de agua tan cerca, era increíble ver a aquellas enormes turbinas disparando agua a unos diez metros de altura, mientras el resto del océano parecía asfalto que el afilado casco del Lacrimosa partía en dos. Un ruido ensordecedor dejó a mis oídos fuera de juego. Seguía hablando pero no escuchaba nada de lo que decía. Sentí su pie en mi espalda, y me preparé para el patada final. Ahora sí que sí, en diez segundo a lo sumo, con suerte, mi tronco estaría separándose del resto de las extremidades, mientras mi cabeza se partía en mil pedazos al chocar contra el líquido elemento, duro como una piedra a esa velocidad. Cerré los ojos, y por primera vez en mi vida, recé. Recé para que doliera lo menos posible y no quedara vivo después del impacto, le tenía pánico a la idea de morir ahogado. Aquel calzado se clavó en mi espalda, retorciéndome de dolor. Comenzó a empujar mi cuerpo en dirección al mar, mi cabeza estaba ya fuera de la embarcación y al resto de mí le quedaba bien poco para seguir sus pasos.

    Un golpe secó interrumpió la maniobra. Quedé varado a diez centímetros de lo físicamente imposible, mientras que notaba unos pasos torpes dando bandazos por la cubierta de teca. Era ella la que se comportaba así... ¿Qué tramaba? ¿Qué fechoría enferma se le ocurriría ahora? Preferí no mirar (tampoco veía nada), seguí con los ojos cerrados, viendo mi muerte a un palmo de distancia. La sentí muy cerca de mí, alcé la vista y la vi como desorientada. Dio un par de pasos a milímetros del borde de la embarcación, aunque finalmente, recuperó la conciencia y sus pasos parecían algo más seguros. Pero un golpe de mar acabó con ella, ambos dimos un gran bote, con la diferencia de que yo estaba tumbado y no me afectó mucho. Ella, sin embargo, perdió el equilibrio, y resbaló con unas gotitas que mojaban el filo de carbono. La vi deslizarse mientras soltaba un grito desgarrador, dentro de lo humanamente aceptable. Pero ni por esas cayó. Se agarró a la "L" de Lacrimosa, mientras sus piernas rozaban el agua y de su boca seguían saliendo quejidos e improperios varios. En realidad, me daba un poco igual que se salvara o no. Si volvía a subir, al menos acabaría antes con mi sufrimiento y aquel dolor de riñones que me partía en dos. Por otra parte, si la veía caer, llegaría a la entrevista con "Dios" con una sonrisa en la cara.

    Pero algo más había allí. Me fijé en que la directora tenía un enorme herida en la cabeza, de la que supuraba pus y sangre a partes iguales. Con la fuerza del aire, se le cayó aquel enorme pañuelo que llevaba por vestido, dejando desnudo su cuerpo. Mostraba, con horror, los estragos que me podrían haber ocasionado el fuego de no haber sido por la ayuda de mi amigo Paco. Se le marcaban las costillas y podía ver todos sus músculos en tensión, sólo cuatro pelos sueltos en la cabeza tapaban un poco aquella deforme silueta. Fue entonces cuando sentí que no estaba sólo, unos pasos se aproximaron por mi derecha, haciendo bastante ruido. Se pusieron prácticamente a la altura de mi cabeza. Giré la vista y, como si de un oasis en mitad del desierto se tratara, vi aquellos zapatos de tacón de color rojo. Con mucha frialdad, se acercaron a donde estaba la directora, y se posaron sobre las manos de ésta. Bramó como un toro, mientras miraba con odio a aquella persona que estaba acabando con ella. En el último instante, pude ver como una lágrima le salía de aquellos ojos rojos, pidiendo clemencia; pero no la hubo. Como si estuvieran apagando una colilla, los tacones comenzaron a retorcerse sobre sus dedos huesudos, y tras unos segundos vociferando todo tipo de insultos, cayó al mar. Su cuerpo fue descuartizado en un instante, sus brazos fueron los primeros que se independizaron del tronco, para más tarde hacerlo sus piernas y su cabeza. Fue una pena lo rápido que la perdí de vista, me hubiera gustado ver como los seres acuáticos se comían sus restos y los digerían durante horas en su estómago.

