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911, memorias de un futuro incierto (relato).

Tema en 'Foro general Porsche' comenzado por Carlosupercars, 11/10/12.

  1. ATM

    ATM Soloporschista

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    Si, entiendo a lo que te refieres con lo del Enzo.
    Pero Carlos a estudiar! Y mucha suerte con el examen de Cinematica, ya me contaras que tal te ha ido:duelo:
    Pd; Despues de terminar el examen nada mejor para descansar que un par de capitulos y decirme por Tuenti que tal te va que hace tiempo que no tengo noticias tuyas :handshake:

    Un saludo :Thumb:
     
  2. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 36


    - ¿Quién es? - escuché la voz de María desde el otro lado de la puerta.
    - Señora, soy Carlos, ¿Se acuerda de mí? - dije yo.
    - ¿Cómo no me voy a acordar de usted? Váyase antes de que llame a la policía.


    La puerta se comenzó a cerrar, tenía puesta una cadena que impedía que se abriera por completo. Estaba confuso, y no sabía muy bien cómo reaccionar. Sin pensármelo mucho, metí el pie entre ésta y el marco, y encajé como pude el impacto de la misma:


    - O me deja que cierre la puerta o comenzaré a gritar, usted verá - en su voz comencé a percibir cierto aire de nerviosismo, incluso de miedo.
    - Pero, María ¿De verdad sabe quién soy? Soy Carlos, el médico de Cristina ¿No se acuerda de mí?
    - ¿Qué pasa? No mató a mi hija y ahora viene a por mí, es eso ¿No? Créame que conmigo no va a poder, son ya muchos años los que tengo encima...
    - ¿Por qué dice eso? Por favor, no cierre la puerta. No he venido aquí por usted, es por ella... ¿Dónde está?
    - A ti te lo voy a decir. Está muy lejos, y no la vas a volver a ver en tú vida, ella también lo sabe todo. Le conté todo lo que salió en el programa, te odia...
    - ¿Qué? ¿Cómo que me odia? ¿Qué programa? - empecé a sentirme muy sólo de nuevo, volvía a estar sin razones por las que vivir o luchar, ¿De verdad me odiaba? No podía rendirme aún... - Déjeme entrar por favor, estoy muy perdido, no sé de qué me habla.


    La voz comenzó a fallarme, hablaba entrecortado, y apenas podía pronunciar dos palabras sin que me faltara el aire. Algo muy grande dentro de mí se estaba yendo, eso que me hacía seguir luchando, no sé si era la ilusión o las ganas de vivir, pero me sentía muy mal:


    - Ni se te ocurra volver a poner un pie en mi casa, y ya me puedes dar una buena razón por la que no debo llamar a la policía - dijo acentuándose aún más que tampoco ella estaba disfrutando con todo aquello.


    Me sequé un par de lágrimas con la mano derecha, y la introduje por el hueco de la puerta. Sabía que en esa mano, tenía algo que ella recordaría. Tras dejarle unos segundos para que la observara, la volví a sacar y me limpié un poco más la cara, pues las lágrimas seguían brotándome involuntariamente. Para mi sorpresa, no sólo no me abrió, sino que cerró la puerta por completo. Notaba la presencia de su vecina cotilla mirando tras la mirilla; aquello debió ser uno de los momentos más interesantes del día para ella. Me di la vuelta y comencé a bajar las escaleras. Cuando iba por el tercer escalón, escuché un leve sonido metálico. Me di la vuelta esperando un milagro o algo, y para mi sorpresa, sucedió. Aquel sonido era el de María quitando la cadena de la puerta, y tras hacer esto, la abrió por completo, y dijo:


    - ¿Quién te ha dado eso?
    - Me lo dio ella, justo antes de marcharse. Fue la única vez que desperté en seis meses, ¿Sabe? Quizá sea por ella por la que hoy siga aquí.
    - Ven, acércate -dijo ella escondiéndose tras aquel portón de madera maciza. Subí de nuevo hasta el soportal, y sin decir ni media, me agarró la mano y me la observó durante un buen rato.
    - Por favor, tiene que contarme qué le han dicho de mí, le garantizo que no le voy a hacer nada.

    Dejó abierta la puerta por completo, y me invitó a pasar mientras que ambos nos secábamos la cara con un pañuelo. Me condujo al sofá del salón, y se fue a preparar un café. Yo era observado, casi ametrallado, por aquella mirada penetrante, proveniente de las fotos que había esparcidas por todo la sala. Me sentí aliviado al volver a ver esos ojos, ya casi ni recordaba cómo eran, al fin y al cabo, de ella sólo tenía su recuerdo, y nada más. Miré hacia la cocina, y comprobé que no venía. Me levanté del sofá, y me fui directo a una foto que había sobre la mesa, formando una especie de collage con decenas de fotos de gente que no conocía. La cogí, era pequeña, de apenas 10 por 10, pero me bastaba para observar aquellos ojos cada vez que me apeteciera. Me la metí en el bolsillo de atrás de mis pantalones, y me senté de nuevo con el tiempo justo para que María no me pillara con las manos en la masa. Puso ambas tazas sobre la mesita de enfrente del sofá, se sentó en éste, y comenzamos a hablar:


    - Dijeron cosas horribles de ti en la televisión, espero que no me estés engañando. Comprende que no puedo creerte, y más sino has sacado un momento en todo este tiempo para venir a hablar conmigo.
    - ¡¿Cómo?! ¿Pero sabe dónde he estado todo este tiempo?
    - En teoría estaba en la cárcel... ¿Se ha escapado?
    - Llevo seis meses en coma, no sé qué le habrán contado a usted... -dije un poco enfadado.
    - En la televisión dijeron que ya se había curado de las heridas, y que estaba en la cárcel.
    - Pero... ¿Qué es eso de la tele? ¡Por Dios! Hace apenas una semana que desperté, no sé a qué se refiere...
    - Es un poco largo, pero bueno, ¿Tiene tiempo?
    - Todo el del mundo, y dudas aún más, así que, empiece cuando quiera... -dije mientras le daba un sorbo al café.
    - Hace cosa de dos meses... quizá más, hicieron un especial en el canal 5 sobre el incendio del hospital y todo eso. Ya sabe... el típico este que se pegan tres horas debatiendo, o más bien, discutiendo entre ellos, para cinco minutos de interés. El caso es que emitieron un reportaje, en el cual, explicaban como habías estado durante años trayendo Ama... Amatico...
    - Amatoxina señora, Amatoxina.
    - ¿Lo ve? No debería haberle dejado entrar, es usted un monstruo, váyase ahora mismo - dijo mientras se levantaba del sofá.
    - Por favor, cálmese, luego le contaré la verdad, pero por favor, tiene que contarme lo que dijeron en ese reportaje, le juro por su hija, que es lo más que tengo en esta vida, que todo es mentira - le agarré de la mano para que no se alejara.
    - Está bien, pero que sepa que no me fio un pelo. Voy a estar atenta a usted cada segundo que pase en mi casa - dijo mientras se volvía a sentar, a la vez que me miraba directamente a los ojos, pudiendo contemplar ese verdor que había heredado su hija -. Como le iba contando, comenzaron a explicar cómo durante años habías cambiado cada vez que te daba la gana el suero por esa cosa, cómo desconectabas a los enfermos cuando te daban demasiado trabajo, e incluso decían que ibas al hospital a deshoras, y sacabas a algunos pacientes, como hiciste con mi Cristina.


