Nuestros Espónsors

911, memorias de un futuro incierto (relato).

Tema en 'Foro general Porsche' comenzado por Carlosupercars, 11/10/12.

  1. joschelito

    joschelito Soloporschista

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  2. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    :beer::Popcorn: XD !! .. antes del FIN del MUNDO ...eh :rojo::[amen] :D :Thumb:
     
  3. 250 gto

    250 gto Usuario +

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    :[applause] :[applause] ...... muy bueno Carlos !!!!!
     
  4. juanfran

    juanfran Senior +

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    Muy bonita historia Carlos, creo que tienes un don, sería una lástima que no lo aprovechases, gracias por hacernos pasar un buen rato.
     
  5. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    ME caguento, toda la semana esperándolo y me lo he leido en un ratico nomás ... os acordais cuando Carlos estaba como un sin techo colandose en autobuses?? miralo ahora contratando abogados caros :D
     
  6. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Ahí está la gracia de la historia jejejej, sería una buena moraleja: "En los momentos, no te rindas, porque lo mejor está por llegar" :Thumb:

    Bueno, mientras que escribo algo (que ahora con los exámenes está jodido...) os dejo un video para amenizar un poco la espera:

    http://youtu.be/XMafgPR7XXg

    No sé porqué no puedo insertarlo aquí, pero bueno, las cosas de youtube, que han cambiado el tipo del enlace al darle a "me gusta" y ya no funciona...
     
  7. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    He estado un poco liado y cuando he visto capítulo nuevo uafffff que grande, me gusta como va el tema.
     
  8. BM3W

    BM3W Soloporschista

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  9. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 38


    "Lacrimosa", no sabía muy bien qué significaba, pero sonaba tan bien... En mi mente, se formaba una imagen al pensar en esa palabra, que encajaba a la perfección con aquel lugar. Ese olor virginal, puro e incólume de los materiales de la embarcación, sólo eran alterados por unos pequeños matices a agua salada, que no hacían sino dar más sensación de pulcritud al sitio.

    Mario hablaba y hablaba, pero por un oído me entraba, y por los ojos me salía. Fuere quien fuere el creador de aquel engendro, era evidente que aquel don no se lo había dado el dinero ni el dominio de la técnica. Aquello era un cóctel divino entre perfección y precisión, aliñado con un toque de locura. Parecía estar rompiendo la barrera del sonido incluso parado, era desafiante y lóbrego. Me daba miedo acercarme a él, llegué incluso a sentir escalofríos dentro de aquel hangar. Me faltaban capas de ropa para protegerme de su aliento inquietante.

    Aquel chico seguía escupiendo frases y palabras sin aparente sentido gramatical o léxico. Solo fui capaz de diferenciar palabras sueltas tipo: "DaVinci", "Arte" o "Rapidissimo". Lo di la vuelta como diez veces; aunque no sabía si era de proa a popa, o viceversa, pues no era capaz de encontrar sentido, orden o armonía en "eso". Quizá era por mi vista periférica, que poco o nada abarcaba ante semejante estructura. Unos focos azules pintaban aquel casco de un fino gris, casi negro, que se fundía con las ventanas de cristal y metacrilato. Se veía muy limpio y frío, mas, a la vez, tenía cierto toque cálido y cercano que me invitaba a entrar lo antes posible; como si de Eva invitando a Adán a probar de su manzana se tratase.

    Aquel italiano, bajito y paliducho, enfrascado en aquel disfraz de hombre de negocios, desapareció durante unos segundos entre uno de aquellos vértices infinitos de la embarcación. Al instante, un sonido mecánico e hidráulico, me hizo volver a la supuesta popa de la nave. Una enorme pasarela surgió a ras del suelo del hangar mientras el aire congelado entraba por las enormes puertas de éste. Apenas estaban abiertas una décima parte, pero era más que suficiente para que la brisa marina helara hasta los huesos. Ya tenía una razón más por la que entrar a ver las entrañas de aquella maravilla: el calor de su interior.

    Con miedo a que alguien me llamara la atención (seguía sin hacerme a la idea de que era dueño y señor de ese "barco"), puse un pie sobre aquella plataforma, de unos dos metros de largo y apenas un palmo de anchura. Conducía directamente a una especie de Flybridge, con suelo de madera y apenas unos metros cuadrados de espacio. Resultaba sensualmente atractivo, su figura recordaba ligeramente a la de un coupe. Me dispuse a cruzar por aquella curiosa estructura (completamente de carbono) , cuando me percaté de que, debajo de mí, se encontraban dos enormes turbinas de lo que parecía un motor a reacción. Tragué saliva, como no lo hice ni cuando destapé el Veyron del garaje; aquello no era un barco, era la peor pesadilla de la náutica moderna. Fui consciente de que estaba entrando en una máquina muy seria, pero no hasta el punto que se merecía. Como el primer avión de los hermanos Wright, o el "F=M•a" de Newton, aquello era también un pedazo de historia, algo digno de pasar a los índices de las enciclopedias como un nuevo hito del ser humano en su lucha por el dominio de los mares. Pero era mi ignorancia hacia ese mundo, desconocido para mí hasta ese momento, lo que me hizo, en cierto sentido, subestimar lo que tenía ante mí.

    Unos enormes cristales tintados impedían el paso al interior, que parecía estar herméticamente sellado. Tras un rato buscando algún tirador o manivela para acceder a la cabina, descubrí un pequeño botón a la derecha de las enormes puertas, sobre uno de los pilares principales. Apenas me dio tiempo a apoyar mi mano sobre éste, cuando un mundo hasta ese momento desconocido, se abrió ante mis ojos, que apenas podían creer lo que veían. Si desde fuera parecía grande, desde dentro aún lo era más. Esperaba encontrar un interior rudo y precario, adaptado a las necesidades de control de semejante bestia. Pero en vez de estar todo lleno de cables, ordenadores y joysticks analógicos, lo que me encontré fue un panorama más digno de cualquier apartamento de lujo de Singapur o Hong Kong. Tenía una clara inspiración oriental: el suelo estaba forrado de un moqueta muy delicada que me daba miedo pisar con zapatos. Había un par de sofás de color blanco, una televisión enorme y poco más en un, para nada recargado, salón minimalista de alta mar. Pero determinados detalles, como las esculturas de mármol o los cuadros firmados por Da Vinci o Picasso, daban una idea de que, ese lugar, no era para nada humilde ni recatado; rebosaba lujo y clase por los cuatro costados.

    Me quité los zapatos y me atreví a entrar pisando con mis sudados y antihigiénicos calcetines de "acliclas". Ese suelo jamás habría sentido una deshonra mayor que en ese momento, pero aún así, mi curiosidad me hizo explorar cada rincón de aquel seudoparaíso. Cuando estaba toqueteando el escueto puesto de mandos de la nave transatlántica, un perfume agradable, a la par que intenso, inundó toda la sala. Unos pasos se abrieron camino a través de la pasarela, cruzaron la miniterraza, para más tarde dejar de escucharse por unos segundos, sin saber muy bien si se estaba quitando los zapatos, o simplemente estaba ametrallando aquella moqueta (suave como la seda) con la punta del tacón.

    Yo seguía observando aquel cuadro de mandos, compuesto únicamente por un pequeño timón, una especie de palanca para el control de la velocidad, y una pantalla con GPS y multitud de parámetros que no entendía demasiado bien. Y de repente, una voz femenina bastante deteriorada, comenzó a hablar:


    - Este fue su último gran proyecto, íbamos a dar la vuelta al mundo con él, pero no llegó a estar acabado para cuando él enfermó - no podía creer que estuviera allí -; cogió lápiz y papel y estuvo dos semanas sin salir de nuestra casa de Cerdeña. Decía que era para la jubilación. Yo prefería un velero o algo más "pequeño", pero a él cuanto más grande y rápido fuera, mejor.


    Para mi sorpresa, la mujer de Giorgio (la misma del tanatorio de Adenau y de las fotos del garaje) había venido a verme. Él había muerto, pero su recuerdo, y con éste su fantasma, se negaban a irse. Esos últimos días no había tenido un sólo instante en el que la figura del italiano no volviera una y otra vez a atormentar mi mente. El caso es que, para tener una edad similar a la del viejo, se conservaba bastante mejor que éste, y desde luego, sería una oportunidad única para terminar de atar cabos:

    - ¿Es usted la mujer, bueno, la viuda de Gi... orgio? - dije entrecortándome, su presencia imponía bastante respeto de por sí, y más sabiendo quien era.
    - Pues sí hijo, eso parece -comenzó a andar de arriba para abajo, tocando cada mueble y cada escultura del lugar-. Así que un compatriota se ha quedado con todo esto ¿Eh?. Me alegro mucho, he oído muy buenas cosas sobre usted, y de las malas no me creo nada -dijo mientras sonreía, sin poder disimular la emoción que mostraban sus ojos brillantes.
    - ¡¿Es usted española?! - dije bastante asombrado.
    - Pues sí, bueno, oficialmente llevo unas décadas siendo italiana, pero me crié en España -toqueteaba nerviosamente un par de pulseras de plata que llevaba puestas en la muñeca-. Vine junto a mis padres en busca de un futuro mejor cuando tenía 15 años, desde Galicia. Mi padre estuvo trabajando en las minas hasta que un cáncer de pulmón se lo llevó unos 6 años más tarde. Gracias a Giorgio no morí de hambre, tardó unos años más en llegar a lo más alto por mi culpa, pero nunca me reprochó nada... bueno, de igual, que no quiero aburrirte con historias de viejos.
    - ¿Bromea? Me encanta escucharlas. Además, me da la sensación de que no voy a ser capaz de poner en marcha esta cosa. Necesitaré mucho tiempo y una tripulación de 15 o 20 hombres para llegar a la India, ¿Hay algún aeropuerto cerca?
    - La barca può essere guidata per una sola persona -un chico bastante joven (más o menos de mi edad), hizo acto de presencia tras cruzar la pasarela.


    Una gran ristra de luces leds iluminaba aquel acogedor interior, en el que dos completos desconocidos se dirigían hacia mí sin saber cómo ni en qué momento me habían conocido tan bien. Ambos hablaban conmigo como si lleváramos toda la vida tratándonos. Yo me mantenía confuso y algo desorientado, aunque hubiera firmado por quedarme allí hasta los restos. Insisto en que, en mis 32 años de existencia había visto cosa igual, un fórmula 1 o un Pagani Zonda parecerían pura chatarra a su lado:


    - ¿Qué dice? - pregunté dirigiéndome a la mujer - Y a todo esto... ¿Cómo se llama?
    - Me llamo Sofía, y dice que el barco lo puede conducir una sola persona. Como ya le he dicho, lo había diseñado para que diéramos la vuelta al mundo, sólo nosotros. A pesar de su edad, seguía manteniendo el romanticismo del primer día. Me hizo sentir joven hasta el último momento; aparentemente soy una mujer vieja y oxidada, pero créame chico, que tengo 18 años desde el día que lo conocí.
    - Pero Sofía, por favor, dígame quién era Giorgio...¿Siempre ha sido tan rico? ¿Era el hijo de algún dueño de las minas?
    - No Carlos, ni mucho menos -¿Cómo sabía mi nombre? Mejor no preguntar...- . La primera vez que lo vi, llevaba toda la cara de color negro, incluso sus ojos estaban manchados de aquel polvo gris que acabó con la vida de mi difunto padre, y que casi acaba con la suya también. Pero él tenía algo de lo que mi padre carecía, éste se conformaba con llevar un plato de comida a su familia. Prefería estar doce horas bajo tierra, sudando y desgastando su cuerpo, a arriesgar algo y perderlo todo. Sin embargo, Giorgio aún tenía ilusiones, sueños y esperanzas de un futuro mejor. Los chavales de su edad invertían su tiempo libre en bares y cerveza. Él era mucho más solitario. A veces, paseaba a las cuatro o cinco de la mañana y me lo encontraba yendo de aquí para allá en su bicicleta. Una de esas noches (en las que iba a casa de uno de los señores de la isla, a cuidar de un anciano enfermo), en una esquina entre dos calles, no me vio venir y me atropelló. Apenas me hice nada, pero él insistió en llevarme al trabajo, que quedaba a unos cuantos kilómetros de allí. Para mi sorpresa, me llevó a la playa, donde escondía un pequeño barco velero hecho con retales de tela y maderas podridas. Por aquella época, en Cagliari había un montón de almacenes de pescadores en la costa, y en uno de ellos, era donde él invertía todo su tiempo. Al principio me daba miedo montarme, no parecía muy seguro. Pero, para mi sorpresa, era rapidísimo; en unos minutos, me había dejado en la puerta. Decía que estaba ahorrando para ponerle un motor, y que entonces, ninguno barco sería tan rápido como el suyo. Yo era muy guapa por aquel entonces, y el apenas era un crío con muchas ilusiones y poco dinero. Pero vi algo en él que no vi en mis otros "admiradores".

    - ¿Y qué paso después? - aquella historia me resultaba muy interesante, y yo era incapaz de no verme en aquel barquito con Cristina a mi lado.

    - Seguimos viéndonos, y cuando quise darme cuenta, estábamos saliendo juntos. Después todo fue muy rápido; estaba a punto de comprarse aquel ansiado motor de tercera o cuarta mano, cuando mi padre falleció, haciéndose él cargo de mí y de mi madre. Tuvo que seguir trabajando otros tres años en las minas para ahorrar lo suficiente como para irnos de la isla. Estuvimos un tiempo viviendo en Santa Agata, hasta que se enteró de que en Livorno vendían un pequeño astillero en quiebra. Utilizando como aval la casa de sus padres, hipotecó nuestro futuro con tan sólo 22 años y compró unas cuantas máquinas y un poco de material. Al principio sólo trabajábamos él y yo en aquella fábrica, arreglando pequeños golpes de barcas de pescadores. Pero tras unos comienzos duros, y tras cuatro años más ahorrando, consiguió hacer realidad su sueño. Construyó una versión mejorada del barco de Cerdeña, y para sorpresa de todos los empresarios de la época, Giorgio, sin estudios ni conocimientos de náutica, creó un barco que arrasó con los de la competencia. A partir de ahí todo fue a nuestro favor, cada vez construía barcos más grandes y rápidos. No había rico de la época que no quisiera uno de sus yates junto a su Ferrari. Al final, el mundo de la navegación se le quedó pequeño, y comenzó a invertir en más y más cosas. Compró incluso una farmacéutica con el objetivo de descubrir una cura a su infertilidad. Fue el único sueño que no pudo cumplir, por lo demás, todo cuanto quisimos, pudimos hacerlo. Creo que, en ti, encontró al hijo que nunca tuvo, y por eso te lo ha dejado todo... Y el resto de la historia, ya la conoces; un día desapareció y a los dos meses ya había vendido toda cuanto tenía. Tampoco me importaba, hubiera necesitado mil vidas para gastarla; siempre hemos vivido a medio camino entre Livorno y nuestra casita de Cerdeña. De los miles de millones de euros que sacó de beneficio, nadie sabe nada, y sólo los restos sé donde están: todo está a tu nombre, incluida la casa.


    No podía creerme lo que acababa de oír, ¿Qué clase de persona era Giorgio para dejar sin casa a su mujer? Pero entonces recordé las palabras que dejó en la carta que me encontré en el garaje: "Te dejo todo cuanto tengo, podría haberlo repartido con otras personas a las que también les hace falta, pero sé que eso, lo harás tú por mí", y supe lo que tenía que hacer:


    - Por la casa no se preocupe, estese tranquila. Pero, ¿Y los coches?, ¿Eso tampoco lo sabía o qué? - pensé que algo no cuadraba en todo lo que me estaba contando.
    - Bueno, esa era su otra gran pasión, se compró el primer Lamborghini con 28 años, y espero casi 20 más hasta que se compró el primer Ferrari. Según me contó, tuvo problemas con el dueño de joven y no quería darle el gusto en vida de comprarle unos de sus coches. Cada fin de semana iba a un circuito diferente, al principio, yo lo acompañaba, pero llegó un momento que fue tal su obsesión, que era incapaz de seguir su ritmo de trabajo y hobbies. Y bueno, cuéntame, ¿Por qué la India?
    - Bueno, yo soy como Giorgio... pero un poco más viejo, jeje. No se llama Sofía, pero el fin es el mismo, y no pararé hasta encontrarla, y menos ahora que parece que mis problemas económicos se han esfumado. Y señora, sepa que la fortuna de su marido sigue siendo suya, ese dinero no me pertenece, al menos no aún, así que no se preocupe, cualquier capricho o cosa que tenga que pagar, sólo tiene que decírmelo.
    - Gracias joven, pero no necesito demasiado para vivir, yo también tengo mis ahorros, la vida de rica no me ha hecho vivir por encima de mis posibilidades, no te preocupes. Y ella... ¿Cómo se llama?
    - Cristina.
    - ¿Es... es guapa?
    - ¿Guapa? En mi vida he visto mujer igual. No he hecho una locura así antes, pero créame, que ni siquiera a los coches los he amado tanto como a ella. No sé si son sus ojos o su forma de ser, pero está rozando la obsesión, no puedo esperar más para verla, esto no es vida...
    - ¿Cristina? Giorgio me habló de ella el único día que me llamó. Lucha por ella, o te arrepentirás toda tu vida por lo que pudiste hacer y no hiciste. Además, algo me dice que ella te quiere más aún a ti, y yo de esto sé un poco, que son ya muchos años, cariño.


    El sonido de un claxon desde la puerta del hangar interrumpió nuestra conversación. Sofía miró hacia atrás y volvió a hablarme, ahora un poco más agobiada:


    - Bueno hijo, tengo que irme ya, nunca pongas a tu servicio a tus amigos, o al final serás tú el que trabajes para ellos -se me vino a la mente mi gran amigo (y nuevo mecánico) Paco-... Gracias por darle a Giorgio lo que le faltaba para ser feliz. Perdió una esposa pero ganó un hijo. Al fin y al cabo, murió sonriendo, y eso es lo que importa. Ahora sólo tienes que encontrarla, y ser todo lo feliz que puedas. Lo único que no te va a gustar de la vida, es que te va a parecer demasiado corta.
    - No, las gracias tendría que dárselas a él. Yo era un muerto en vida hasta que lo conocí, nunca he tenido el valor o las fuerzas para hacer lo que de verdad me apetecía. Siempre lo he aplazado todo, lo he dejado para más tarde o simplemente me he olvidado de aquellas personas que quería o de las que me enamoré. Pero él me enseñó que no debo dejar para mañana lo que puedo hacer hoy. Sólo eso, vale más que todo lo que me ha dejado, y si no hubiera tenido el barco, habría ido a buscarla en bici, créame. No soy muy creyente, pero si el cielo existe, él se lo ha ganado, y espero que me esté observando desde allá arriba pensando que estoy haciendo lo correcto.
    - Dame una abrazo -dijo mientras trataba de ocultar su emoción.


    Tras unos segundos, se quitó una lágrima con la mano, y volvió por donde mismo había venido. Yo me quedé parado, observando aquella sala, con sus cristales angulados y sus formas imposibles. Al par de minutos, el sonido de un V8 (seguramente el del mismo Maserati Quattroporte que vi en Nurburgring) se alejó entre el frío que cubría la noche. Tardé unos segundos en recuperar el aliento, y conseguir el valor para hablar con aquel chaval, que esperó pacientemente en uno de los sofás a que acabáramos con la conversación. Parecía muy confiado, y conocedor de aquella máquina en la que nos encontrábamos, estaba como en su propia casa.

    Me senté en el sillón de enfrente, y tras un rato sin decir ninguno nada, él se levantó y se dirigió hacia la planta baja, de donde subió al poco rato con un portátil entre las manos. Mi reloj marcaba ya las 12 de la noche, pero la verdad es que no estaba cansado, a pesar del largo viaje que me había marcado. Puso el ordenador en la mesa del centro y me hizo un gesto para que me acercara. Me mostró multitud de fotos del barco, e incluso algún video en el que se mostraba de qué era capaz: daba pánico ver aquella cosa volando sobre el mar, mientras que el helicóptero que lo grababa apenas podía seguirle el ritmo. Pasó el resto de la noche explicándome el funcionamiento del barco, cómo utilizar el piloto automático y algunos fundamentos básicos sobre navegación. Aprovechamos también para alquilar un amarre en el puerto de Bombay, y dejarlo todo preparado para el viaje (algo no muy fácil cuando no se comparte el mismo idioma). Y por último, me mostró mi parte favorita de la embarcación: el garaje. Sí, por increíble que pareciera, un amante de la automoción como Giorgio también había pensado en un lugar para su coche. Así que, el GTR también se vendría conmigo a la India. Miedo me daba pensar cómo se desenvolvería entre el caos que tenían por tráfico en aquel país, pero el caso es que, con toda seguridad, me sería útil. Por una compuerta que se abría en un lateral del barco, aparqué a Godzilla y dejamos todo listo para zarpar. Mario, por su parte, se encargó de que las autoridades hicieran la vista gorda ante mi nula experiencia y la ausencia de cualquier permiso para tripular un barco. Incluso llamó a los encargados del estrecho de Suez, todo parecía ir sobre ruedas...

    Cuando quise darme cuenta, estaba viendo el Sol salir por el Este, en la línea donde mar y cielo se fundían en uno. Tras unas pequeñas maniobras que tuve que hacer con ayuda de los prácticos del puerto, el piloto automático hizo su función y estaba surcando un tranquilo Mar Tirreno a 140 kilómetros por hora. El espigón de Livorno comenzó a transformarse en una mera silueta tras la estela del barco. Se me quitaron todas las penas, y me fue inevitable sentirme poderoso al mirar con desprecio el resto de barcos y su escasa velocidad. Busqué la canción de "Feo, Fuerte y Formal" en el ordenador, la reproduje a todo volumen en todos los altavoces del barco, y cogí un habano que había en un pequeño cajón debajo del timón.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=2EmHYHGabKc"]Loquillo Y Trogloditas - Feo, Fuerte Y Formal - YouTube[/ame]


    No había fumado en la vida, pero esa situación bien merecía un pequeño homenaje. Salí a cubierta, y me senté en una especie de colchón bastante cómodo. Con mis gafas de Sol puestas, un puro encendido entre los dedos, y Loquillo de fondo, no pude más que tumbarme a esperar llegar a mi destino. 4400 millas náuticas me separaban de Bombay, pero desde aquella posición, con el aire rozando mi cabeza a toda velocidad, y el puro sin apagarse (parecía haber muchas horas de túnel de viento invertidas en aquel barco), casi podía distinguir la Puerta de India en el horizonte. Hasta sus ojos brillaban ya como faro en una noche sin estrellas; pero bueno, esa clase de romanticismos eran un poco estúpidos a bordo de semejante bestia. Acabé con el puro, y me fui a la sala de mandos nuevamente: era el momento de ver de qué era capaz el "Lacrimosa".



    [​IMG]


    Continuará...

    http://911memoriasdeunfuturoincierto.wordpress.com/
     
    Última modificación: 24/12/12
  10. Carlosupercars

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    Antes de decir lo de siempre, quiero pediros disculpas porque esta última semana, ni he podido colgar capítulos, ni responder casi a los comentarios ni nada de nada. Además, la falta de práctica seguramente se notará negativamente en la calidad de este último capítulo. Y ahora, lo de siempre:

    Si tenéis cualquier queja o sugerencia, por aquí me tenéis. Espero que os guste, un abrazo y gracias.

    Pd. Si alguien me puede decir como inserto vídeos de Youtube se lo agradecería....
     
  11. ATM

    ATM Soloporschista

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    Copias y pegas los enlaces directamente cuando escribas y ya esta hecho.

    Voy a leer ya el capitulo, no puedo esperar mas :maria:

    Un abrazo grande Carlos, y nos vemos en los Ferrari Days del año que viene... :Silbar::amiguitos:
     
  12. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    ENGANCHADO !! :D:Thumb::cool:
    Felices Fiestas :Thumb:
    ,
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    .
     
  13. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    ENGANCHADO ESTOY!!
    Feliz Navidad:Thumb:
     
  14. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    Caguento Carlos, justo ahora!!! me parece que esta noche me voy a ausentar de las tediosas cenas familiares para dar rienda suelta a la lectura, feliz Navidad a todos!
     
  15. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 39



    Planeé sobre los mares durante días, camino de un lugar que no conocía. A 200 kilómetros por hora de velocidad de crucero, tardé en acostumbrarme a aquella sensación en el estómago, aunque he de reconocer que la embarcación era realmente cómoda. Cuando ese momento llegó, y me adapté a esa tremebunda celeridad, el miedo dio paso al aburrimiento, y entonces comenzó lo realmente difícil. Le preguntaba a la Luna dónde se encontraba ella, pero sólo obtenía monólogos a cambio. La cúpula estrellada, de noche, en mitad de ninguna parte, me mantenía embelesado durante horas, echado sobre aquella tumbona. Desde la costa italiana al Golfo de Adén, pasando por Suez y el Mar Rojo, mi único entretenimiento, 24 horas al día, era observar su foto, que acabó medio borrada de tantas veces que le pasé la mano por encima.

    Viví en esa dimensión paralela durante un par de días, creyéndome casi Dios a esas velocidades. Adelantaba a los barcos como si estuvieran parados y pintaba estelas que se perdían en el horizonte, dibujando trazos imborrables. Me gustaba parar el motor a las dos o tres de la mañana, y dejar que sólo el mínimo movimiento de las olas nos mecieran a mí y mi compañero metálico en mitad del Océano Pacífico. A lo lejos, observaba uno de los mucho enormes pesqueros japoneses que poblaban aquellas zonas, con sus enormes focos apuntando hacia el mar como único faro de una noche profundamente oscura (como nunca la había visto antes), pero alumbrada por millones de cuerpos celestes, que convertían las tinieblas en una extensión del día. Agua salada en cantidades ingentes, algún animal marino desorientado y el ruido de las turbinas de los aviones fueron mi única compañía durante ocho mil kilómetros.

    Apenas nada que destacar durante el viaje, a excepción del episodio del intento de abordaje en la costa de Guinea; nada grave, pues en unos minutos ese grupo de piratas a bordo de una zodiac de convirtieron en una mera anécdota que contar en mi diario de viaje. Pero las millas pasaron, y cuando quise darme cuenta, las estrellas del Océano pacífico dejaron de brillar con aquella intensidad, y a babor, ya se podían distinguir las luces naranjas de las grandes urbes asiáticas. Mi soledad tocaba a su fin, y con ella, el momento de actuar y ponerme manos a la obra. El barco contaba con multitud de lujos, pero no con una conexión a Internet (o al menos yo no la encontré). Así que, algo me decía que ese folleto informativo en inglés de una ONG casi desconocida, sería poco más que humo dentro de una metrópolis de rascacielos y chabolas.

    Dejé de fiarme del piloto automático, y creí que sería más responsable por mi parte tomar el control de la nave. Enormes colosos comenzaron a formar parte del tráfico marítimo en las inmediaciones de Mumbay, o Bombay, lo mismo daba. El Lacrimosa se comportaba como un atleta de élite entre obesos; era ágil y maniobrable, mientras que algunos de aquellos petroleros podían prolongar las maniobras de frenado y acercamiento durante horas. No costó demasiado localizar el pequeño puerto de Ferry Wharf en el que habíamos conseguido un amarre. Para mi sorpresa, aquello no era la típica marina de un pueblo pijo de costa ni una de tantas macroinstalaciones para ricos. Pescadores y mujeres con grandes capazos de aquí para allá formaban parte del ambiente de la zona. El olor a pescado podrido y suciedad provocaron que, incluso a cubierto, tuviera que taparme nariz y boca con un pañuelo.



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    El canal por el que iba apenas podía abarcar las enormes dimensiones de aquel monstruo. Si a eso le sumamos la presencia de decenas, quizá cientos, de pequeños barcas a ambos lados y los ojos de la multitud que miraba con estupefacción, la maniobra de aproximación fue poco menos que una misión imposible. Tras rebasar esa primera fase, la segunda(amarre), no fue mucho más sencilla. En mi supuesta zona reservada, había un mínimo de otras 10 o 15 embarcaciones, apiladas una tras otra, desembocando directamente en una especie de lonja improvisada en la que vendían las capturas frescas entre moscas y suciedad. Tras más de una hora acercando el afilado morro del Lacrimosa a mi plaza, las barcas fueron desapareciendo, entre negativas y resistencias varias de los dueños. Al parecer, la población india iba a ser un poco más difícil de entender que a las culturas a las que estaba acostumbrado. El Sol terminó de salir mientras lo dejaba perfectamente encuadrado, quedando enclaustrado entre un montón más de pequeñas embarcaciones de madera que poco o nada tenían que ver con mi armatoste de carbono y materiales nobles.

    En cierto sentido, no pude evitar sentirme culpable al ver a aquellas personas desenvolviéndose entre basura y porquería por doquier, mientras yo aparcaba mi imponente yate en el corazón de sus vidas, sabiendo que un ínfima parte de su valor era más que suficiente para sacar de la pobreza a todos ellos. Tomé aire por última vez, e ideé un plan antes de bajar a tierra firme (cosa que, después de dos días, me sentó de fábula). Apenas puse un pie fuera del barco, cuando un grupo de unos 10 o 15 niños se abalanzaron sobre mi pidiéndome una limosna. Unos me pedían a gritos dinero para comer, mientras que otros fingían ser mudos para dar más pena. Incluso había uno ciego, que iba acompañado de un pequeño perro pulgoso que le serviría de lazarillo. Se me partió el alma al ver aquella imagen, y fue entonces cuando comprendí lo dura que podía ser aquella ciudad. Encima no llevaba más que unos 100 euros que, en un país donde la moneda oficial es la rupia, de poco o nada les serviría. Un conato de ataque de pánico me hizo volver adentro, para pensar un poco más fríamente el plan. En la televisión local, había información confusa sobre los disturbios en el centro de la capital y en algunas zonas de la periferia de Bombay; al parecer la situación entre los diferentes grupos radicales religiosos eran cada vez más convulsa y conflictiva, especialmente entre hindúes y musulmanes.