    "Sayonara, baby", dijo. Esa voz era inconfundible, no había nadie más en la tierra que pudiera hablar con esa delicadeza tras cargarse a una "persona". Dejó caer la piedra junto a mí, la vi manchada de esa mezcla de sangre y líquido amarillo tan sumamente desagradable. Se agachó al instante, ni siquiera esperó a ver desaparecer a su víctima. Me dio la vuelta, y casi sin creérmelo, volví a ver esos ojos verdes. No podía moverme, pero tuve las fuerzas suficientes para sonreír. "¿Qué hago? Dime algo, ¡Por Dios!", el subidón de adrenalina fue tal que por un momento todos mis dolores desaparecieron... ¡Claro! Eso era... necesitaba subir mi adrenalina para superar el bajón. Si conseguía que mis riñones drenaran toda la Amatoxina sin quedarme dormido, había una ínfima oportunidad de sobrevivir ¡Qué bien me habría venido la adrenalina en vena que desconectaba de mis pacientes cuando decidían dar por concluidas sus vidas! Traté de mover los labios, casi sin esperanzas de que me entendiera. Puso sus manos sobre mi pecho y acercó sus oídos a mi boca. Ese gesto fue el que me dio el último empujón, ese que necesitaba para despistar a la muerte. Mis cuerdas vocales no funcionaban, pero aquel dulce olor, otra vez a centímetros de mí, dio fuerzas a mis pulmones para pronunciar de forma casi simbólica la palabra "agua". No pudo oírlo, era imposible... entre el sonido del motor y todo... "¿Agua? ¿Has dicho agua?", no sabía cómo pero, lo había entendido.

    Me agarró del cuello de la camiseta, y comenzó a tirar de mí, sacando fuerzas de donde no las había. Mi 1,84 y mis 80 kilos de peso parecían no ser un problema para ella. Se tropezó un par de veces y, finalmente, optó por quitarse los zapatos. Me tiró escaleras abaja aprovechándose de la gravedad, y me arrastró por todo el piso. Cruzaba los dedos (imaginariamente, claro está), para que no pensara que quería un vaso de agua. Pasó de largo de la cocina, y me metió directo en aquel baño pequeño, pero hasta arriba de lujos innecesarios. Como pudo metió mi cuerpo en la ducha, puso el agua a la mínima temperatura posible, y se quedó allí dentro, conmigo, a expensas de que se estuviera empapando. No volví a sentir tanto frío en mi vida, si no salí corriendo fue porque no pude, pero me hubiera gustado. Era inexplicable que se quedara a mi lado, sin necesidad alguna de hacerlo. El caso es que, aquel remedio parecía funcionar, a los cinco minutos ya sentía pies y manos, a los diez el resto del cuerpo, y al cuarto de hora, incluso podía mover mis articulaciones. "¿Estás mejor?", preguntó ella, con la respiración entre cortada por el frío y la tensión del momento. Asentí con la cabeza y desapareció. Supuse que había ido a cambiarse, lo normal por otra parte. Yo permanecí allí 45 minutos más, hasta que el dolor comenzó a desaparecer y mis constantes vitales volvieron a su ritmo normal. "Mejor un resfriado que la muerte", pensaba para mí mientras me quitaba la ropa y me liaba en toallas. Fui a mi cuarto y me puse lo primero que encontré. Me toqué de arriba a abajo, no podía creer que siguiera allí, acababa de vivir las dos horas más surrealistas de mi vida.