    Una punta de flecha se clavó en mi estómago. No podía entender cómo había degenerado tanto el asunto, cómo habían sido capaz de convertirme en el verdugo de toda esa historia, ni cuáles habían sido sus fuentes para conseguirlo. Siguió hablando:


    - Y después dijeron que por eso quemaste el hospital. Que la directora y los otros te pillaron con las manos en la masa, y decidiste acabar con ellos...
    - Pero, ¿Cómo puede ser eso? Si... si Paco lo vio todo, lo sabía todo. Giorgio me dijo que Cristina estuvo a mi lado mientras que estuvo en el hospital, porque también sabía que yo no era ni un asesino, ni un egoísta ni nada de lo que han dicho de mí. Sé que es difícil creerme, pero es la verdad.
    - ¿Cómo que Cristina estuvo a tu lado?
    - Sí, estuvo conmigo en Valencia, o eso es lo que me han contado, no sé, yo estaba en coma.
    - Pero si en el programa dijeron que estabas en la cárcel... en una habitación de máxima seguridad. ¿En serio has estado en Valencia? Con razón no me dejaban ir a verla, apenas hablé un par de veces con ella en tres meses, y cuando volvió, no era la misma - sus manos comenzaron a temblar, y agarraba nerviosamente todos los anillos que llevaba.
    - ¿A qué se refiere? - me dejó bastante intrigado.
    - No voy a seguir hablando con usted, sabe dónde vivo yo, pero no dónde está mi niña, ni se lo voy a decir. Es un asesino hasta que se demuestre lo contrario.


    Tenía el móvil cogido, con el 112 ya marcado y sus ojos estaban rojos y húmedos. Apenas reconocía a aquella mujer asustada que llevé al hospital medio año atrás, todo había cambiado mucho, muchísimo. O pensaba algo pronto, o aquella conversación se acabaría sin conocer su paradero:


    - Escuche, ¿Quiere que le cuente mi versión? Bueno, corrijo, ¿Quiere que le cuente la verdad?
    - No me apetece escucharle, ha estado años ocultando esto a todo el mundo, y tiene un gran don de palabra, seguro que sabe cómo convencerme.


    Me saqué el móvil del bolsillo, las llaves del Enzo (ya casi me había olvidado de él), la cartera y cualquier cosa que llevara además de mis vestimentas, las puse sobre la mesa, y le dije:


    - Escuche, deme sólo una oportunidad. Deje que me defienda, por favor. Le contaré absolutamente todo, con pelos y señales, no le podré ser más sincero. Tiene aquí todo cuanto tengo, si quiere, deje el número marcado en los dos números, y si no me cree, llame a la policía, no ofreceré resistencia; pero por favor, escúcheme.


    Esperaba que con eso ya tuviera su confianza, pero ni aún así. Lejos de ablandarse, cogió ambos móviles, uno en cada mano, y se cruzó de brazos:


    - Buena idea - dijo -, tiene mi tiempo, y yo los teléfonos a mano, a ver qué hace. Pero vamos, no te creeré antes a ti que a la televisión - sentí asco al oír esa última frase. Aquella mujer fuerte y con carácter que conocí en el hospital se había convertido en una maruja cuyo oráculo era la televisión, y su Dios un presentador afeminado de un programa amarillista. Pero era mi última oportunidad, sería complicado recuperar a la María que había conocido, pero cosas más difíciles había conseguido en el último año, así que me puse al lío:
    - Está bien, a ver por dónde empiezo. ¡Ah sí! Aún recuerdo cuando llego Cristina, ese día subí con mi coche nuevo (en el que se montó usted), y iba muy contento...


    Estuve cerca de una hora hablando; se lo conté todo, desde cuando me dio Cristina el anillo, hasta cuando Giorgio murió en Nurburgring, pasando por cuando desconecté a la señora por voluntad propia. Aquella historia habría dado para escribir un libro, eso desde luego. Quise ser totalmente franco con ella, para que juzgara si merecía o no saber dónde estaba su hija. Cuando acabé de hablar, aquella tensión con que comenzó a escucharme, paso a interés, para luego transformase en emoción. Se quedó cayada unos segundos, como esperando que siguiera contando la historia. Así que tuve que decirle: "Y ahora estoy aquí, tratando de convencerle de que no soy un asesino", momento en el cual, volvió en sí de aquel viaje por el pasado, y me dio un abrazo, agradeciéndome todo lo que había hecho por los demás, incluyendo a personas de su propia sangre.

    Respiré aliviado, y ya no sabía ni por qué le había contado aquello. Me mantuve cayado unos segundos, mientras que la mujer que había conocido tiempo atrás volvía ser ella de nuevo, y comenzaba a odiar con toda su alma a "la caja tonta" que tenía delante. "Es curioso, porque no había nadie de seguridad en el hospital, lo mínimo hubiera sido algún guardia o alguien vigilando que no me escapase, si tan peligroso soy..." le dije ya mucho más tranquilo y teniendo un trato bastante más sincero con ella. "Hay algo que no me cuadra en todo esto, no sé, pero me huele a chamusquina... Pero lo prometido es deuda" dijo ella mientras se levantaba de la mesa. Esperé allí sentado, esperando a ver qué estaba haciendo o qué pasaría a partir de entonces. Se me hizo eterno, pero finalmente, salió con una caja blanca de cartón entre las manos:

    - Apenas estuvo aquí un par de días, me dijo que no podía esperar más, que era por no sé qué del Kharma - no pude evitar sonreír al recordar sus cosas, y sobre todo, al recordar el discurso parecido que me echó a mí cuando la vi por última vez.
    - ¿Qué es eso?
    - Me dejó un montón de documentación, e incluso tuvo que renovarse el pasaporte, sólo lo había usado para Australia, y de eso hace ya mucho... mira, es todo cuanto sé de dónde está y qué hace.

    Comenzó a sacar sobres, documentos y panfletos de aquella caja. Los fue poniendo a lo largo de toda la mesa, y diciendo: "Échale un vistazo", se fue de allí, desapareciendo por el pasillo que conducía al resto del piso. Comencé a observar esos panfletos, con el logo de una conocida ONG en la esquina superior derecha. Estaban en inglés la mayoría, todos hablaban de lo mismo: Voluntaria de India. ¿De qué iba todo aquello? Me estaba asustando mucho todo aquello; por una parte, tenía el consuelo de tener a María de mi lado, por el otro, sabía que Cristina estaba al otro lado de la Tierra, en una superficie compartida con más de mil millones de personas. Sus ojos eran inconfundibles, pero no sabía si sería capaz de distinguirlos entre tanta gente.