    Bajé las escaleras que llevaban a los camarotes del barco y al garaje del mismo. Con las llaves del GTR en la mano, y cierta preocupación por si lo que estaba a punto de hacer era una locura o un acierto, pulse el botón para hacer descender la escotilla de la parte izquierda. La zona donde ponía con letras grises "Lacrimosa-Livorno" se abatió y sirvió de rampa de salida. Apoyada sobre aquel muelle de madera semipodrido, no me daba demasiada confianza el hecho de que tuviera que pasar por ahí con el coche. Pero me armé de valor, o de inmadurez, y me metí dentro del Nissan. El olor a cuero, la tapicería de color granate, y aquella pantalla central llena de parámetros del motor, me metieron en una burbuja dentro, de por sí, en otra. Pero en el frente tenía ya a aquellos niños esperando a que saliera para pedirme lo que fuera. Arranqué y me bajé para dejarlo arrancado un rato, hasta que se calentara. Fui a la cocina y cogí un par de paquetes de galletas, unos zumos, y algo de fruta (todo estaba ya dentro cuando lo saqué de Italia); volví al garaje, me metí en el coche, y dejé todo cuanto había recolectado en el asiento de al lado. Avancé por la improvisada pasarela con unos enormes neumáticos que a duras penas entraban por allí. Un paso en falso, y ambos caeríamos al agua. No llegué a poner las ruedas delanteras sobre el muelle, cuando los niños comenzaron a golpear los cristales e incluso el resto de la carrocería. En ese momento poco o nada me importaba la reluciente pintura azul, con no atropellar a ninguno me era más que suficiente. Sabía que si hacía algo mal, tendría como testigo a la mirada de todo el puerto, que con toda seguridad no habían visto cosa igual antes. Aquella aparente pasividad que mostraban ante mí o los chicos que me rodeaba, podría transformarse en ira incontrolada en cualquier momento. Así que, abrí las ventanas y empecé a repartir todo lo que llevaba en el asiento. Algunas cosas no me dio tiempo a cogerlas cuando ya se las habían apropiado ellos por su cuenta. Aquello no pintaba para nada bien, al contrario, cada vez estaban más nerviosos y excitados. En 10 segundos habían acabado con todo, y lo comenzaron a compartir. Para mi sorpresa, no siguieron pidiendo cosas ni dando golpes en el coche; cuando vieron que habían acabado con todo, simplemente se fueron por donde mismo habían venido. Uno de ellos, incluso, me ayudó a maniobrar para salir de allí. Apenas levantaba un palmo del suelo, pero se le veía más maduro y listo que a alguno de los chavales que poblaban las universidades en España.

    Me costó la vida ponerlo de frente. La plataforma formaba un ángulo de 90 grados con el muelle, que apenas era medio metro más ancho que ésta. Pero tras engranar marcha atrás y primera unas 10 veces, y dejar los neumáticos Pirelli a 5 centímetros de una abismo de agua y restos de pescado en descomposición, pude salir de allí. El pequeño iba apartando a la gente que se amontonaba sobre la estructura de madera(que crujía constantemente) mientras se comía las galletas. Incluso tiró un par de cajas al agua sin que nadie le rechistara. Seguramente no llegaba a los 10 años, pero ya lo respetaban más que a mí. Mientras tanto, yo seguía estupefacto ante la cruda realidad que tan olvidada había tenido un nuestro mal llamado "primer mundo". Recorrí los cerca de 100 metros del muelle en apenas un minuto, y llegué a la zona donde aquella asquerosa lonja lucía en su máximo esplendor. El niño me dijo adiós con la mano y desapareció en un santiamén entre la multitud. Ahora estaba nuevamente perdido, y no sabía muy bien qué iba a hacer o a dónde tenía que ir. En primer lugar, debía salir de aquel puerto y buscar alguna avenida grande.


    El potente GTR se comportaba torpemente en ese entorno, que ni de lejos era su ambiente natural. Tras dejarlo unos segundos al ralentí, decidiendo hacia dónde dirigirme, vi pasar un rickshaw (pequeño vehículo parecido a un triciclo), que se abría paso bastante bien entre la gente. Me daba igual dónde fuera, solo quería encontrar una calle de verdad a partir de la cual poder moverme por esa macrourbe. Engrané primera y marché tras él, soltando un bramido por el tubo de escape que ya había empezado a echar de menos. Mientras lo seguía, esquivando gente, animales y montañas de basura por una calle con arcos a ambos lados, no podía parar de pensar en que todo aquello lo estaba haciendo por una mujer; "Quién te ha visto y quién te ve", me decía a mí mismo. El caso es que estaba metido hasta al fondo en todo aquello, y ya no había vuelta atrás. Quedaba tan atrás Nurburgring, Jaén o el hospital, que incluso llegué a plantearme si realmente había pasado. Los bajos rozaban en todos lados, oyéndose sonidos metálicos y crujidos cada vez que pasaba por algún escalón, cosa que al pequeño taxi parecía no costarle, saltando como si de un muelle se tratara. No tardé demasiado en perderlo de vista, pero mi objetivo había sido alcanzado: estaba en las entrañas del tráfico indio.


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    No había caos comparable con aquello: bicicletas, personas e incluso alguna vaca despistada, se fundían con autobuses copados de gente, coches destartalados y motos que te pasaban como un rayo por los laterales mientras esquivaban al coche que llevaba delante. Godzilla era poco más que una princesita entre orcos y bestias inmundas. Cuando quise darme cuenta, aquella pequeña calle de doble dirección repleta de baches se había convertido en una avenida, y ésta, a su vez, en una enorme autovía de 6 carriles en ambos sentidos, con una sola cosa en común: todos estaban completamente colapsados. Las bicis y las personas a pie seguían circulando a su libre albedrío, mientras que en puestos improvisados en furgonetas o, directamente sin ellas, se localizaban puestos ambulantes de todo lo que pudieras imaginar. El orden o jerarquía de prioridad que había aprendido al sacarme el carnet de conducir, de poco o nada me servía allí. Parecía haber dos únicas normas muy básicas, que aprendí a base de sustos en apenas cinco minutos: pitar al girar, y esquivar para no chocar. Eso era todo cuanto tenía que hacer para mantenerme vivo en aquel lugar, en el que se mezclaba el lujo más imponente de los rascacielos con slums interminables al otro lado de la calle. Era ese cóctel desagradable a la par que triste, el que le daba un cierto toque cautivador y atractivo. En cierto sentido, parecía una especie de metáfora de mi vida, algo curioso cuanto menos.

    Me costó habituarme a eso de conducir por la izquierda, pero el hecho de estar rodeado de vehículos por todos lados, y desplazarnos en "manada", hizo que resultara mucho más fácil acostumbrase. Entre que era primera hora del día, sumado a la contaminación del lugar (cualquier cosa a más de medio kilómetro era imperceptible) y a que no sabía dónde iba, produjo que me pegara toda una mañana para una única cosa: sacar dinero de un banco. Y me crucé con el primero ya muy lejos del puerto de Ferry Wahrz donde dejé descansando al equivalente del mar de la máquina que conducía, y lo peor es que estaba a tres carriles de distancia de éste, con lo que finalmente no pude pararme. Pero unos cinco kilómetros más adelante (2 horas en tiempo), encontré otro cajero en el que sí pude aparcar. Se encontraba en una enorme avenida un poco más descongestionada, en una intersección entre cuatro calles. Estaba bajo un enorme rascacielos, que formaba parte de un Skyline a medio construir, y rodeado de chabolas y edificios en ruinas. Conseguí aparcar en la mismísima puerta del HDFC BANK; no me fiaba un pelo de Mumbay y lo menos que quería era perder de vista al coche, arriesgándome a que lo robaran, quedándome así a la intemperie en aquella colmena humana. Junto a la puerta había una anciana, con los manos juntas en señal de oración, y con esa especie de punto/lunar en mitad de la frente. Tenía una caja de cartón delante de sus piernas entrecruzadas y, justo al lado, un bebé de apenas unos meses de vida. Supuse que sería su nieto, pues tenía la cara muy arrugada para ser madre de un recién nacido.

    Dentro del cajero, volvía a estar alejado de la pobreza y decadencia que asolaba el lugar. Era asqueroso pensar que en pleno Siglo XXI existía gente de primera clase y gente de segunda; bueno, aquella señora bien podría pasar por alguien de quinta o sexta. Yo me consideraba pobre, pero a partir de ese día, dejé de hacerlo. Las comparaciones con Occidente eran odiosas, allí no tener coche propio y no salir de la península en vacaciones, ya te colocaba por debajo del umbral de la pobreza. ¿Pobreza? Aquello sí que era pobreza, y lo peor es que no era una excepción o un pequeño paréntesis dentro de un mundo de desarrollo y modernización, no, era la tónica general de un país que evolucionaba hacia un falso progreso, mientras dejaba atrás a millones de personas.

    Saqué como 30000 rupias, todo cuanto me era permitido sacar, en billetes de 1000. Lo observaba: ese niño sólo tenía ojos. Nada tenía que ver con los de la planta de pediatría del hospital de Jaén (donde también pasé una temporada), con sus mofletes regordetes y unos pesos relativamente correctos. Él tenía, sin embargo, la piel pegada al cráneo, se le marcaba la mandíbula. A pesar de su bajo lastre, los brazos raquíticos de la mujer apenas podían sostenerlo. Se me encogió el alma, y a pesar de que ese pequeño gesto no cambiaría mucho la situación del resto de habitantes, al menos ellos, ese día, podrían comer bien. Trató de ayudarme a abrir la puerta, sin soltar al chiquillo, pero ante mi negativa, se volvió a sentar. Le pregunté haciendo gestos con las manos, viendo que no hablaba inglés. Tras unos minutos, finalmente me indicó el sitio que buscaba, o al menos eso parecía. Saqué uno de los billetes de la cartera, y se lo puse sobre la caja de cartón, mientras le agradecía con la mano el buen gesto que tuvo conmigo.

    Era casi Verano en el Hemisferio Norte y en Bombay el efecto se multiplicaba por diez con una humedad cercana al 100 por cien, lo que hacía que mi cuerpo sudara como un cerdo a las 12 de la mañana. Y esos dos seres humanos desnutridos y deshidratados, precisaban un pequeño descanso. Así que le di el dinero, pensando en que al menos fuera a comprarle algo de comida al pequeñín. Le hubiera dado más, pero no sabía hasta que punto me haría falta también a mí el dinero. Para mí sorpresa, la mujer se levantó y comenzó a dar saltos de alegría mientras daba besos al bebé, que también pareció contagiarse por el estado de excitación de... la madre. Sí, me dio tiempo de leer el cartel que tenía colgado del cuello y, efectivamente, esa mujer apenas tenía 29 años y él era su hijo. No podía creer que fuera más joven que yo que, aunque medio calvo y algo paliducho, podía haber pasado perfectamente por su hijo. Se me puso tan mal cuerpo, que tuve que irme rápidamente, dejando a éstos allí. Aunque no por mucho tiempo, pues la señora, chica, o no sé muy bien cómo llamarla, cogió las cuatro cosas que tenía y ambos se marcharon de allí, mientras que ponía el billete de 1000 rupias al contraluz, comprobando si era verdadero o no. No fui muy consciente en ese momento, pero le había solucionado varias semanas de "trabajo" a los pobres.