    [​IMG]

    No estaba en ningún sitio del piso bajo. Estaba aterrorizado, los recuerdos de todo estaban aún muy frescos para llevarme esos sustos. El motor estaba parado pero, mis oído conservaban el típico pitido con el que te despiertas después de toda una noche con la música demasiado alta. Subí al piso de arriba (el salón principal), y para mi alivio, a lo lejos estaba ella, sentada en el filo del barco, con los pies apoyados seguramente sobre la "M" del nombre. Fui hacia allí, y para mi sorpresa, seguía empapada de agua y temblando, mientras que se abrigaba con sus propios brazos, cuyas mangas también estaban caladas. Le puse mi toalla por lo alto, la protegí con el nulo calor de mi cuerpo, y comenzamos a charlar:


    - ¿Ya estás mejor? - preguntó con una leve sonrisa, que no podía disimular que había estado llorando.
    - ¿Por qué no te has cambiado?
    - ¿Tú crees que habrá sufrido mucho? - dijo mientras miraba de reojo la piedra con la que le atizó.
    - Por desgracia... creo que no, murió al instante.
    - No debí haberle pisado, quizá si la hubiera ayudado a subir se habría relajado - su mano estaba llena de sangre, tenía una herida bastante fea, seguramente provocada al darle en la cabeza.
    - Cristina, no tienes nada de qué arrepentirte, mató a Giorgio, lo intentó conmigo y también con... ¡Oye! Un momento. ¿Tú no estabas muerta? - dije mientras soltaba una carcajada, tratando de quitarle gravedad al asunto.
    - Carlos... cariño, la próxima vez, cierra la compuerta del garaje, que luego salto desde arriba y ni me mojo ni "ná" - me mostró su brazo izquierdo, magullado por el golpe en la caída -. Entonces... ¿Tú también la habrías hecho?
    - ¿Bromeas? Ni de coña - abrió su boca en señal de sorpresa, no se esperaba esa respuesta -. Yo le habría agarrado de los pelos, la habría subido a bordo, y le hubiera hecho una perrería por cada persona que se ha cargado. Y luego, ya llegando a Livorno, te hubiera dejado que la tiraras al mar para ver como se la comen las gaviotas, mientras brindamos con un poquito de champagne desde la cubierta.
    - Pues no es mala idea tampoco... pero como estabas tan callado, pues no sabía muy bien qué hacer - me guiñó un ojo y sonrió, parecía un poco más contenta -. Entonces, ¿Ahora es en esto en lo que consiste tu vida?
    - Sí, eso creo. Pero bueno, yo creo que nos hemos ganado un descanso... ¿Qué te parece si nos tomamos unas vacaciones de... 60 años?
    - Me parece correcto - sus labios estaban aún morados, pero, a simple vista, no parecía preocuparle mucho -, y cuando volvamos, seremos más sanguinarios que nunca - levantó la mano en señal de venganza y tiró la piedra al agua mientras se reía -.
    - Pues sí, pero bueno, eso la pensaremos en su momento. Ahora solo hay que preocuparse del jet lag.
    - ¿Tú crees que tendremos muchos problemas?
    - Tengo la sensación de que... se acabaron los problemas.



    Continuará...

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    Last edited: Jan 3, 2013
  17. Carlosupercars

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    Pues nada, nuevo capítulo, espero que os guste, y os digo lo de siempre: cualquier error, sugerencia... etc, por aquí estaré.

    Ya hasta el día de reyes no habrá actualización, y será la última. Acabaré con el capítulo final, el epílogo y una pequeña "carta del autor" que no será de obligatoria lectura... :D
     
  18. SOULFLY

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    Chico me has puesto los pelos de punta con la cabeza tan cerca de las turbinas!!!! Oye una cosa, como llantas naranjas? rojas o azules no :D?

    Tiene unos momentos de tensión muy buenos este capitulo.

    Un saludo
    Rober
     
  19. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Si te soy sincero, no he visto un gt3 rs en directo (de los 996), y no sé muy bien si el color es más bien rojo o está tirando a naranja. Azul va a estar complicado porque no eres tú el protagonista :Rolling On The Floor Laughing: Pero si dices que las llantas son rojas, te creo, que de estos sabes como mil veces más que yo. Ahora lo corrijo :Thumb:
     
  20. BM3W

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    :drooling VAYA giros en este capitulo !! hasta desconcertantes !! ANIMO .. y a por OTRO ! :Thumb: