Nuestros Espónsors

911, memorias de un futuro incierto (relato).

Tema en 'Foro general Porsche' comenzado por Carlosupercars, 11/10/12.

  1. Pereña

    Pereña Gran Experto Porschista

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    Gran tema :[applause]
     
  2. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Jooder, la verdad es que no sé como no se me vino a la mente, creo que es mejor que la que puse, con tu permiso, la voy a cambiar jejeje. Es que Scala es la ostia, bueno, creo que se nota, con esta son tres las canciones que llevo de ellas... a ver si esta noche hay suerte y os pongo algo nuevo, pero no creo :confused:
     
  3. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    Bueno ponemos en marcha ESA LLAVE :Popcorn: o NO xD!! :pompones:drooling:Thumb:
     
  4. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Trata de arrancarlo por Dios, trata de arrancarlo :930T:
     
  5. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    Yo tengo monazo!!!
     
  6. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    Tengo un mono de historia que vamos!!:Popcorn:
     
  7. SOULFLY

    SOULFLY Soloporsche Expert Engineer

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    uno para cada uno

    [​IMG]


    :D

     
  8. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 31


    [​IMG]

    Yo tenía una sonrisa tatuada en el rostro. Me quedé allí apoyado, esperando volver a verlo pasar. Esperé y esperé, pero el circuito estaba cerrado, era de noche y allí no había ni un alma. La sonrisa se transformó en nerviosismo, y el nerviosismo, en llanto. Me estaba transformando en un loco. En unos meses, había pasado de tener la vida resuelta, a no tener nada. Una casa pagada, un coche bonito, un trabajo y una buena reputación. Ahora el coche estaba en la chatarrería, en la casa se acumulaban las deudas y lo único que siempre podría poseer, mi título, también me lo habían arrebatado. ¿De quién era la culpa? ¿Mía? ¿De Paco? ¿De Giorgio? No lo tenía muy claro, pero sabía que aquellas visiones no eran normales, me faltaba algo, y esa carencia, estaba acabando conmigo.

    Me iba a convertir en un vagabundo que bebe vino de cartón para entrar en calor y recoge chatarra para pagarse el tabaco. O con un poco de suerte, acabaría siendo un cuerpo triste, con polo por dentro del pantalón, olor a colonia barata y tomando carajillos por las mañanas en el Bar Manolo. La incertidumbre acerca del presente, y sobre todo, el futuro, me hacían recordar esos tiempos de mi adolescencia, en los que nadie me precisaba, nadie me necesitaba ni se acordaba. En breve, me volvería a convertir en aquella sombra invisible que fui, pero con una pequeña diferencia: no tenía toda la vida por delante.

    Por suerte, Paco vino para romper con aquel bucle autodestructivo en el que se habían convertido mis pensamientos. Se puso a mi lado, y muy bajito (algo raro en él), me dijo: "Ey, ¿Nos vamos ya?". Bajé la cabeza, estiré los brazos tirando de la valla, y me levanté soltando un leve suspiro. Paco me echó la mano por el hombro, y caminamos juntos hacia el coche. De camino a éste, le pregunté: "No ha pasado ningún coche, ¿Verdad? Me estoy volviendo loco...". El negó con la cabeza, dando fe de mi estado de enajenación mental.

    Montamos en el GTI, y con ese ronroneo tan típico de la admisión, marchamos rumbo a la zona del parking, donde nos dijeron que estaría el coche, los del seguro, y el cuerpo de Giorgio. En el trayecto, Paco trató de consolarme:


    - No estás loco... yo también lo he visto, son diferentes formas de encajarlo. Parece que fue ayer cuando estábamos observándolo desde la 711 mientras se bajaba de la ambulancia, ¿Eh?. Las vueltas que da la vida, madre mía - agarró el volante con las dos manos y movió su cabeza de lado a lado.
    - ¿Cómo que tú también lo has visto? - le respondí extrañado.
    - Sí, pero yo no he sido tan presuntuoso. Simplemente he visto al viejo andando con un señor de traje y corbata, con su brazo echado sobre él.
    - ¿Que qué? ¿Y quién era? - por un momento, olvidé lo complicado de la situación, y abrí los ojos como platos, esperando una contestación coherente a tan alienado relato
    - No sé, no le he visto la cara... ambos iban de espaldas, y han desaparecido por la curva posterior al Karrussell, no me preguntes de dónde has salido porque no lo he visto. Creo que era él...
    - ¿Él, quién? - dije subiendo un poco el tono de mi voz.
    - El circuito, no sé, ha sido algo involuntario, no me preguntes a mí por algo que ha hecho mi subconsciente...
    - ¿El circuito?
    - Sí, el circuito, ¿Tú nunca has atribuido un rostro o un tipo de persona con un lugar?
    - Madre mía, estamos como unas putas cabras - No pude evitar escupir un poco de saliva de la carcajada que metí, éramos expertos en buscarle la parte graciosa a los momentos más difíciles y complicados.


    No tardamos en llegar al aparcamiento, eran casi las 10 de la noche, y la comitiva de deportivos, presididos por la funeraria y la grúa con los restos del GT3, formaban un paisaje macabramente atractivo. Paco aparcó cerca del restaurante (un poco apartado de donde estaban ellos), y nos dirigimos andando hacia el lugar. Para mi sorpresa, allí había muchísima gente, muchos de los coches allí aparcados, ni siquiera eran de los tanderos de la tarde. Todos se arremolinaban alrededor de la grúa, observando los restos del Porsche, que habían sido destapados para el reconocimiento de un perito del seguro.

    Tenía el coche a terceros, y se había estrellado dentro del circuito, por alguien que ni siquiera estaba puesto como conductor habitual. Así que, no tenía esperanza alguna en recuperar ni la más ínfima cantidad de dinero que había invertido en ese coche. Varios años de trabajo duro y horas extras descansaban sobre aquella plataforma, y toda un una vida de ilusiones junto a ella. No pude evitar sentir un dolor de cabeza muy grande cuando me acerqué a él; todo el mundo se apartó, en señal de respeto, y yo cogí un trozo de lo que fue carbono del alerón, me lo guardé en el bolsillo, y nos dirigimos a la Volkswagen Transporter donde tenían su cuerpo guardado.