    Cogí las llaves, la cartera y el teléfono móvil, pues parecía que aquella señora volvía a confiar en mí, y seguí leyendo papeles. Conforme iba repasándolos, iba cerrando el círculo, pero aún así, me parecía una obra faraónica ir hasta allí, encontrarla, convencerla de que no era quien le habían contado, y volver a casa. Pero tenía por delante toda una vida, y no pararía hasta conseguirlo. Devoraba aquellas hojas como si de comida se tratara, estaba hambriento de conocer más... María volvió a los 15 minutos, hablando cuando aún no se había sentado:


    - Pues sí hijo, a Bombay que se ha ido la niña... no hubo forma de pararla. Pero bueno, está muy contenta; hablo con ella cada dos semanas, y cada vez le queda menos para volver. Mira, aquí tienes toda la información del sitio donde está - abrió un sobre de los que aún no había mirado -, es un orfanato del centro. A ver quién es el chulo que se mete ahí... lo he visto las noticias, y aquello da miedo.
    - María, ¿Me puedo llevar esto conmigo? Se lo devolveré en unos días... se lo prometo.
    - ¿Para qué lo quieres, hijo?
    -Voy a ir a por ella, no puedo esperar a que vuelva.
    - ¿Estás loco? Es como buscar una aguja en un pajar, te vas a perder, lo sé. Además, deberías saber una cosa... - dijo frunciendo el ceño. No me gustaba nada la cara que puso.
    - ¿El qué? ¡Dímelo! - dije un poco alterado.
    - Está un poco decepcionada contigo, lo sabe todo, vio el programa. Dijo que no quería volver a verte...
    - ¿Pe... pero cómo? Mira, me da igual, se lo explicaré igual que te lo he explicado a ti, seguro que lo entiende.
    - ¿Tú crees? - no parecía muy convencida.
    - Sí, de hecho, no quiero perder el tiempo, lo siento, pero me tengo que ir ya, gracias por todo.


    Me acompañó hasta la puerta, me dio dos besos y, cuando ya estaba bajando las escaleras, llamó mi atención por última vez:


    - ¡Carlos!
    - Dígame - le dije parando en el cuarto o quinto peldaño.
    - Sé que esto te lo tendría que decir su padre, pero como yo ha cumplido esa función desde que él murió, así que...: sólo te quería decir que cuentas con mi apoyo y beneplácito para esto que vas a hacer.
    - Gracias María, eso me dará fuerzas, tenlo por seguro.
    - ¡Ah! Y te puedes quedar con la foto - dijo dedicándome una sonrisa cómplice, casi maternal. No se lo tomo muy mal, teniendo en cuenta el hecho de que, literalmente, se la había robado.

    Seguí hasta la planta baja, sonriendo por aquella última frase que me brindó. Ya estaba dándole vueltas a la cabeza, maquinando algún plan para llegar hasta allí. Tenía una dirección, y un pasaporte fosilizado por falta de uso en casa; eso, y todo lo que Giorgio me había dejado. Volví a sentir ese cosquilleo de emoción al ver aquella preciosidad aparcada en la calle, a centímetros del suelo y casi medio metro por más bajo que cualquier coche que tuviera alrededor. Me moría de ganas por cogerlo, pero mis tripas comenzaban a emitir un sonido muy bronco, digno de cualquier V8 americano. Busqué algún sitio donde comprar algo para comer; miré mi cartera, y apenas llevaba 4 o 5 euros. Con eso me daba para retomar mi dieta de estudiante, a base de grasas saturadas e hidratos de carbono. Me acerqué a un Kebab que había en la misma calle, y me pedí un Döner de pollo con mucha ensalada, como de joven me gustaba.

    Ya no recordaba lo mucho que me gustaban, y mientras que me lo comía en la misma barra del establecimiento, acompañado de una Coca Cola, el indio que se encargaba de aquello, comenzó a hablarme:

    - ¿Es tuyo? - dijo señalando al Enzo, que estaba rodeado de gente echándole fotos y tocándolo de arriba a abajo
    - Sí, es mío ¿Te gusta?
    - Sísí, muy chulo. Mucho dinero, ¿No? - dijo con el típico acento de los que trabajaban en aquellos sitios.
    - Pss... no te creas - dije tratando de no ostentar demasiado, pues sabía que eso no me beneficiaría.
    - ¿Por qué comer aquí? Tú restaurante bueno.
    - Bah, esto está mucho mejor, ¿no crees? - dije mientras le dejaba los 4 euros sobre la barra.

    Salí de allí y me abrí hueco entre la multitud, pero cuando iba a abrir el coche, me percaté de que no tenía ni un duro encima, y el Enzo no era precisamente un híbrido, debía repostar si quería llegar a La Pandera con él. Así que, lo dejé allí unos minutos más, recordando las palabras de Paolo en la carta: "Le ha ingresado un pequeño depósito para mantenimiento y demás". Me acerqué a la primera caja que vi, introduje la tarjera y puse mi PIN, esperando ver que mi saldo había dejado de estar en números rojos. Casi me da un jamacuco cuando vi el "pequeño depósito" que me había ingresado: 100.000.000 euros. Saqué 200 de ellos, tratando de contener la emoción, y me dirigí de nuevo hacia el coche, tembloroso y descoordinado, tratando de disimular mi emoción. Me sentía muy emocionado, a la par que valioso; en esos momentos, yo tenía una mina de oro en la cartera, y cualquiera de los allí presentes mataría por tener en su poder a ésta.

    Traté de ser todo lo educado que pude con los allí presentes, abrí la puerta con dificultad (parecía un famoso o alguien importante; obviando el detalle de que era al coche, y no a mí, a quien admiraban), y todos se dirigieron a la parte trasera, esperando a que lo arrancara. Yo volvía a estar a salvo, en aquel habitáculo de carbono, rodeado de tecnología y pasión. Arranqué entre el júbilo de la gente, y me largué de allí con el torpe caminar de cualquier superdeportivo por el centro de Jaén; los bajos rozaban cada par de metros, las caras de emoción de la gente se fundían con las del dolor al verlo estrellarse contra el asfalto. Y desde dentro, me sentía como el mismísimo Schumacher, con las levas en el volante; cada vez que bajaba o subía de marcha, el coche me daba un tirón muy fuerte, me extirpaba los riñones, desde luego, la comodidad brillaba por su ausencia. Cada giro con el volante, era un placer incomparable con nada, pero salir de aquel caos, fue un placer aún mayor.

    Dejé atrás un instituto y la pequeña ermita que ponían fin al término municipal de Jaén, cosa que también significaba otra cosa: fin de la restricción de 50 por hora. Recordé lo que acababa de ver en el banco, y no pude más que gritar de júbilo mientras hundía mi pie derecho en el acelerador. Mi grito y el motor a 8000 rpm se fundieron en uno, formando una banda sonora desagradable pero intensa al mismo tiempo. Apuré segunda, tercera, y casi cuarta. Cuando quise darme cuenta, estaba rodando a 230 kilómetros por hora, pensé: "Nadie habrá ido nunca tan rápido por aquí", pero luego se me vino a la mente la imagen de Giorgio con mi GT3, difícilmente habría superado su listón...