    Me monté en el coche bastante afectado, quité el freno de mano, y salí dirección a mi siguiente destino: un locutorio con acceso a Internet. Quedaba a escasas tres calles de allí, pero seguía pensando que lo mejor era dejar el coche en la misma puerta. Ignoraba el hecho de que, a pesar de su pobreza, había mayor probabilidad de me robaran el GTR en Madrid o Barcelona que allí. Esos 400 metros, como no podía ser de otra forma, se convirtieron en un nuevo trayecto de 25-30 minutos. Por suerte, tenía todo el tiempo del mundo. El sitio en cuestión era un antro "de cuidao": no había ni un triste rótulo que indicara qué había ahí dentro. Pero unas luces rojas justo a la entrada, envolviendo la caja registradora y un pequeño ordenador, no presagiaban nada nuevo. Hice de tripas el corazón, y con un gesto un poco simple, le indiqué al encargado que quería un ordenador. Se levantó de su silla no de muy buena gana y, me llevó hasta una fila de ordenadores, encendiendo el primero de ellos. El lugar era bastante oscuro, y el único foco de luz que había en la sala estaba tapado por la espalda del enorme gordo que había a mi lado, que se tocaba el paquete mientras veía páginas porno. Las teclas de mi teclado apenas eran legibles, estaban cubiertas de una capa de polvo y sustancias pegajosas de origen desconocido (definitivamente, debí haberme vacunado antes de ir a la India).


    El chico del locutorio me hizo un gesto con la mano de que me quedaban 30 minutos. Yo volví un segundo al coche, en cuya guantera me había dejado el panfleto de la ONG, donde ponía la dirección en la que, en teoría, debía estar ella. Al volver, me encontré con una estampa bastante desagradable: una chica, bueno, una niña, de apenas 15 o 16 años, estaba echando del local a un señor bastante mayor mientras el chico de la caja agarraba un bate con gesto amenazante. Volví a entrar al locutorio-prostíbulo y me senté, tratando de hacer que, de esos 30 minutos, me sobraran 25. Busqué directamente en Google Maps, y en apenas unos minutos, había localizado mi situación actual, recordando mi recorrido desde el puerto hasta el locutorio. Pero ahí era donde comenzaba lo difícil, no podría memorizar el recorrido ni teniendo toda la tarde para ello. Así que, usé el panfleto a modo de libro de ruta, apuntando en éste el recorrido con ayuda de un bolígrafo que le robé al gordo mientras se estaba masturbando. Casi me faltó papel para apuntar todo el recorrido, y es que desde el centro a Dharavi (con diferencia, el barrio de chabolas más grande de la capital), había unos 8 kilómetros de laberínticas calles. Tras un cuarto de hora apuntando datos, un par de clientes más saliendo por una puerta que había justo enfrente mía, y unos 10 vídeos porno en el ordenador que había a mi derecha, me quedé listo para marchar hacia el sitio.

    Pero el momento más peligroso del día no había llegado aún: al ir a la caja, me percaté de que no llevaba nada suelto, y que las 0,45 rupias que me había pedido no eran nada en comparación con los billetes que llevaba como dinero en metálico. Seguramente me pidió más de la cuenta por verme cara de extranjero, pero aún así, estuvo varios minutos buscando dinero para el cambio. Cuando me había devuelto unas 50 rupias del total, un indio bajito y con tatuajes hasta la altura del rostro entró en el local, y observó con cierto deseo mi cartera, de la que asomaban los billetes de 100 como si de tickets del supermercado se tratasen. Intentó cogerla, pero viendo sus intenciones, me adelanté a sus actos y me la metí en el bolsillo. Esperaba con impaciencia a que me diera el resto del cambio, cuando dos hombres más entraron a la tienda, se pusieron uno a mi izquierda y otro justo detrás, y entre los tres me dejaron completamente rodeado. Estaban cada vez más y más cerca, y el de la caja tampoco parecía con ganas de darme más dinero, así que, aproveché un despiste del tatuado matando a una de las muchas moscas que allí habitaban, para escapar del lugar cogiendo el poco cambio que me había dado ya.

    Los 30 metros que me separaban del coche se me hicieron eternos; andaba rápido y con la cabeza agachada, mientras que esos tres energúmenos me seguían a un metro escaso. Me metí la mano en la chaqueta para abrir el coche con la llave. Cuando me quedaban cinco metros, corrí al máximo y entré en milésimas. Gracias a eso, me dio tiempo a cerrar las puertas antes de que llegaran. Arranqué, mientras ellos daban golpes bastante fuertes en el cristal; de hecho, el más alto de los tres estuvo a punto de romper uno de ellos.

    Salí de allí a todo trapo, los astros parecían haberse alineado para dejar la avenida completamente vacía. Cuando quise darme cuenta, ya había cambiado de dirección y los había perdido de vista; eso sí, volvía a estar en un monumental atasco. Con el corazón a mil por hora, y la sensación de volver a estar a salvo, puse la radio del coche y escuché un poco de música india, que para nada relajaba, pero bueno, era eso o nada. Tomé aire, y me llené de paciencia para otra larga cola. No me importaba esperar, cada vez veía más cerca el momento de reencontrarme con Cristina.



    Continuará...


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  16. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Nuevo capi, y como de costumbre, espero que os guste y que cualquier fallo o sugerencia que tengáis me lo digáis. Gracias, un abrazo.
     
  17. Damocles

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    Vaya giro le ha pegado usted a la historia don Carlos, sabia yo que podias con ella, ese giro argumental es impresionante :D
     
  18. BM3W

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  19. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    GRANDEEE!!!
    Ahora que tenemos vacaciones no hay escusa... A ESCRIBIR!!! :[angel]:[angel]:beer:
     
  20. ATM

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    Ahi te equivocas Jose, cuando mas se estudia es a partir de ahora para los examenes de Febrero.
    Los estudiantes de Ingenieria no tenemos ni vacaciones :banghead:

    Un saludo grande :Thumb:

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