    El conductor estaba echándose un cigarro, era delgado y extremadamente alto. Iba trajeado y, tenía algo que no me resultaba demasiado germánico. Efectivamente, mi intuición no me falló y resultó ser italiano. Al fijarme en la matrícula de la furgoneta me di cuenta que ésta también era italiana. Así que me resultó bastante más fácil hablar con él:

    - Disculpe, ¿Dónde lo llevan? - le pregunté, cruzando los dedos para que me entendiera.
    - ¿Español? ¿Eres Carlos? - dijo para mi sorpresa.
    - ¿Habla español? ¿Cómo sabe mi nombre?
    - No, por nada, un curso de Verano... ya sabe. El nombre, me lo ha dicho alguien, no sé muy bien quien - lo miré con recelo y opté por creérmelo, parecía que eso de que te engañara un italiano era una especie de costumbre ancestral, que pasaba de generación en generación.
    - Vale y... bueno, ¿Que dónde se lo llevan?
    - No nos vamos a mover mucho. Al tanatorio de Adenau, está aquí mismo.
    - ¿Cómo? ¿No se lo llevan a Italia? ¡¿Y su familia, y sus amigos?! - me indigné un poco, supuse que su seguro de vida sólo cubría el traslado al tanatorio más cercano, y por eso lo enterrarían allí.
    - Mire, no estoy autorizado para hablar con usted de esto... espere un momento - salió corriendo de allí y se acercó a un Lancia Thesis de color negro que acababa de aparcar justo detrás del Golf.


    Tocó a la ventanilla del conductor y tras unos segundos de espera, salió de su interior un hombre con gabardina y con la cabeza afeitada. Llevaba unos guantes de cuero para conducir. Se acercó directamente a nosotros y, tras quitárselos, me extendió la mano:


    - ¿Carlos Ávalos?
    - Sí, soy yo, ¿Qué pasa? - tanto tinglado me comenzaba a dar miedo.
    - Soy Paolo Lombardo, el abogado de Giorgio.
    - Vale, eso está muy bien, pero ¿Por qué no se lo llevan a Italia, con los suyos? - estaba ya un tanto cansado de tantas vueltas para una pregunta tan sencilla.
    - Porque era su voluntad.
    - ¿Cómo que era su voluntad? - sin haberme percatado de ello, estaba hablando con otro italiano con un gran conocimiento de español.
    - Quería que sus cenizas fueran esparcidas aquí, y así será. Mañana será incinerado y le darán sus cenizas, haga lo que quiera con ellas, pues dijo que quería que fuera usted quien las tuviera. Ha puesto toda su confianza en usted.
    - ¿Que qué? ¿Y desde cuándo tenía eso puesto? - dije bastante confuso, me sentía como si aún no hubiera despertado del coma y siguiera sin enterarme de nada.
    - Desde ayer, me llamó anoche para ver si podía cambiarlo - menudo mamonazo Giorgio, qué capacidad tenía para ocultarme cosas. Hasta muerto seguía siendo un "crack".
    - No puede ser verdad... bueno, ¿Hay algo más que deba saber? - dije esperando cualquier cosa de ese tío.
    - De momento no, ¿Tiene la chiave?
    - ¿La qué?
    - Sí, eso que sirve para abrir puertas...
    - ¿Las llaves?
    - Eso, eso, las llaves. ¿Las tiene?
    - Sí, me las dio justo antes de, bueno, ya sabe... ¿De qué son?
    - No estoy autorizado para hablarle de eso, lo siento, ya lo comprobará usted mismo - mi cara de estupefacción no se me fue en toda la noche. El reloj marcaba las 11 y a aquellas horas, por Europa central, empezaba a hacer frío.


    La Transporter arrancó y salió dirección a Adenau. Todos los deportivos comenzaron a arrancar al verla salir. Nosotros hicimos lo propio y nos fuimos para el Golf. Le cogí las llaves a Paco y arrancamos. Tuve que cederle el paso a unos cuantos coches, hasta que un Lamboghini Gallardo LP560-4 nos cedió el paso y pudimos seguir a aquella enorme procesión "racing". Apenas nos separaban unos cuantos kilómetros del tanatorio, pero fue uno de los viajes más mágicos que he hecho nunca. Era increíble ver a todos aquellos coches, rodando uno tras otro, y respetando las distancias. Aunque por ellos solos podían provocar un bombardeo de decibelios, todos iban con un sutil ronroneo, como si estuvieran tristes por la muerte de aquel hombre al que ni siquiera conocían.

    Aquella línea de luces rojas, cuyo principio y fin se perdían en las curvas y en los cambios de rasante, sólo se vio interrumpida una vez: por el espejo retrovisor, observaba un grupo de luces aproximarse muy rápido, mientras que de frente, un camión de 6 ejes se aproximaba directamente hacia ellos. Clavé frenos, para que el primero se colocara delante mía, y evitar así una colisión. Me apegué todo lo que pude al arcén, y un Maserati Quattroporte me pasó como un rayo y se quedó a escasos centímetros del Ferrari 360 CS que me precedía. Detrás de mí, se quedaron otro par de luces, bien pegadas al igual que el Maserati, parecía que llevaban prisa.

    Fue cruzarnos con el tráiler, y el del Quattroporte pegó un "zapatazo" que pasó a diez coches en un santiamén. También éste llevaba matrícula italiana, y el par de berlinas que se quedaron detrás de mí, tampoco tardaron mucho en adelantarme. Un Mercedes S65 AMG y un Rolls Royce Phantom (ambos italianos), surcaron a velocidades ultrasónicas aquella carretera bidireccional como si de una autobahn se tratara, y pronto alcanzaron al Maserati. Era evidente que lo de aquel trío de superberlinas, no era una casualidad, lo que no sabía aún muy bien era dónde se dirigían.

    Tras este pequeño episodio, el resto del camino siguió como un astral séquito de dioses, a la altura del funeral un apasionado como Giorgio. Por primera vez, deseé que lo que decía La Biblia fuera verdad, y él nos estuviera observando desde el cielo con su particular sonrisa.

    La Luna iluminaba el bosque que rodeaba la carretera, y creaba un verdadero mar de reflejos y sombras atravesado sólo por el fino ronroneo de las máquinas frías, distantes y traicioneras, que nos habían reunido allí para despedirnos de un grande. En el tanatorio, no cabía un alma, los coches se agolpaban a la entrada y en los alrededores. Sin embargo, el Lancia del abogado nos estaba esperando a unos metros del follón, y nos abrió paso hasta una plaza libre que quedaba a sólo unos metros de la puerta. Los aparcamientos más cercanos, estaban ocupados por los tres coches oscuros que nos adelantaron como locos unos minutos antes. Todos llevaban los cristales traseros tintados, se notaba que eran de ese tipo de vehículos que se disfrutaban más desde los asientos de atrás.

    Aquel hombre con gabardina (el abogado), nos acompañó toda la noche. Nos estaba esperando en la puerta, y nos quedamos los tres toda la noche en una habitación aislada del resto de la gente. Mientras que esperábamos a que trajeran al viejo, tanto Paco como yo nos quedamos dormidos, estábamos rendidos. Cuando desperté, no estábamos solos en la sala... delante de nosotros, mirando a través del cristal en el que se encontraba el ataúd de Giorgio, había unas 10 personas. Todos iban de estricto luto; había una señora mayor bastante afectada, un par de hombres de unos 50, sus respectivas parejas, y cuatro o cinco niños, bastante revoltosos. Hablaban en italiano, así que poco o nada pude entender, pero se notaban que eran de un círculo bastante cercano a Giorgio por la emoción de sus rostros y el nerviosismo de sus gesto.

    Me levanté de aquella dura silla, que me había dejado la espalda bastante dolorida. Con las manos en los riñones, y aún con cara de zombie, traté de hablar con ellos. Puse mi mano sobre la mujer (todos estaban de espaldas, mirando a su féretro mientras que los niños me hacían caso omiso), y al girar su rostro hacia mí, sonrió y, los demás, hicieron lo mismo. Me disponía a hablar con ellos; uno de los señores ya me había extendido su mano (pude ver en su muñeca un Bulgari, de esos que no son precisamente baratos), pero entonces, por aquella puerta azul, mas típica de un hospital que de un tanatorio, entró el tal Paolo. Al vernos hablar entre nosotros, comenzó a decirle cosas en italiano, como recriminándoles algo, en un tono bastante elevado. Los acompañó hacia la puerta, se la abrió, y los invitó a salir. Él se fue con ellos, pero no pudo evitar que la señora mayor me diera un "Grazie mille" antes de irse.

    Fue entonces cuando vi a Giorgio por primera vez después de lo sucedido. Su maquillaje ocultaba todas sus heridas, y parecía estar echándose una siesta, de aquellas que se daba cuando estaba en El Neveral. Estábamos bastante cerca de la puerta, con lo que pude escuchar el sonido de los dos V12 (el del Rolls-Royce y el del Clase S) y el V8 del Maserati arrancando y saliendo de allí en cuestión de segundos. Puse la palma de la mano sobre el cristal, y sonreí. Él había dejado de sufrir, y lo había hecho disfrutando. Pero no se me olvidaba el pequeño detalle de que, para ello, se había llevado por delante mi 911. Paco abrió los ojos, y al verlo allí, se lo tomo más a la tremenda que yo. Se levantó sin decir nada, se acercó al cristal y dijo: "Así que es verdad que está muerto... aún me cuesta hacerme a la idea". Se volvió a sentar, y pasó así el resto de la noche. Yo, mientras tanto, observaba el cristal que había al otro lado de la sala, sabía que allí era donde estaba el resto de la gente. Aproveché la pequeña cabezada que se dio el abogado para abrir la puerta e ir a verlos.

    Al salir de la habitación, me encontré con un pasillo a oscuras; bueno, para ser sincero, no estaba en penumbra del todo. Lo iluminaba un fino hilo de luz, proveniente de unas lámparas colgadas del techo con escasa luz. Intuí que sería tarde para tener así las luces, miré mi reloj y, efectivamente: eran las cuatro de la mañana. Busqué entre la multitud de puertas, cuál era la que conduciría a aquella sala que había tras el cristal. Tras pasar por el servicio de caballeros, el de señoras y el cuarto de la limpieza, hallé la puerta de aquella sala. Era extraño, porque estaba cerrada.

    En los pocos velatorios que había estado, la puerta estaba abierta, como invitándote a pasar. Allí era todo lo contrario, pero bueno, quizá fuera más alguna costumbre de aquella cultura que otra cosa. Al entrar, me encontré una gran cantidad de sillas y sofás, todos ocupados. Había al menos 100 personas allí, todas hablando y sin respetar el más mínimo silencio por el difunto. Había un par de televisores encendidos, en los que se reproducía una especie de Power Point cutre con fotos del circuito antiguas. Y a la izquierda, al fondo de la sala, el cristal tras el cual descansaba Giorgio. Lo curioso es que, alrededor de él, se había creado una especie de marco con fotos, recortes de periódicos, copas, medallas y multitud de flores. Definitivamente, Giorgio me había engañado. Ahora sólo quedaba averiguar quién era en realidad, aunque si tanta gente vino a despedirlo, no sería precisamente un ogro.

    Pero cuando me dispuse a ir hacia el cristal (desde tan lejos y con los ojos medio adormilados, era complicado enfocar aquellas fotografías), una mano me agarró firmemente, tanto que casi caigo al suelo ante semejante fuerza. Me giré para ver quién era, y me encontré con aquel italiano con gabardina que tantos problemas me estaba dando. Lo atravesé con la mirada y traté de liberar mi brazo, ante su negativa, comenzamos a discutir, ante el silencio de los allí presentes:


    - Quiero saber quién coño era su cliente. O me suelta o le suelto, usted verá.
    - A Giorgio no le gustaría que hicieras eso, de hecho me pidió que no te trajera aquí. Por favor, señor, hágame caso, cada cosa a su debido tiempo - cada vez estaba más mosqueado, aunque he de reconocer que cada vez que me decían algo relacionado con el viejo, mi yo malo se rompía en cachitos y podían manejarme a su antojo.
    - ¿Cómo que Giorgio no quería que viniese aquí? ¿Se estrelló a propósito? No me lo creo, él no sería capaz de algo así; sabía cuánto amaba ese coche, y lo que me había costado conseguirlo.
    - Mire... sólo es mi cliente, le digo lo que él me ha dicho, y créame, que todo tiene una explicación, pero cada cosa a su tiempo. Mire, vamos a seguir fuera con esta conversación, por favor, no es el momento ni el lugar para ello.


    Le hice caso y ambos salimos de la sala. Cruzamos aquel oscuro pasillo y, tras equivocarme de nuevo con la puerta, entramos en la pequeña sala donde Paco y yo llevábamos toda la noche. Se sentó en un sillón, y yo en el que había justo enfrente. El ex-jardinero se había vuelta a quedar dormido, y yo, ya un poco violento, le dije a Paolo: "Ahora, me vas a contar todo lo que sabes de Giorgio". Se empezó a poner muy nervioso, se limpió el sudor con un pañuelo y, su pie derecho, comenzó a temblar reiterada y nerviosamente. Cuando parecía que iba a contarme algo, llevó su mano al bolsillo, e hizo como que le sonaba el teléfono. Dijo: "Discúlpeme un segundo" y salió de la habitación llevándose el móvil a la oreja, no sin antes darle un buen golpe al sofá donde estaba Paco, sacando a éste de su profundo sueño. Lo esperé y lo esperé, tratando de vencer el pulso a mis párpados cansados, pero tras más de una hora confiando en que volvería, éstos me ganaron la batalla y caí en un estado de vigilia del que no tardé mucho en despertar.

    Con la primera luz del día, mientras que unos cálidos rayos de Sol entraban por la ventana y incidían directamente sobre mi cara, un ruido abismal, salvaje y atronador, a la vez que celestial, me levantó del sillón. Corrí hacia la puerta, sabía de dónde provenía el sonido y sabía qué lo originaba. Motores bóxer, VTEC, V8, y V12 estaban despertando a todo Adenau con su particulares gritos al máximo de revoluciones. Era fascinante ver a todo el aparcamiento, que anoche estaba en calma, tranquilo y en silencio, llamando a las puertas del cielo a través de aquel desquiciante y seductor contoneo de cilindros. Desde luego, habían despertado a Giorgio, y estaría partiéndose desde allí arriba. Las lágrimas no pudieron evitar deslizarse desde mis ojos hacia el resto de mi cara, y no me importó. Pero cuando aquello estaba pasando de ser apasionante a desagradable para cualquier mecánico (éramos tanderos, no chonis de polígono dejando nuestros coches al corte indefinidamente), un sonido agudo y ensordecedor, dio el toque final a la banda sonora de aquella particular marcha fúnebre. ¿De dónde provenía? Del final del parking. ¿De qué? Aún no lo sabía, pero no tardé demasiado en descubrirlo.

    Lo escuché engranar primera y salir a fondo por la carretera que esa misma noche nos había traído hasta allí. Se trataba de todo un Pagani Zonda Cinque, que pasó a nuestra altura a mas de 100 por hora. Como venía siendo costumbre, en todo lo que acompañaba a algo misterioso o extraño, el superdeportivo nacido en el triángulo de Módena llevaba placas italianas. Detrás de él, salió toda la comparsa de coches que habían acompañado a Giorgio durante toda la noche. Pude sentir el compañerismo casi enfermizo que había en aquel lugar, y que formaba parte del hechizo que te hacía volver una y otra vez al Infierno Verde. Fue una lástima que tuviera que pasar algo tan triste para vivir aquello de primera mano.

    Pronto todos desaparecieron y el aparcamiento se quedó vacío. Sólo quedaron allí nuestro Golf y el Thesis del abogado. Miré a mi izquierda cuando aquel espectáculo automovilístico tocó a su fin y me encontré con él, que estaba fumando un cigarro mientras observaba con indiferencia el paso de los "monstruos". Dio una calada y dijo: "Una persona sigue viva mientras que su recuerdo lo esté". Después se fue para adentro y me dejó sólo. Segundos más tarde, salió Paco abrochándose los botones de la camisa, y gritando: "¿Qué pasa? ¿Qué pasa?". "Ya nada, hijo mío, has llegado tarde" le dije mientras me reía de él. Éste puso cara de Poker, tratando hacerme creer que le daba igual.

    Entramos de nuevo en el tanatorio, para pasar allí el resto del día, hasta que nos entregaran sus cenizas, unas horas más tarde. A las 4 y media, se llevaron el ataúd. Observé por última vez su rostro: ya no volvería a disfrutar de su sabiduría, de sus historias, ni de sus cosas. Lo dejé marchar, aún sin conocer quién había sido. Porque sí sabía quién era: un amigo, un padre y un hermano, que pasó junto a mí los momentos más felices, los más difíciles y los más aburridos; prefiero no imaginar lo que son seis meses al lado de alguien que no se mueve, no habla, ni da compañía. Él me acompañó al final de un período, yo lo acompañé al final de su vida, lo veía justo. Aproveché un descuido de los encargados del féretro, para meter dentro las llaves quemadas del 911. Éstas, simbolizaban la despedida de mi otro compañero de viaje, éste sin alma ni sentimientos, pero que me hizo sentir más de lo que nadie había hecho antes.

    Esperé paciente a que me entregaran la urna, tiempo que aproveché para reflexionar qué hacer con sus cenizas. Llegué a la conclusión de que en su pueblo natal no se sentía a gusto, no lo vi feliz allí ni un momento. En Jaén tampoco es que tuviera mucho, más allá del recuerdo de una de las épocas más duras de su vida. Sin embargo, allí había reído, llorado y vivido, como no lo había hecho en años. Se transformaba tras el volante de un coche, ¿Y qué mejor sitio para conducir un poquito de cada uno... que Nurburgring? Pues eso, aquel era su sitio y allí se iba a quedar. Salió un señor con traje del tanatorio, me hizo un gesto con la mano para que entrara. Tras firmar unos documentos en alemán, de los que no entendía "ni papa", me entregaron las cenizas, en la clásica urna de madera.

    Salí de allí con ésta bajo el brazo, bien agarrada, para que no se me cayera. Paco me esperaba con el motor arrancado. Me senté en el asiento de la derecha, me puse el cinturón, y dejé a Giorgio en el asiento de atrás:

    - ¿A dónde vamos, Carlos? - me dijo.
    - A dar una vuelta.
    - Vale, pero... ¿A dónde?
    - ¿Cómo que a dónde? ¿Te estás quedando conmigo?
    - ¿A Nurburgring? ¿Ahora? - su cara fue un poema.
    - Sí, no veo un momento mejor para ir - me puse las gafas, y moví la cabeza al ritmo de "Highway to Hell".


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=Xv24N8H1KyI&feature=colike"]ACDC Highway to Hell with lyrics - YouTube[/ame]


    Me hizo caso, y salimos de allí, orientándonos por un cartel en el que ponía "Nordschleife Circuit" con una línea debajo. Miré mi reloj, eran las siete y 12, faltaban 22 minutos para que se cumpliera un día de su adiós. Apegué la urna a mi boca, y muy bajito, casi susurrando, le dije: "Vamos a por la vuelta rápida, amigo".



    Continuará...

    http://911memoriasdeunfuturoincierto.wordpress.com/
     
    Última modificación: 17/11/12
  9. Carlosupercars

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    Nuevo capítulo, espero que os guste. Cualquier fallo, queja o sugerencia, por aquí me tenéis. Un abrazo.


    Y no seáis SPOILERS, por favor...
     
  10. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    Brutal!!!! ME ENCANTA!!
     
  11. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    :Thumb::drooling INTERSANTE MUCHO :Thumb::idolo:
     
  12. SOULFLY

    SOULFLY Soloporsche Expert Engineer

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    Los golf mk2 16V no eran carburación (al menos de serie) se les adaptan carburadores pero al final no aumentan el rendimiento de manera notable, originalmente esos motores llevan inyecciones mecánicas K-j, por lo del apunte de sonido a carburación del golf. En el argot a estos coches se les llama los KR, que es su código de motor, así sabes que es un mk2 16v, si lo llamas PB es un mk2 8v, y si lo denominas PG, un G60, por ultimo el 1H, el golf rallye G60.

    Hay otro detalle cuando hablas que carlos se sitúa en el puesto del copi de nuestro extinto RS, se coloca detrás de la guantera (los rs no llevan guantera) es el único modelo dentro de los 996 mk2 que no lo lleva.

    Un saludo, y enhorabuena de veras porque estas trazando una historia muy buena y sobre todo, entretenida.

    Un saludo
    Rober
     
  13. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Ya he cambiado carburación por admisión, gracias. Me habían dado ya el apunte por el otro foro pero no había tenido tiempo de cambiarlo. Madre mía lo que sabe, anda que no me queda nada por aprender... se siente uno muy pequeño cuando salen expertos de este nivel :Thumb:.

    Respecto a lo de la guantera, eso sí que lo sabía. Antes de comenzar, me informé todo lo que pude sobre el RS, pero lo de que lo ponga tiene una explicación; y es que, algunas veces, cuando escribo, estoy tan colapsado y cansado (siempre escribo al final del día), que me quedo sin palabras, y pongo guantera por poner algo, cuando en realidad quiero poner salpicadero. También lo cambiaré en cuanto pueda. De todas formas, esta no es la la versión definitiva, cuando la acabe, la corregiré de nuevo, de principio a fin, y a partir de ahí, a ver qué puedo hacer con ella jejeje.

    Muchas gracias por el par de apuntes (y gracias a los demás también), y como ya le he ducho otras veces, un honor que alguien con un GT3 RS "de verdad" me lea. Que lo disfrutes con salud y, recuerda, la moraleja de la historia es que no le dejes el 911 A NADIE. Venga, un abrazo!
     
  14. rpmolina

    rpmolina Soloporschista

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    Ya que te están tocando los güevos, busca una biga con b, que tienes por ahí :eek:

    No quería haber dicho nada, pero ya que estamos, por cierto, tu estudiabas ingeniería ¿no?, tiene narices que un ingeniero patine con una viga :Smiling Face With Open Mouth:

    Gracias por el relato :[applause]
     
  15. SOULFLY

    SOULFLY Soloporsche Expert Engineer

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    Un placer leerte Carlos, y en lo que se pueda colaborar sera siempre un placer. Sobre todo, lo de la escritura ya te lo habran dicho infinidad de veces, pero procura que sea por gusto y devoción, no por obligación, y si hay que esperar, se esperara, que lo bueno al final siempre merece la pena.

    Un saludo y animo.
    Rober
     
  16. Carlosupercars

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    Joder, son muchas cosas y poco tiempo... lo considero hasta comprensible ese fallo (y eso que soy bastante crítico conmigo mismo), además estoy en primero, y aunque la carrera se llame Ingeniería en Diseño Industrial y Desarrollo de Productos, básicamente es Diseño. De ingeniería, a parte de Física y Matemáticas, poca cosa doy. Se agradece que me lo diga, pero si fuera un poco más concreto... ¿En qué capítulo está? Porque ahora mismo no se me viene ningún sitio en el que salga la palabra viga jejeje.

    Gracias por leer y espero seguir viéndole por aquí, y no se corte en decirme más fallos, que para eso estoy, para que los digáis y corregirlos :handshake:
     
  17. Javier_bmw

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    Enhorabuena por la historia Carlos.
    Me enganche cuando llevabas un par de capitulos, y desde entonces espero con impaciencica cada nuevo capitulo.
     
  18. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Sigo enganchadísimo, cada vez se pone mas interesante, ánimo y esperamos otro capítulo.
     
  19. SOULFLY

    SOULFLY Soloporsche Expert Engineer

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    De Rp no te fies mucho, que tiene el tio ojo clinico para esas cosas, y como coja el corrector ortografico te va a poner de vuelta y media :D. Sobre la viga, te vamos a poner en cuarentena por estar en ingenieros :p.

    Un saludo y animo Carlos.
    Rober
     
  20. Carlosupercars

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    Capítulo 32​


    Los kilómetros al circuito se pasaron con un incómodo silencio, sólo roto por el molesto sonido de la radio buscando una emisora que llegara con buena cobertura. A diferencia del día anterior, cuando llegamos a la zona del parking y las barreras, allí no había ni un alma. Era bastante raro que no se hubiera formado ninguna de esas colas para entra, tratándose de un Domingo por la tarde.

    Estaba desierto, el paisaje era fantasmagórico. Con un cierta sensación de terror, pánico o, más bien, confusión, pedí a Paco que aparcara por allí cerca, para poder, al menos, analizar la situación. Bajamos del Golf y, aparentemente, todo estaba en orden, lo único que faltaba era la gente. Miré mi reloj, faltaban 15 minutos para que se cumpliera un día, y no quería llegar tarde. Me acerqué un segundo a la barrera, para comprobar que estaban operativas y que, efectivamente, podíamos entrar al circuito.

    Iba ya de camino al coche (Paco me estaba esperando dentro), cuando un sonido que me resultó familiar volvió a atronar entre aquel silencio demoledor que reinaba en el lugar. Lo escuchaba al otro lado del edificio de BMW Motorsport (donde se encontraban los Ring-taxi), así que la curiosidad me pudo y me acerqué a admirarlo como se merecía, y de paso, intentar que su conductor me diera alguna pista más sobre el pasado de Giorgio, que seguro que algo sabía. Cuando rodeé por completo el edificio, me encontré con aquella bestia arrancada, sin nadie dentro y con una nota puesta en el parabrisas.

    No pude evitar acercarme para ver qué ponía en la nota, que estaba escrita a mano: "Giorgio, amico. Per l'ultimo giro, Horacio". Aquello me superaba; cuando el dueño de una marca de coches hiperexclusivos manda el mejor de sus productos, para que tus cenizas den una vuelta al circuito, es que eres importante. Observaba el Pagani, dejado a su suerte a apenas unos metros de su entorno natural. No tardaría mucho en desaparecer de allí, pero sabía que aquello no era una casualidad, seguro que estaba siendo vigilado. Paco vino por detrás, y dijo: "¿Y esto? ¿Qué es? ¡Menudo avión!", yo, le respondí sin más: "Esto, amigo mío, es lo que te hace inmortal". Se acercó al coche, y lo miró por dentro. Yo hice lo mismo y observaba aquel sobrecargado interior, digno de una catedral gótica. Yo pude contener mis ganas de abrir la puerta, paro Paco no las contuvo, y abrió el lado del conductor.

    Fui corriendo hacia donde estaba, lo agarré con fuerza y le cerré la puerta. Entre el ronroneo de aquel V12 AMG, comenzamos a discutir acaloradamente:


    - Pero, ¿Qué te pasa? - dijo - ¿No te das cuenta que nos lo están dejando?
    - ¿Y qué? Creo que a Giorgio no le gustaría... - dije tratando de justificar el no subirnos a una obra de arte de dos millones de Euros.
    - ¿Cómo que no? ¿Estamos locos?
    - Piénsalo Paco, ¿Quién ha estado a su lado estos últimos meses? ¿Un Pagani Zonda o nosotros y nuestra humilde forma de vivir? Mira, no sé de qué va todo esto, hace tiempo que me he concienciado de que Giorgio no es quien creíamos que era pero... ¿Y si este coche tiene algo oscuro detrás? ¿Y si alguien nos estuviera poniendo a prueba? A Giorgio lo mataron, cualquiera podría ser el siguiente, ya sea tumbados en una cama o a bordo de un coche con mayúsculas. Además, no es nuestro, y no es precisamente un Ibiza lo que llevamos entre manos. En serio, no podemos dejar nada al azar, lo siento; ahora si quieres, súbete a él, pero no cuentes conmigo.
    - Está bien Carlos, no quiero discutir contigo en estos momentos, es lo mejor. Venga, vamos a despedirnos de Giorgio y nos vamos de aquí - dijo resignado.


    Ambos nos dirigimos de nuevo para el GTI, pero no podíamos evitar observar con recelo a aquel animal de 678 caballos que nunca más tendríamos la oportunidad de verlo, y mucho menos, de conducirlo. Su majestuosidad, agresividad, y sobre todo, aquel toque misterioso que lo envolvía desde que lo vi esa misma mañana, hacían de él la esencia del automovilismo, eso que sólo entendemos los que tenemos gasolina por sangre. Si tenía el vello de por sí erizado tras ver aquello, no fue menos cuando volví a ver el Golf, con la urna de Giorgio sobre mi asiento. "Bueno, el momento ha llegado, ¿Estás preparado?" le dije a Paco. Asintió con la cabeza y tras un "Pues vamos a ello", ambos nos montamos en el coche y nos dirigimos a la salida del circuito.

    Paco buscaba nervioso en la guantera el abono. "¿Dónde coño lo habré metido?" Decía mientras buscaba con dificultad desde el asiento del conductor. Lo ayude, ya que tenía la guantera más a mano. Busqué y busqué pero no aparecía por ningún sitio. Miré el reloj, y eran ya 19:12. Eché un vistazo general, y tras buscar un poco en mi puerta y en la zona del centro, delante de la palanca de cambios, lo encontré de refilón bajo los pies de Paco. La cogió él con la manos temblorosas, tras indicarle donde se encontraba. Arrancó y nos dirigimos hacia las barreras. Tras comprobar por última vez que éstas estaban en funcionamiento y que, efectivamente, el Ring seguía abierto, pasó el ticket por el lector y, ante nosotros, se abrió aquel infinito infierno de curvas, rectas interminables y un seductor color verde que te puede llevar al otro barrio si lo subestimas. Ese cóctel mortal es el que nos llevó a cruzar aquella barrera una y otra vez a lo largo de todo el fin de semana, el que me llevó a no descansar por las noche los últimos 30 años.

    Salió en primera, muy despacio, pasamos el camino de conos y siguió engranando marchas, pero con relativa tranquilidad, sin prisas. El circuito daba miedo: éramos nosotros (Paco, Giorgio y yo)y el coche, contra él. ¿Quién ganaría? Nadie lo sabía, pero estábamos dispuestos a averiguarlo. Trazábamos curva tras curva, recorríamos metro tras metro, pero aquella lúgubre luz del atardecer seguía siendo nuestra única compañía. La radio del GTI, por fin, se decidió a sintonizar una emisora audible, Lamb se convirtió en la banda sonora de lo que restó de vuelta.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=JILPiwXQ-2Q&feature=colike"]Lamb - My Angel Gabriel - YouTube[/ame]


    Bajé la ventana al pasar por meta, abrí la urna y dije: "Adiós amigo". Introduje la mano en la ceniza, que aún estaba algo caliente, pero se podía tocar. Cogí un gran puñado de ceniza y saqué mi mano derecha por la ventana. Paco dejó de prestarle atención al circuito, solo tenía ojos para lo que yo estaba haciendo. Abrí un poco la mano, y dejé escapar la ceniza poco a poco. Por el retrovisor, podía ver una blanca nube que brotaba de mi mano y se iba alargando.

    El aire incidía directamente en mis ojos, pero no me importaba. Actuaba en equipo con la ceniza, que me los resecaba y me impedía ver con claridad. Mi particular conductor también se atrevió a coger un puñado, y mientras que con la mano derecha dirigía el coche, con la izquierda iba trazando una fina línea gris sobre el Ring. Se podría decir que, a partir de ese momento, Giorgio tuvo el circuito a su entera disposición, en cierto sentido, me daba envidia ver el lugar donde pasaría el resto de sus días; se lo había ganado.


    El Infierno Verde seguía a nuestra entera disposición, ni un sólo coche, ni una sola moto, ni un sólo espectador... parecía que el mundo se había puesto de acuerdo para prestarle esa tarde el circuito al italiano. Pero cuando ya había perdido toda esperanza de encontrarme a algo o alguien sobre aquel trazado, tras pasar la recta de Schwedenkreuz y la curva de Ademberg (ya pasado el kilómetro 7), el milagro ocurrió: llegamos a las curvas enlazadas a más de 160 kilómetros por hora; Paco redujo y bajó unos 100 kilómetros por hora. Encaramos la primera curva a izquierdas, al igual que hicimos la mañana del Sábado, sólo que entonces iba en un 911 GT3 RS con Giorgio al volante y con el coche de medio lado. Ahora íbamos en un sencillo Golf con sus restos en una urna.

    Pero había algo en común entre los dos días: Adenaur-forst estaba repleto de gente, allí no cabía ni un alfiler. Y lo mejor de todo, los allí presentes parecían relajados, tranquilos... hasta que nos vieron aparecer. Todos se levantaron, y rompieron el silencio con un estruendoso aplauso que hacía sombra al motor del 16v del Volkswagen. No sabía muy bien si el aplauso se dirigía hacia nosotros o simplemente, se habían confundido de persona. Pero yo cogí un gran puñado de ceniza, saqué la mano por la ventana, tratando de acercarla todo lo posible al cielo, y la abrí, dejando un gran pedazo de Giorgio junto al calor de la gente.

    Con una gran sonrisa, ensombrecida por lo triste de la situación, Paco aceleró hacia la siguiente curva, aunque ambos nos quedamos embobados mirando por el espejo retrovisor a la multitud. Tras perderla de vista, el circuito volvió a convertirse en un remanso crepuscular. Pero la calma cada vez duraba menos; apenas pasaron dos kilómetros hasta que una nueva masa de gente, esta vez en Wehrseifen, nos esperaba de nuevo, como si de unas estrellas de la televisión se tratara. Había carteles en las vallas, con multitud de frases que hacían alusión al viejo, como "Go fast, Giorgio" o "The Ring has lost his King, R.I.P". Definitivamente, todo aquel "tinglado" se había montado por él, mi cuerpo sólo quería preguntarles y satisfacer su curiosidad. Pero mis ojos seguían atentos del reloj, quedaban tres minutos, sólo tres minutos, y aún nos quedaban unos cuantos kilómetros. Así que dejé los enigmas para más tarde, y animé a Paco a que aumentara su ritmo. Las ruedas comenzaban a chirriar en las curvas, y el motor era exprimido como una naranja hasta las 7000 revoluciones; Paco sacó su lado más racing, y yo opté por dejar de echar ceniza por la ventana. Le puse la tapa a la urna y reservé lo que quedaba dentro para "La curva".

    No nos encontramos a nadie más en los siguientes 4 o 5 kilómetros. He de reconocer que yo iba enganchado al tirador de la puerta, estaba incluso asustado. Pero seguía mirando de reojo al reloj, que movía sus manecillas más rápido de lo que lo había hecho nunca. En realidad, el resto del mundo seguiría girando si llegáramos un minuto tarde a la curva, pero nos lo tomamos como algo personal, y sería una ofensa no llegar a tiempo.

    Y al final, llegamos hasta pronto: a las 7:21 habíamos llegado a la curva que precedía al Karrusell. Pero Paco seguía rodando a fondo, y tuve que gritarle que bajara el ritmo, al encontrarnos un Sirocco R en plena curva. Ya más tranquilos, enfrentamos la recta que nos conducía al mágico peralte que había acabado con Giorgio. Y no podía creer lo que mis ojos veían. Aquel Volkswagen era sólo un pequeño avance de lo que nos encontramos allí: coches aparcado en doble fila a ambos lados del circuito, sobre el césped. Desde un Audi R8 o un 911 Turbo, hasta verdaderas leyendas vivas como un RUF Yellow Bird (creo que era el mismo que surcó todo Nurburgring de lado años atrás) o un Ferrari F40. Sus conductores formaron un hilo humano que apenas me dejaba ver las maravillas que se escondían detrás de ellos. Sólo un insensible no se emocionaría con algo así, sólo Dios tenía ese poder para congregar a gente, incluso después de muerto. Me sabía mal tirar la ceniza con la gente a escasos metros, así que pedí a Paco que parara y miré el reloj: habíamos llegado a tiempo, hacía un día exacto que Giorgio voló para no volver.

    Alcé la vista, lo buscaba entre las nubes; los allí presentes me imitaron, y miraban al cielo sin saber muy bien a qué o quién. Lloré de alegría, por primera vez en 32 años, me sentía importante y protagonista de algo más que mi propia vida (a veces ni de eso estaba muy seguro). Saqué al viejo del coche, lo agarré entre las manos, y ambos nos dirigimos a la parte de fuera de la curva, donde las flores y las velas se amontonaban a la orilla de la valla. Todo el mundo me observaba, como esperando un milagro o que sacara oro de aquella urna. Había desde chavales muy jóvenes (algunos verdaderamente emocionados), hasta cincuentones alopécicos a los que poco o nada les importaba disimular su barriga.

    Salté por encima de la valla metálica, aún abollada por el accidente. Tras ésta, aún quedaban restos de la tragedia. Me había hecho a la idea de que había muerto, pero no había tenido el tiempo suficiente para digerir la muerte de mi compañero de viaje, mi amada maquina, metálica, fría y distante, pero con un corazón que podía cambiar el sentido de giro de La Tierra por él mismo. Trozos de carbono, de aluminio, de cuero e incluso una pinza de freno con el anagrama de "GT3 RS" yacían en un profundo agujero, escarbado en el suelo por mi 911 cuando chocó contra éste a... ¿200? ¿230? Prefería no saberlo. No quería estar mucho tiempo allí, ni mi alma ni mi conciencia me lo permitían, así que abrí la urna, y deje volar lo poco que quedaba de Giorgio en el mundo de los vivos.