    El resto del trayecto fui muy rápido, le había perdido el respeto a aquella bestia, algo que me daba un poco de miedo; un coche así puede pasar de hacerte la persona más poderosa en kilómetros a la redonda a convertirse en tu tumba. Pero es que aquello era adictivo, aquella sensación de planear a ras del suelo, por una carretera revirada pero con buen asfalto y bastante ancha. Desde la línea continua hasta el arcén, la calzada era mía. En aquella burbuja sin equipo de sonido ni elevalunas eléctrico, la vida se veía a otro ritmo: al ritmo de la luz. Todo el mundo debería sentir algo así al menos una vez en la vida, yo lo sentiría el resto de la mía. Era un jet entre tractores y motores diésel; ellos soltaban humo negro, yo, un sonido celestial cada vez que las mariposas de los escapes se abrían.

    A esas velocidades, fuera de toda legalidad y sentido común, no tardé demasiado en llegar a aquel templo oculto tras kilómetros de soledad y niebla. Como era de esperar, allí arriba ya estaba Paco, con el GTS aparcado al lado del garaje y la puerta del mismo abierta. Me dio miedo asomarme a ver qué estaba haciendo, algo se intuía, pero no sabía si atreverme a dar el paso. Con el nerviosismo in crescendo, me atreví a entrar. En 32 años de existencia, mis ojos no se habían deleitado con un espectáculo cromático medianamente comparable a aquello. El muy mamón ya había destapado todos los coches, buff... ¿Qué puedo decir de aquel momento? La mayoría de ellos no los había visto en la vida, y ahora eran todo míos: Bugatti Veyron, Jaguar XJ220, Porsche Carrera GT y 918 (además de una extensa gama de 911s, el viejo era todo un fetichista), Koenigsegg... recibían la comitiva de naves interestelares. Sin duda, aquello era el Olimpo.

    Cuando mis ojos se acostumbraron a aquellos colores, a esas curvas, a esas ruedas, a esos alerones, a esos faros que me miraban desafiantes... comenzaron a buscar a Paco. Escuché ruidos al fondo (era una nave bastante larga, las bestias estaban aparcadas en cuatro filas, que se extendían hacia el interior), así que fui hasta allí, abriéndome paso entre deportivos de todos los niveles, épocas, colores y tipos. Desde un Maserati Gran Turismo hasta un Ferrari Fxx azul cielo matriculado (sí, matriculado; era el único que no llevaba matrícula italiana, sino alemana, seguramente por algún tema de homologaciones). Aquello era el tesoro de Alí Babá, tendría que contratar a alguien para que se quedara vigilándolos por la noche con una escopeta entre las manos, o evitarme terceros en todo aquello y encargarme personalmente del tema.

    Me lo encontré sentado, admirando las que con toda seguridad, eran las piezas más valiosas de la colección: un Porsche 917 y un Ferrari 250 GTO. Había una gran cantidad de clásicos, incluso un Pegaso Z-102; estaba abrumado, extasiado. Lo que más me alegraba de todo aquello es que tenía toda una vida por delante para conocerlos a fondo, a todos y cada uno de ellos. No sólo había dinero allí dentro, aquellos coches rebosaban refinamiento y buen gusto, no tenía una sola crítica hacia ninguno de ellos, no había ninguna horterada a lo jeque árabe ni ninguna ostentación innecesaria. Además, todos tenían algo en común: su pulcro estado. Ni los nuevos ni los viejos tenían un sólo arañazo, un desconchón en la pintura o el mínimo indicio de suciedad o polvo en el interior. Haría falta mucha gente para mantener todo aquello en perfecto estado, suerte que tenía aquel "pequeño depósito" a mi disposición. Le puse la mano sobre el hombro, mientras que él seguía con el culo puesto sobre una caja de patatas, ensimismado mirando aquel trozo de historia con ruedas, con los ojos lacrimosos y la boca medio abierta:


    - Joder, cómo te gustan los cacharros estos ¿Eh?. Menudo carroza estás hecho...
    - Perdona, pero no he podido evitar destaparlos - dijo mientras seguía con la vista puesta en aquel dúo - ¿Eres consciente de lo que tienes delante?
    - No soy consciente de nada de lo que ha pasado estás últimas 48 horas. Escucha, sigues en paro, ¿Verdad?
    - Llevo parado dos horas delante de estos dos; si es a eso a lo que te refieres...
    - Jeje, escucha, ¿Te gustaría encargarte de esto?
    - ¿Cómo? No te entiendo.
    - ¡Sí! ¿Qué si quieres encargarte de esto? ¿Te gustaría trabajar aquí, para mí, bueno, para ellos?
    - Nada desearía más en este mundo - dijo mientras seguía sin quitar la vista de estos dos.
    - Bueno, pues vamos a celebrar que soy tu jefe ¿No?
    - Yo de aquí no me muevo - seguía embobado, completamente fuera de sí; al parecer, para él ese par de coches eran lo que para mí el Ferrari Enzo, incluso más.
    - Que sí hombre, hazme caso - dije mientras lo levantaba de aquella caja en la que estaba sentado -, además, ahora te voy a dejar unos días a solas con ellos ¿Eh? Cuídamelos...
    - A sus órdenes.
    - Bueno, ¿Cuál quieres coger hoy? - dije mientras abría el cajón de las llaves.


    Pasamos la tarde subiendo y bajando los 10 kilómetros que separaban la cima de la A-6050. Cogíamos un par de coches, y le dábamos un poco de caña por aquella solitaria carretera. Sólo nos atrevimos con los menos potentes, los superdeportivos apenas los cogimos para moverlos de sitio, eran obras de arte, y los tratábamos como tal.

    Volvimos a ser niños, con juguetes caros, pero niños al fin y al cabo. No se nos borró la sonrisa en toda la tarde. A día de hoy, no puedo evitar emocionarme al recordarnos a mí y a Paco subiendo hasta La Pandera; él con Toyota GT-86 blanco y yo con un GT3 RS 4.0. No había curva en la que no los pusiéramos de lado. Yo con mucha tensión, con los brazos engarrotados y sudando como un pollo ante colosal derroche de potencia; él con un brazo fuera del coche, cogiendo el doble de ángulo que yo, y pegándose a mi culo como un SUV por la autopista.


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    Pero el día llegó a su fin, y sabía que a mí lo que me tocaba entonces era hacer maletas y acostarme pronto para madrugar al día siguiente. Daba igual que fuera un médico con apenas margen para llegar a final de mes, o un multimillonario con dinero para rellenar mil colchones; mi destino era levantarme pronto y descansar lo justo, me tomaba muy a pecho lo de "El que mucho duerme, poco vive". Así que, a eso de las ocho de la tarde, y tras haber pasado por nuestras manos una veintena de coches, decidimos que era el momento de volver a casa. Yo me iría a dormir, y él invitaría a Lucía y sus hijos al mayor banquete de sus vidas, cortesía de "el tito Carlos". Se dispuso a coger el Golf, yo lo agarré y le dije:


    - Pero, ¿Qué haces?
    - Pues... irme a casa.
    - ¿En eso? ¡Venga ya! Una cosa es que le tengamos cariño, y otra es que seamos gilipollas. Coge el que te salga de los cojones de los que hay allí adentro, que este se ha ganado una jubilación, mañana lo metes con los otros clásicos...
    - ¿Sí? ¿Me dejas uno?
    - ¿Cómo que si te lo dejo? Son tuyos tío, esto para mí sólo no sirve de nada, toma, guárdamelas estos días, que yo voy a estar un poco lejos... - le dije mientras le daba las llaves de aquel sitio.
    - ¿A dónde te vas?
    - A por ella...
    - ¿Qué? ¿La has encontrado?
    - No lo sé, a eso voy, lo más seguro es que vuelva sólo, pero tengo que intentarlo.
    - Joder, bueno, ya me contarás.

    Se fue hacia adentro, y a los dos minutos, un rugido de un V12 ahuyentó a unos cuantos buitres que había en lo alto de la enorme antena. Un Mercedes CL 65 AMG salió de allí; era inmenso, Paco se veía diminuto dentro de aquel barco. Dijo: "Es que tienen que venirse los niños también... jeje", y le pegó un acelerón que por poco no se despeñó ladera abajo. Yo dejé a un lado la comodidad y el lujo, y me conformé con la mitad de cilindros. Me decanté por un Nissan GTR 2012 de color azul, con las llantas oscuras y el interior en cuero granate, yo mismo lo hubiera configurado así si hubiera tenido la oportunidad de comprarlo.

    El viaje a Jaén fue un espectáculo, el enorme Mercedes era bastante torpe en los primeros kilómetros, pues la estrecha y serpenteante carretera no era su entorno natural. Pero a Paco parecía no importarle demasiado, en las horquillas podía ver su sonrisa de oreja a oreja, y es que, a lo bueno, uno se acostumbra pronto. Aunque yo tampoco podía hablar, mi cara de pánfilo era un tanto patética, pero no me importaba, tenía a Godzilla y otro centenar de fieras para defenderme de las críticas y las miradas juzgantes. Al llegar a la A-6050, y sus cerca de 30 kilómetros hasta Jaén, la cosa cambió. La tracción a las cuatro ruedas del GTR, y su menor tamaño, no eran rival para aquel devorador de kilómetros. Nos quedábamos detrás de algún coche o camión, y segundos más tarde, salíamos zumbando carretera adelante entre rugidos infernales; el subidón de adrenalina era tal que yo y el coche formábamos uno. Me recordaba a una persecución de mafiosos en alguna película de El Padrino, o a la legendaria escena de la película Bullit. No se puede describir con palabras, ese sonido, ese elegante GT de color negro adelantando coches a un ritmo endiablado, seguido de mi japo y sus 550 caballos de potencia nipona... se me eriza el vello sólo de pensarlo. Algunos lo llamaran temeridad, yo, estilo de vida. Algunos no verán más que cuatro ruedas y un motor, yo, una razón para vivir.

    Recorrimos juntos el centro, dando el cante allá por donde pasábamos, acelerando en cada semáforo, dejando admirados a los niños, y matando de envidia a sus padres. Pero llegó el momento de despedirnos, y entre farolas encendidas, cogí dirección a mi más que humilde morada, para preparar maletas y echar otro vistazo a los documentos que me mandó Paolo: había algo en Livorno que me interesaba, y mucho...

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    Y a él fue al que me encontré nada más llegar a la urbanización. Con los guantes de cuero para conducir puestos, un puro en la mano, y esa gabardina que no se quitaría no para dormir, esperaba apoyado en el Lancia frente a la puerta de mi casa. Bajé del Nissan y le estreché la mano:


    - Espero que no haya venido hasta aquí para una tontería... - dijo.
    - No, en absoluto. ¿Qué tal el viaje?
    - Largo... - no era un hombre muy cercano, quizá todos los italianos eran así...
    - Bueno, ¿Y qué le parece esto? ¿Le gusta Jaén?
    - He estado en sitios peores - definitivamente, no tenía un gran don de gentes, pero bueno, era comprensible, llevaba muchas horas conduciendo, y estaría cansado.
    - Pues, creo que tendrá que acostumbrarse a este sitio...
    - ¿Por qué lo dices? - dijo mostrando al menos un ínfimo gesto de curiosidad.
    - Eres abogado, ¿No?.
    - Sí, eso dicen...
    - Pues tienes trabajo para rato. Pasa machote, y te cuento mientras nos tomamos un café.



    Continuará....

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    Última modificación: 26/12/12
  3. Carlosupercars

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    Pues nada, lo de siempre, que espero que os guste, y cualquier fallo, por aquí me tenéis, aunque lo mismo tardo, aún no he corregido los del anterior. Gracias, un abrazo.
     
  4. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    Bravo Carlos!!!! ENORME!!
    Me encanta, cada día estoy más picado a la historia... Es brutal
     
  5. tuca_R

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    ya estoy como loco por que venga el siguiente capitulo! la historia simplemente brutal!:Popcorn: :Popcorn: :Popcorn:
     
  6. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Genial Carlos, muy grande.

    Espero que el examen como el capítulo, de 10 y lo mejor, la frase de machote, impresionante.

    Eres capaz de sacar una sonrisa como una lágrima.
     
  7. Damocles

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    Carlos pensaba que ya lo llevabas a fin, pero ese viaje te puede dar para veinte capitulos más.
     
  8. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    :Popcorn::drooling esto va in crechendo !! :Thumb::[applause]
     
  9. ATM

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    No tengo palabras Carlos, simplemente impresionante :idolo:

    Un saludo :Thumb:
     
  10. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Por cierto es el ultimo capitulo escrito es el 37, pero no encuentro el 36.
     
  11. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    Me corroe el ansia!!!! Necesito más historia!!!! :Popcorn::Popcorn::Popcorn:
     
  12. Carlosupercars

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    Perdonad, he estado muy liado con los exámenes, a partir de esta noche, vuelvo a escribir, a ver que sale... :D

    Pd. Sí, es el capítulo 36, ni el 37. Cuuuuuulpableeeeeeee!!!:mano
     
  13. Damocles

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    Madre mia una semana sin Carlos!!!

    No tienes corazón!!!
     
  14. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    :Popcorn::Popcorn::Popcorn::Popcorn::Popcorn:


    +1! :[angel]:Smiling Face With Open Mouth:
     
  15. juanfran

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    cuando vi el "pequeño depósito" que me había ingresado: 100.000.000 euros. Saqué 200 de ellos,


    No se, pero no cuadra, no?
     