    Introduje la mano en la ceniza, mientras que una duda transcendental atormentaba a mi mente... ¿Por qué éramos tan frágiles? Era increíble saber que lo único que había quedado del viejo, aparte de su recuerdo, era eso: ceniza. Seguía vivo en nuestro interior, allá donde la razón, las leyes de la física y la biología no son bien recibidas. En ese lugar en el que sólo hay sitio para nuestra pasión y nuestro deseos más sinceros. Allá donde somos inmortales, donde no morimos sino que nos transformamos, allá donde el gesto más ordinario se hace extraordinario y la obra más majestuosa pasa desapercibida. Pero... ¿Quién era más frágil? No lo sabía muy bien, Giorgio llegó allí para morir, y lo consiguió. Sin embargo yo, de momento, no había conseguido nada; había llegado con lo único que tenía: un objeto que va más allá de un simple coche (20 años de esfuerzos, superación y hacer lo que la gente me decía que no era capaz lo avalaban) y la compañía de un grande a mi lado. Ahora volvía completamente sólo.

    La emoción pudo conmigo, y me derrumbé. Aquel polvo gris comenzó a empaparse de mis propios fluidos, las lágrimas brotaban nuevamente de mis ojos. Aquella masa muda, quieta y distante, rompió el silencio en un clamoroso aplauso que hizo levantar el vuelo a los pájaros que había en los árboles. Una nueva mano se introdujo en la urna, era Paco que trató de ayudarme; a él también se le veía afectado. Cogió un buen puñado, y comenzó a esparcirlo por toda la zona. Le di la espalda, y caminé hacía el lugar exacto donde el día anterior descansaba el chasis doblado del coche, con Giorgio en su interior. Los aplausos continuaban de fondo, y alguno se animó a saltar la valla metálica para dejar las flores aún más cerca del "epicentro". De nuevo una mano me interrumpió, mientras sacaba más ceniza de dentro (ya casi no quedaba): "Joder Paco, espera un segundo para meter la mano". Le miré a los ojos... no podía creérmelo, hasta él había venido. Ese tal Valentino también quería despedir a su amigo. Lo dejé que cogiera un poco de ceniza, y juntos, cubrimos toda la zona con un fino velo agrisado, que poco tardó el viento en levantar y permitir que alzara el vuelo.

    Paco vino, le dio la mano al italiano, y entre los tres, agarramos la urna y le dimos la vuelta, dejando caer lo poco que quedaba en su interior. Ambos observaron unos segundos como se extendía por el suelo y, tras ello, se dieron la vuelta y comenzaron a hablar, cada uno en su idioma, mientras se dirigían de nuevo al trazado. Yo aguanté allí más tiempo, escarbé un poco con el pie, y deje la urna semienterrada. Me lleve la mano izquierda (la que no había usado para esparcir las cenias) a la boca, le di una especie de beso, y la apoyé sobre la tierra que la cubría. Me levanté, di la vuelta, y anduve en la misma dirección que aquellos dos. Giré la vista por última vez, dije: "Ahora sí, adiós amigo" y salté la valla, con la esperanza de volver a visitar ese lugar algún día.

    El aplauso se hizo aún más intenso, Valentino se montó en un Gallardo de color naranja, con una plaquita que rezaba LP550-2 y nosotros nos dirigimos al Golf. Antes de montarme, les hice un gesto de reverencia a los allí presentes, agradeciéndoles el enorme gesto que habían tenido con Giorgio, que seguro que estaba viéndonos igual de emocionado que nosotros.

    Era el momento de marcharse, arranqué (ahora me apetecía conducir a mí) y pusimos rumbo a casa. Detrás de nosotros, en primer plano, iba el italiano con su flamante Lamborghini (parecía que tenía uno para cada día), y detrás de éste, el resto de coches. Aquello sí que era un cortejo fúnebre, y no la típica funeraria con la viuda y el resto de familiares detrás de ésta llorando. Se marchó como vivió: con olor a gasolina y bujías por doquier. Unas curvas más tarde, nos encontramos con un chico grabando el paso de los coches. No veía el momento de llegar a casa y buscar el vídeo en Internet, sería épico. Miraba por el espejo retrovisor y veía a todos aquellos deportivos, con los faros encendidos y rodando a escasos centímetros del suelo. ¿A quién no podría gustarle aquello? Era extraordinario.

    Pero la vuelta acabó, y con ella, nuestra estancia en Nurburgring. Con la de cosas malas que me habían pasado allí, no veía el momento de volver. De hecho, no me había ido y ya echaba de menos aquel ambiente, aquel olor, aquella puesta de Sol.

    Un comisario de pista nos mandó fuera del circuito una vez terminamos. Eran las 8 de la tarde, el circuito se había cerrado. Ahora era yo el que trataba de saborear cada instante allí, quería memorizar cada imagen a la perfección para poder cerrar los ojos y viajar de nuevo allí cada vez que me sintiera mal. Ascendimos la pequeña rampa que había junto a la sede de BMW Motorsport, y miré hacia la izquierda, buscando el Pagani que, misteriosamente, había desaparecido. Mis ojos seguían recorriendo aquel lugar de lado a lado, no querían perder esas vistas nunca más. Me suplicaban un minuto más, y luego otro, y otro. Pero el tiempo se acababa, y era el momento de volver a Jaén. Cuando estaba ya pensando en cómo salir de allí y cuál sería la ruta más rápida, una visión fantasmagórica, como un espejismo, me hizo frenar en seco.

    Paco me gritaba: "¿Qué haces? ¡Vuelve aquí!". Pero yo ya estaba hechizado por aquella silueta, por aquellas curvas que un día fueron mías, que un día, formaron parte de mi vida. Un GT3 RS, idéntico al mío, con las mismas llantas, los mismos colores y el mismo interior, estaba aparcado en la puerta de un bar. Le pasé mi mano de delante a atrás, como lo hice cuando me lo encontré intacto en el hospital. Dibujé su forma con los brazos, mientras que un señor de unos 60 años me miraba desde el otro lado del cristal estupefacto, mientras se tomaba un café. Supuse que era el dueño, pero no me importó, al fin y al cabo, no lo estaba dañando, sólo admirándolo.

    Paco salió del GTI, me agarró y me llevo de vuelta. Estaba taponando la salida de los demás coches, y aunque parecían ser bastante pacientes, no tardaría demasiado en crearse el caos. Agarré el volante mientras que por el rabillo del ojo observaba "mi" 911. Le eché un último vistazo, y miré al frente. Nurburgring se había acabado, y con él, la diversión, la economía feliz y la sonrisa permanente. Era el momento de volver a una realidad aplastante, esa en la que no era nadie y no tenía nada; era el momento de volver a casa.

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    Continuará...

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    Última modificación: 20/11/12