  16. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    Saco 200 euros!!! no 200K
     
  17. 250 gto

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    100 millones de euros !!!!! ..... no es mucho eso??? con 10 suficiente ¿no? .....
     
  18. Carlosupercars

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    Capítulo 37


    Un GTR en la puerta de casa, un par de refrescos y una bolsa de frutos secos fue todo lo que nos hizo falta para hablar durante horas. Estaba cansado, e impaciente por irme a la cama. Ni los coches, ni el dinero, ni las partidas de golf me darían un mínimo de satisfacción hasta que no consiguiera restablecer el orden y los logros de mi antigua vida. Sentía como si no fueran míos, pues la diferencia entre un regalo y un capricho es que, lo segundo te lo ganas, lo primero simplemente llega. A mí me llegó, y sabía que era una oportunidad que el destino me había dado para hacer algo grande, pero eso no quitaba que yo había sido alguien los últimos 32 años, y eso nunca lo olvidaría.

    Y ese hombre que tenía sentado frente a mí, en la mesa de la piscina, tenía la potestad de devolverme el nombre que forjé con sudor, tesón, y algo de suerte, a través de aquel viaje. En él estaba medio testigo de esa particular carrera de relevos para recuperar mi dignidad; la otra mitad estaba a más de 8 mil kilómetros de distancia, entre un caos de edificios, cemento y gente. Se me caía el mundo encima sólo de pensar que estaba sola allí, sin nadie cerca que la pudiera ayudar si necesitaba algo; estaba asustado, y mucho. Pero eso era algo de lo que me ocuparía en no mucho tiempo (mi conciencia no me permitía tomarme un descanso mas allá de lo que el cuerpo me exigía), Paolo había venido desde muy lejos, y lo menos que podía hacer era explicarle el por qué de aquella visita relámpago:


    - Bueno, pues usted dirá... ¿Para qué quería verme? - dijo mientras pelaba un cacahuete - lo mínimo que podría haber hecho es ponerme algo de caviar ¡Hombre! - no llegué a comprender si lo decía en serio o no.
    - Aún no he tenido tiempo de asimilar todo esto... ¡Cómo para empezar a gastar dinero a lo loco en tonterías! Nací pobre, y moriré pobre, Paolo - me remangué el desgastado puño de mi camisa y puse una servilleta bajo la pata de la mesa (los años no le pasaban en balde y estaba un poco coja).
    - Sí, pero de conducirlos sí ha tenido tiempo - dijo señalando con la mirada lo que se podía intuir entre los matojos: 550 machacantes bajo una piel azul oscuro.
    - Soy pobre, que no tonto, recuerda. Y no me llames de usted hombre, ¡Qué somos de la misma quinta! Además, me da a mí que vamos a coger confianza... entonces, no te gusta mucho Jaén ¿No?.
    - Depende de para qué...
    - Jeje, parece que ya te vas oliendo algo, ya veo que tonto no eres... espera un segundo, por favor - Me levanté y puse rumbo al interior de la casa.


    Junto a la cómoda de la habitación, descansaba aquella maraña inmunda de documentos que tan bien ordenados había recogido la noche anterior, y que ya formaban parte de mi personal y caótica jerarquía de catalogación. La llevé al jardín, junto con la caja llena de recortes de periódicos y noticias sobre "la trama" que Paco había recopilado. Se me iban cayendo los papeles por el pasillo; algunos los pisaba, otros se libraban de mi 43, y otros directamente servían como mopa para un suelo que necesitaba una limpieza a fondo urgente. Los separé en dos montones bien diferenciados, uno a cada lado del plato, y proseguí con la conversación, que duró hasta la media noche:


    - A ver, lo tenía por aquí... a ver si lo encuentro - dije mientras rebuscaba entre los papeles las escrituras con las cosas que estaban a mi nombre.
    - Venga, que no tenemos toda la vida - me miraba por encima del hombro y con cierta arrogancia. Pero no me lo tomé a mal, parecía más algo intrínseco de su carácter, de su personalidad, que un mal gesto.
    - Ey, ey, un respeto que soy tu jefe - dije con cierto tono bromista.
    - Perdón, perdón, no iba en serio. Sólo era por hablar de algo... - si hubiera sido un dibujo animado, habría visto el símbolo del dólar corriendo a través de sus ojos; o era un gran profesional, o muy avaricioso.
    - Es broma, hombre, no te lo tomes a mal. ¡Ah mira! Ya lo he encontrado. A ver, es que he leído aquí, - señalé un pequeño párrafo en italiano sobre las propiedades del difunto Giorgio - que esto también es para...
    - Sí, sí, ningún problema, a tú entera disposición -me cortó en mitad de la frase, seguramente, se conocía aquellos textos de memoria.
    - Pues me viene de perlas, en unas horas tengo que salir de viaje ¿Sabes?
    - ¿A sí? ¿Y eso? Quizá me pille de paso en el camino de regreso y pueda acercarte - dijo mostrándose incluso amable conmigo.
    - No Paolo, tú de aquí no te mueves.
    - ¡Ah! ¿Pero no me habías llamado para preguntarme eso?
    - ¿Bromeas? ¿Pero quién te crees que soy? ¿De verdad piensas, que te iba a hacer venir hasta aquí para esa mierda de pregunta? Hombre, ¡Por favor! - puse mi atención hacia el otro taco de papeles.
    - ¿Entonces? ¿Para qué he venido? - dijo mostrando aún más de atención en la conversación.
    - Pues, para esto; - le mostré una revista amarillista que ocupaba toda la portada con un montaje fotográfico en el que se me veía introduciendo una caja de Amatoxina en el hospital, mientras se me caían un par de billetes de 500 euros del bolsillo del pantalón, a modo de calicatura - quiero que recuperes mi honor, y te lleves por delante a estos hijos de puta. Aquí tienes mucha información, lo mismo te sirve de ayuda para saber de qué va el tema...
    - Conozco tu caso a fondo, lo llevo siguiendo desde hace meses, no necesito todo eso, pero gracias. Sólo necesito saber una cosa más... - dijo mientras se rascaba la barbilla.
    - ¿El qué?
    - ¿Lo hiciste?
    - ¿Cómo que si lo hice? ¿A qué te refieres?
    - Sí, ¿Que si lo hiciste? Vamos a ganar seas culpable o no, sólo quiero que seas sincero conmigo... - se le veía muy confiado, o era un buen abogado, o se le daba bien jugar al Póker. De ser así, se estaba marcando un buen farol.
    - No, no por Dios. No sé cómo lo habrán hecho... pero te juro que no tengo nada que ver...
    - Está bien, no necesito más explicaciones, tú ya no tienes que preocuparte de nada, tranquilo. Esto es un juego de niños al lado de en las que me metía nuestro amigo Giorgio. Ese hombre era lo que vosotros llamáis "un tiburón para los negocios".
    - Bueno... pues cuando vuelva, hablaremos de honorarios...
    - Yo no hablo de eso hasta que no termina el juicio, así me aseguro de no cagarla mucho...
    - Me gusta tu forma de trabajar... me gusta. Se hace un poco tarde, y aún tengo que preparar las maletas y descansar unas horitas. Esta será tu casa de aquí en adelante, cualquier cosa que necesites, me lo pides. De momento te haré una transferencia para gastos laborales -le guiñé un ojo-, ahí dentro tienes el ordenador y los juzgados están en...
    -No necesito ir al juzgado, todo cuanto me hace falta lo tengo ahí dentro - dijo señalando a su Lancia, que estaba justo delante del Nissan - y no necesito dinero, me basto y me sirvo yo solito, pero gracias.
    - Madre mía, lo tuyo no son las indirectas ¿Eh? ¡Que te des un gustazo hombre! No te conozco de mucho, pero sé que te lo has ganado, al fin y al cabo, te has andado media Europa por Giorgio... Bueno, lo dicho, saca tus cosas del coche e instálate en el cuarto que hay junto a la cocina - era el mío (el único que había en la casa), pero me daba igual, iba a estar fuera un tiempo, y ya tenía pensada una nueva residencia para cuando volviera (o volviéramos).


    Fui al baño mientras que Paolo se instalaba en su nuevo cuarto. Por el espejo de encima del lavabo, lo veía yendo y viniendo cargado de cables, móviles, tablets y demás objetos tecnológicos, mientras yo me cepillaba los dientes. Tenía un auténtico arsenal, y yo, apenas era capaz de navegar por internet y manejar el GPS del coche. En una de esas idas y venidas, aproveché para entrar un segundo a mi cuarto, y coger ropa y la maleta donde la guardaría. Mientras veía las noticias en un canal 24h, ordené todas mis cosas y me tomé un vaso de leche con Colacao para conciliar mejor el sueño. Sólo me faltó una cosa por meter en el equipaje: su foto. La apoyé sobre un marco que había en la mesa del comedor, me tapé con una manta vieja, y concilié el sueño mientras la observaba desde el sofá.

    Dormí bien, muy bien, pero poco. Lo justo para recobrar una ilusión que, no recordaba desde mi infancia cuando iba a la playa con mis padres o de excursión con el colegio. Eran apenas las 5 de la mañana, pero tenía la misma energía que si llevara durmiendo días. Los ojos me brillaban como nunca antes lo habían hecho, y sentía ese placentero vacío en el estómago, que no tenía ganas de calmar comiendo algo. Sólo quería lavarme la cara, cambiarme de ropa, y salir de allí, no importaba a donde ni con qué motivo, buscaba conducir, durante horas y horas, solos yo, él y unos cuantos de los 32 millones de kilómetros de carretera esparcidos por el mundo.

    Estaba ya saliendo por la puerta, cerrando sin hacer demasiado ruido, cuando me acordé de la foto, no podía ir a ningún lado sin ella. De hecho, no sé cómo había aguantado todo ese tiempo sin la misma. Programé el GPS (1800 kilómetros por delante), puse la foto en el espejo retrovisor, le miré a los ojos por última vez, y pulsé el botón. A centímetros del suelo, detrás de un motor creado en una cámara aséptica, y justo delante de un par de maletas, la felicidad hizo acto de presencia y se sentó de copiloto. Aluminio, iridio y un toque de carbono fueron suficientes para despertar el miedo en la urbanización. Aquellas luces blancas surcaron las solitarias y oscuras calles a su particular velocidad de crucero. No veía el momento de ver amanecer dentro de aquella cosa, no veía el momento de parar, sólo quería empezar el viaje una y otra vez, y eso que apenas había salido.

    Las calles de Jaén eran más naturales a aquellas horas; apenas un barrendero o un mendigo rompían la calma de sus rincones. Las luces naranjas de las farolas sólo encontraban compañía en su propio reflejo sobre las baldosas. Y yo tampoco la encontraba en aquella maldita radio plagada de música clásica, chill out y videncia radiotelefónica. Me decidí por dejar una emisora un poco más comercial, que de madrugada hacía un especial de canciones románticas. Cuatro trasnochadores llamaban para dedicar canciones a mujeres que jamás tocarían; unos psicópatas, vamos. Pero hubo uno, un tal Jose, que me cayó bien. Dijo algo de que estaba de guardia en una obra y, pedía las canciones una detrás de otra. Con Tracy Chapman de fondo, abandoné Jaén; pronto se convirtió en una mancha de luz en el espejo. No sé que tenía la noche, que me encantaba. Ese toque misterioso de no saber qué había más allá de mis faros... era algo inexplicable. La monótona autovía sólo era alterada por las luces de pequeños pueblos a lo lejos, de camiones con productos perecederos (los amos y señores a esas horas) y los neones anticuados de puticlubs y algún bar de carretera.

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    Tras pasar Despeñaperros entre cruzadas y acelerones, descubrí que nuestro país, infectado de radares (como si de minas antipersonas se trataran), era fácilmente manipulable. Aquel pitido que paralizaba la actividad del equipo BOSE cada vez que me aproximaba a una de aquellas cajas blancas, me protegía de quedarme sin carnet en un par de horas. Ese "extra" del coche, me encantaba; no sabía cómo había podido vivir sin uno de esos en mi GT3, del que ya casi ni me acordaba. Sólo aparecía de vez en cuando en mis recuerdos, escupiendo el quejido de su 6 cilindros a milímetros de mis tímpanos. La diosa Soberbia me tentaba a desviarme de la ruta e ir a por él, allá donde estuviera, y traerme sus restos para un entierro digno.

    Pero tras mirar por el retrovisor un par de veces más, supe que aquello no era lo que tenía que hacer. Sus verdes ojos, como si de mi ángel bueno se trataran, me pedían ayuda desde tan lejos, que apenas podía oírlos. Pero sentía que no tenía elección, ella y sus carnosos labios comenzaron con aquello, y en mi mano tenía la pluma con la que continuar escribiendo. Sólo paré una vez en España en mi ascenso hacia el Norte, aún con el Sol negándose a aparecer. Había recuperado el apetito, y mientras observaba el deportivo con emoción, me comí un buen bocata de jamón a esa hora en que lo normal eran un par de tostadas con aceite. Parecía esconderse entre un par de enormes trailers, esperando el momento de acabar con ellos. Pero su pintura, brillante y pulida incluso tras cuatrocientos kilómetros de mosquitos estampados y porquería, lo delataban. Daba igual lo grande que fueran aquellos camiones, la gente de la estación de servicio sólo tenían ojos para él. No tenía la línea de un 911, ni la elegancia de un Aston Martin, ni la deportividad de un Ferrari, pero tenía algo de los tres, y servía para cumplir las mismas funciones que estos, pero con nota sobresaliente. Era mi número dos en la lista de "compras realistas" antes de que Giorgio me elevara a un universo superior en el que todo era posible.

    Volaba a 250 por hora mientras el Sol incidía sobre el cuero granate del interior y directamente sobre mi piel. No tardé demasiado en poner el aire acondicionado , el Verano estaba cerca y el cambio climático hacía que cada vez llegara antes. A las 12 del medio día, paré a comer, ya en Francia, en el mismo sitio donde lo hice día antes con Paco y Giorgio. Fue inevitable acordarme de ellos mientras veía en las noticias francesas que la situación en India estaba cada vez peor, debido a los encontronazos entre los sectores más radicales de cada religión. Bombay se había convertido en una pequeña zona de guerra. Yo me asusté mucho, de hecho, no pude ni acabarme el plato de macarrones con tomate que había pedido; aquello me quitó el hambre en un momento. No quería imaginar cómo lo estaría pasando María desde Jaén, y pensé que lo mejor sería no pensar en cómo estaba Cristina. Me planteé seriamente si aquel viaje sería lo mejor para nosotros, o si lo ideal hubiera sido coger un vuelo desde Madrid y llegar allí en unas horas. Pero el caso es que ya estaba hecho, tenía el número del gestor en el bolsillo, y una cita con el mismo a eso de las 8 de la tarde.

    Así que decidí no entretenerme demasiado. Fui al baño, pagué la cuenta, y me dispuse a huir rumbo a donde Godzilla me llevara. Pero al salir del restaurante, me pasó algo curioso: estuve como un cuarto de hora buscando mi coche, hasta que recordé que no era el 911, sino el GTR, el que me había traído hasta allí. Contemplé por última vez aquellas plazas de aparcamiento donde dejamos al Golf y mi difunto "pepino", y puse rumbo (ya sin más paradas que las necesarias para repostar) al corazón de Italia. El camino, acompañado de esa obra de arte con ruedas, se me hizo muy corto.

    Con el Mar Mediterráneo a mi derecha durante más de mil kilómetros, la Costa Azul y su particular ritmo de vida, y el sonido del aire chocando contra la carrocería a velocidades muy por encima de lo legal, la preciosa ciudad de Pisa y su iluminación a esas horas de la tarde no tardaron demasiado en indicarme que mi destino estaba muy cerca. Volvía a estar en la tierra de los cavallinos rampantes y la pizza Margarita; había tardado 32 años en ir, y apenas unos días en volver. Si lo había hecho por amor al arte o por pura necesidad era lo de menos, nada de lo hecho esos últimos días entraba dentro de una explicación coherente o racional, así que me limité a dejar fluir la coyuntura y simplemente, me deslizaba por el tobogán de mi nueva vida.

    [​IMG]

    7:30 PM. Aparqué mi montura azulada frente a aquel edificio minimalista con un cierto toque industrial. No entendía muy bien de qué se trataba, pero difería mucho de lo que esperaba encontrarme. Saqué el número del bolsillo, lo puse sobre el salpicadero, y esperé a que llegara el gestor en la puerta de aquel teórico astillero. Poco o nada tenía que ver con mi idea de atarazana sucia y oscura que me habían mostrado películas o televisión. Aquello era más bien un centro de culto al arte, fundido con la tecnología; era la explicación más lógica a que la física y las matemáticas podían ser bellas. Tras un escaparate se podían intuir verdaderas naves espaciales, la mayoría de ellas oscuras y amenazantes. Eran muy angulosas, parecían estar diseñadas con escuadra y cartabón. Pero lo realmente impresionante no se escondía tras los cristales, sino donde acababa el edificio y empezaba el puerto de Livorno. Bajo unas mantas del tamaño de media Capilla Sixtina, se escondían estructuras imponentes, siluetas inimaginables y creaciones dignas de una novela de Julio Verne.

    Estuve tentado a acercarme a aquellos escaparates, o a saltar alguna de las vallas para conocer más a fondo una de aquellas máquinas. Pero unos carteles de dos por dos en los que ponía con letras a prueba de 25 dioptrías "Vietato passare a sostare" me echaron para atrás. Aproveché esos momentos para encontrarme un poco conmigo mismo y relajarme, nuevamente, tras unos nuevos días ajetreados. Cogí su foto, y la puse sobre el volante; estuve observándola como un cuarto de hora mientras que jugaba con el anillo que me dejó antes de marcharse. Sus labios volvieron a juntarse con los míos por un instante y estuvo junto a mí sentada por unos segundos. Pero el reflejo de unos faros desvirtuaron mi atención y sintieron curiosidad por aquel vehículo solitario, que circulaba por la zona portuaria de la localidad italiana, desértica a esas horas de la noche. Un Audi A8 de color negro aparcó tras de mí, y un señor bajito y trajeado se bajó de éste. Fue hacia mi ventana y la golpeó un par de veces con los nudillos. La bajé para ver qué me contaba:


    - ¿Carlos? Sei Carlos?
    - Sí, soy Carlos, encantado, ¿Qué tal está? - extendí mi mano y la saqué del habitáculo.
    - Sono Mario, venga con me - dijo mientras me estrechaba la mano. Después, sacó un manojo de llaves y se acercó a una puerta que había en un lateral del edificio, justo al empezar la valla.


    Bajé del coche, lo cerré con el mando, y lo dejé abandonado a su suerte en mitad de aquel fantasmagórico polígono industrial, cuyo silencio sólo era roto por el ruido de las olas chocando contra un espigón cercano, coronado por un faro. Lo seguí sin mediar palabra, pues ni mi nivel de italiano, ni su nivel de español eran muy buenos. Yo era como un turista perdido, con la única ayuda de un guía que no dominaba mi idioma. Él, sin embargo, actuaba más como un subordinado, era un súbdito a mi orden y servicio.

    Entramos de lleno en aquel pulcro astillero, sin manchas de aceite, sin hierros tirados por el suelo. Sólo había embarcaciones relucientes, algunas terminadas y otras a medio hacer. Me acerqué a una de ellas, que era bastante grande, y sobre todo, radical. Pero el tal Mario volvió a por mí y me animó a seguir andando entre grúas y contenedores, mientras decía: "Sono tutti venduti". Tras un par de minutos andando, llegamos a un hangar que se encontraba al mismo filo del muelle, y parecía estar conectado al agua a través de éste. Volvió a sacar el manojo de llaves y abrió un puerta pequeña que había junto a otra enorme, juraría que incluso un avión pasaría por allí sin problemas.

    Tras cruzarla, todo permaneció a oscuras durante unos segundos, y mejor que lo hubiera hecho un poco más, pues mis retinas no estaban entrenadas (y eso que llevaban unos días "a tope") para ver eso. "Mr. Ávalos, questo è il Lacrimosa".


    Continuará...

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    Última modificación: 26/12/12
  19. Carlosupercars

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    Parece que el sistema para insertar vídeos de Youtube a cambiado y ya no me funciona copiando el enlace de "me gusta", a ver si me decís otra forma de hacerlo. Gracias, un saludo.
     
  20. ATM

    ATM Soloporschista

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    Gracias por el capitulo Carlos, estoy impaciente por saber que pasara en el siguiente.

    Un saludo :Thumb: