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911, memorias de un futuro incierto (relato).

Tema en 'Foro general Porsche' comenzado por Carlosupercars, 11/10/12.

  1. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    11/10/12
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    Nuevo capítulo, espero que os guste. E insisto, no tengo tiempo de leerme toda la historia para ese fallo, si fuerais tan amables de decirme donde se encuentra, me haríais un gran favor. Gracias, un abrazo.
     
  2. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    Muy Grande Carlos!!!
    por cierto, cuando escribes:
    , ese AVALABAN la primera va con V:Thumb:
    y BIGA lo tienes en el capítulo 23, exáctamente donde dice:
    Si con el Google chrome entras en tu wordpress, pulsas Control y F y escribes la palabra que quieras te la busca en todo el texto:Thumb:

    Sigue así Carlos!:Popcorn:
     
    Última modificación por un moderador: 20/11/12
    A Ingouriarba13 le gusta esto.
  3. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Precioso capítulo, muy emotivo la despedida y el final saliendo todos juntos brutal.

    Tomate tu tiempo, pero esto es peor que las drogas, quiero mas, quiero mas.
     
  4. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    11/10/12
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    Ostras.... muchas gracias, no lo sabía. Un detallazo el tuyo, y un abrazo!! :[applause]
     
  5. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Joder, no sé qué ha pasado, que se me han borrado de golpe del capítulo 16 al capítulo 29, lo único que he podido hacer ha sido darle para atrás y copiar el texto sin más, sin fotos, ni formato ni nada de nada. Cuando tenga un rato, lo arreglaré, lo siento.
     
  6. SOULFLY

    SOULFLY Soloporsche Expert Engineer

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    Grandioso Carlos, una despedida de Giorgio como dios manda. Tengo que decir que la banda sonora hace que se te pongan los pelos de punta cuando estas leyendo y viviendo el momento alli mismo.

    Enhorabuena de nuevo, porque es un relato que no te cansa en una sola linea, te has salido con la despedida:[applause]:[applause].

    Un saludo
    Rober
     
  7. ATM

    ATM Soloporschista

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    25/9/11
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    Carlos, con este capitulo te has superado :idolo:
    Da gusto seguir leyendo y haces que nos quedemos con ganas de mas :Popcorn:

    Pd; La cancion me encanta, me la he puesto a la vez que leia la despedida de Giorgio y me he metido directamente en la historia, sonando en la radio de ese Golf esa cancion, mientras que Paco y Carlos repartian sus cenizas por todo Nordschelife :paraguas:


    Un saludo grande de otro compañero de estudio ingenieril y sufridor pero merecedor de ello :Thumb:
     
  8. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    :cool::drooling VENGA!!!
     
  9. 250 gto

    250 gto Usuario +

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    Bcn
    Este relato me afecta ...... ayer al pasar por el carroussel (en la play) me acorde del pobre Giorgio .....

    estoy muy, mal ya lo se.....
     
  10. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Joder, cuando te he leído la primera vez, no he visto lo de "en la play", estaba apunto de bombardearte a preguntas sobre el Ring... me alegro mucho de que te la hayas leído, es un placer, gracias!!
     
  11. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 33

    Dejamos atrás las enormes autobahn, dejamos atrás Luxemburgo, dejamos atrás Lyon y la Costa Azul. Cuando quisimos darnos cuenta, Nurburgring no era más que un mero recuerdo del que poco o nada quedaba ya, aunque hubiéramos dejado mucho allí. Volvía a ser un espejismo, un coloso inalcanzable a años luz de nuestras monótonas y aburridas vida. Nos turnábamos conduciendo, para no tener que pagar una habitación. Fui con un Porsche y la cartera llena, volvía sin nada.

    Pasando Narbonne, la aguja del combustible marcó la reserva. Aguantamos a pasar la frontera, pues en Francia la gasolina era bastante más cara, y paramos en una Shell de la provincia de Girona. Mientras que Paco llenaba el tanque, fui a mear a un baño que había detrás del establecimiento. Me encontré con un hombre sin camiseta, viejo, barrigudo y bastante deteriorado. Estaba enfrente del espejo del lavabo, con toda la cara llena de espuma de afeitar y con unas legañas que llegaban hasta el suelo. Supuse que era algún camionero que comenzaba su jornada de trabajo, al fin y al cabo, eran ya casi las 8 de la mañana. Me dirigí al retrete, solté como pude los dos litros de agua y el casi medio de Redbull que llevaba dentro y me fui a pagar la cuenta:

    - Lo del Golf negro, por favor - dije mientras le extendía la Visa y me preparaba para meter el código.
    - Muy bien - me dijo la chica que me atendió, que masticaba chicle a un ritmo trepidante, y miraba con gesto de asco a la cola que se le había formado. Estaba claro que la atención al cliente no era lo suyo...
    - Pongo el PIN, ¿No? - dije mientras tecleaba el poco seguro 1-2-3-4 que usaba para todas mis tarjetas, contraseñas y demás claves.

    Un pitido y una luz roja dieron la señal de que algo iba mal, muy mal.

    - Perdone, pero esta tarjeta está sin fondos... ¿No tiene otra? -seguía masticando indiferentemente ante mi cara de sofoco y lo embarazoso que resultó tener detrás a otras 10 personas.
    - No, no puede ser... pero si aún me tendrían que quedar por lo menos... - miré el calendario de mi reloj, eran las 8 de la mañana de un Lunes 28, día en el que me cobraban gas, agua, luz, internet y demás gastos - ¡Mierda! Espere un segundo, por favor.
    Salí a la calle, con todos las miradas clavadas en mí y con un nerviosismo que apenas me permitía articular palabra. Abrí el maletero y, busqué en un bolsillo de mi maleta la cartilla del banco, donde había guardado un par de billetes para los sitios donde no aceptaran tarjeta. Cogí un billete de los verdes y volví al interior, donde un hombre mayor recriminó mi tardanza y a punto estuvo de darme con el bastón por un par de minutos de espera. Le habían entrado casi 70 Euros al coche. Salí de allí con una sensación muy extraña en la boca del estómago, ya no recordaba lo que era tener serias complicaciones económicas; los buenos tiempos habían acabado, ya me veía durmiendo en la calle.

    El resto del viaje lo hice sin correr nada, rara vez pasaba de las 3000 revoluciones. Metí quinta, pasé al modo "eficiente" y aguantaba detrás de los camiones y autobuses todo lo que mi paciencia me permitía. El mero hecho de que me cortaran el aire era para mí como un fondo de pensiones.

    Estuve todo el trayecto dándole vueltas a la cabeza, haciendo números, pensando cómo podría administrar aquellos escasos 50 euros para que me duraran lo más posible. A base de macarrones con tomate, bueno, tomate no que era una "delicatessen", me podría alimentar durante casi dos meses, como hacía en mi época de estudiante. En Valencia cogió el coche Paco, y yo me dediqué a darle vueltas a aquel trozo de carbono que un día perteneció al alerón de mi GT3. Sólo el centro tenía ese brillo de la laca que le ponían para protegerlo. Las esquinas y todos los bordes estaban fracturados, se distinguían las diferentes capas del carbono, superpuestas, e incluso las fibras entrecruzadas de éste. Si lo cogía con demasiada fuerza, escuchaba un crujido que me invitaba a parar de hacerlo. Me prometí a mi mismo que, aunque durmiera debajo de un puente, conservaría ese cachito de "mi historia" conmigo; para recordar lo que un día fui, y contar a mis compañeros de lumbre mientras compartimos un cartón de vino, que una vez tuve un Porsche.

    Llegamos a Jaén ya anocheciendo, y con un dolor de riñones que no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Me quedé dormido, pero Paco me despertó a tiempo para ver el Castillo de Santa Catalina desde la distancia, con sus características luces naranjas ya encendidas y el Sol escondiéndose por el Oeste, tras La Mella desde nuestro punto de vista. Un cartel que rezaba "Jaén 8.5 km" puso fin a aquel sueño, a aquella visión ideal de un mundo caótico, rancio y caduco al que poco o nada le quedaba de aquella pasión que lo hizo crecer, que lo hizo desarrollarse. Paco apagó la radio, y comenzó a hablarme:


    - Bueno, nos pasamos por mi casa primero y me dejas allí, ¿Vale?
    - No hombre, nos pasamos por la mía, que tienes que recoger a Lucía y los niños... ¿O es que ya no te acuerdas? Además, ¿Qué pretendes? ¿Qué vaya andando de tu casa a la mía? - Paco puso cara de extrañado.
    - ¿Cómo? No señor, ahora el Golf es tuyo, ¿no querrás que me lo quede yo? ¡Te recuerdo que estás sin coche!
    - ¿Y? ¿Tú tienes para mantenerlo? Porque yo no...
    - Pues anda que yo... -dijo con cierta resignación.
    - Escucha... ¿Tiraste el cartel de "se vende"? Creo que nos va a hacer falta.
    - ¡Qué va! No lo tiré, lo guardé por si las moscas.
    - Pues... me parece que nos vamos a tener que despedir de nuestro compañero, ya vendrán tiempos mejores. Y si no, pues siempre nos quedará el recuerdo ¡Qué menos!
    - Jejeje, sí, ya ves. ¿Cómo nos vamos a olvidar de esas tardes de parranda con nuestras máquinas? -lo decíamos con cierto tono bromista, pero entre líneas, se podía leer una tristeza, que a ambos nos carcomía por dentro. Pero la reprimíamos con buen humor para autoengañarnos y, sobre todo, creyendo engañar al otro.
    -Y la pasta te la quedas tú, que yo no la necesito, con mis macarrones blancos seré feliz. Pero eso sí... a las barbacoas de mi casa traes tú la comida, ¿Eh?.


    La conversación fue interrumpida por un zumbido hipnótico proveniente de lo más profundo de la tierra, el coche comenzó a temblar y de repente... ¡Zas! Nos pasa el Pagani Zonda Cinque a toda velocidad por el carril izquierdo (no le vi la matrícula, pero supuse que era el mismo, pues ver dos Cinque distintos en 24 horas era razón más que de sobra para gastarme los 50 euros que me quedaban en boletos de lotería):


    - ¿Qué cojones? - dijo Paco - ¿Lo sigo?
    - Sí hombre, síguelo, dale al botón del turbo, que está detrás del volante.
    - Espera... que no lo encuentro - decía mientras que palpaba todo el volante en busca de un botón inexistente. No sabía muy bien si era por el cansancio o por las horas al volante, pero estaba un poco "espesito".
    - ¿Qué haces? - solté mientras lo miraba con cara de no creer lo que estaba viendo.
    - ¡Coño! Pues buscándolo. Dime dónde está que se nos escapa... - seguía en sus trece.
    - Pero qué inocente eres... ¿De verdad te crees que un puto GTI con 20 años tiene un botón "Turbo"? Se nota que te gusta "A Todo Gas"... madre mía.
    - Entonces, ni lo intento ¿No?
    - ¿Cómo lo vas a intentar? - decía mientras que no pude evitar troncharme de la risa - ¡Pero si ya ni se le ve! El cabrón debe de ir a unos 300, como lo cace un radar se le va a caer el pelo. ¿A dónde coño irá?
    - Ni idea, pero madre mía como están estos italianos de la cabeza.

    [​IMG]

    Busqué en la radio alguna emisora decente, y traté de olvidarme del coche. Al fin y al cabo, tendría que ir haciendome a la idea de que la época de la gasolina y los coche rápidos se había acabado. Era el momento de volver a los orígenes, a cuando no tenía nada y me imaginaba que llevaba un Ferrari 355 cuando en realidad iba sobre una bicicleta destartalada. Entramos en Jaén, atravesamos todo el centro (aquello seguía como siempre) y dejamos a la derecha el castillo y lo que se escondía detrás: El Neveral. Un escalofrío recorrió mi cansado cuerpo, y no pude evitar acordarme de ella. El incendio, las guardias interminables, la directora... todo se quedaba en nada al lado de lo sobrenatural de sus ojos verdes, de su melena falsa y de su sonrisa eterna. No me quedaba nada, pero seguía siendo un soñador entre cuerdos, y ella seguía siendo una esperanza entre la aplastante realidad. Tuve la tentación de pedirle a Paco que parara al pasar junto a la catedral, sabía que entre aquellas calles adoquinadas, se escondía su antigua casa, en la que seguro, podría encontrar alguna pista sobre su paradero. Pero me miré al espejo y, aunque de por sí no fuera precisamente una eminencia, mi excepcional estado me hacía aún más desagradable a la vista. Por si las moscas, preferí esperar a descansar un poco para acercarme por allí a recabar información, mejor dejarle un margen de horas, a que me viera con esa cara.

    Pronto salimos del estrecho y bullicioso centro y, tras un manto de edificios de hormigón (último resquicio de la burbuja inmobiliaria que tan intensamente afectó a mi ciudad), una cortina verde se abrió ante nosotros, y nos dirigía directamente al Pantano del Quiebrajano. Fue por eso mismo por lo que elegí esa ubicación para mi humilde morada, aquellas curvas, y aquel clorofílico color me recordaban en cierto modo a Nurburgring, era mi particular Infierno Verde, y mi circuito de pruebas durante años. Saboreé ese trayecto de forma diferente, sabiendo que podrían pasar años, e incluso décadas, para volver a pasar por allí en un coche mío.

    Pero en ese momento, vi casi peor la situación de Paco, era más mayor, y sus posibilidades de encontrar nuevo trabajo se limitaban a rebuscar chatarra o a introducirse en los negocios turbios que se movían por su barrio. Casi prefería lo segundo, pues eran cuatro bocas que alimentar y ningún dinero el que entraba en su casa.

    Tras unos contenedores de basura y el Citröen C5 de mi vecino, me reencontré con mi pequeño rincón en el mundo que, de momento, podía decir que era mío. Un buzón rebosante de cartas y las risas de María y Manuel al otro lado de la valla me recibieron. Llamé al timbre, y tras esperar unos segundos, Lucía nos abrió. Se fue directa para Paco, le dio un beso y lo continuó con un largo abrazo. Sus hijos salieron al instante e hicieron lo mismo, María lo agarró y éste la cogió en brazos. Manuel, por su parte, fue un poco menos expresivo, y tras ver que su padre no le hacía mucho caso (tenía un claro overbooking), vino hacia mí y, tras darle un par de besos, comenzó con las preguntas incómodas:

    - Ey, ¿Dónde está el Porsche? - me recordaba a mí con su edad, me costaba un poco memorizar los nombres de las personas, pero las asociaba al instante con sus coches.
    - Buff... está en el taller, es que tuvimos un golpecito.
    - ¿Pero se ha roto mucho? Yo quería una vuelta - dijo con un semblante serio y, algo sensible. Le dio más pena por el 911 que por la vuelta en sí.
    - No, ya verás, en dos semanas estará arreglado - rompí a llorar como un crío, y para que ellos no me vieran, me metí en la casa, y me quedé sentado en el césped, al otro lado de la pared de ladrillos, pudiendo aún escucharlos.

    Dejé de escuchar el monótono sonido de Lucía besando a Paco y, cómo ésta, comenzaba a hablar:

    - ¿Do, dónde está Jorge? - era incapaz de pronunciar Giorgio la pobre - ¿Viene en el otro coche verdad? ¡¿Verdad?!
    - No cariño, sólo hemos venido Carlos y yo... No quiero hablarlo delante de ellos.
    - ¡Oye! Venga para dentro ahora mismo, que tenemos que hablar de cosas de mayores.

    Los dos entraron mientras se daban empujones y se revolcaban por el césped. De hecho, ni siquiera se percataron de que yo estaba allí tirando, deshaciéndome en lágrimas, mientras observaba mi garaje vacío, y aquel elevador con ganas de sostener algo más que polvo. Mirándolo bien, seguro que podría sacarle algo, lo justo para pagar unas cuantas facturas. Pero ese no era el tema, Paco y Lucía continuaban hablando:
    - No pudimos hacer nada, ¡Iba como un loco! Nadie pudo pararlo...
    - Pe... pero ¿Y Carlos? ¿Y su casa? ¿Y su coche? ¿Sabes la cantidad de cartas que le están llegando del banco? - ahí dejé de llorar y comencé a escuchar con mayor atención lo que estaban hablando.
    - ¿Qué me estás contando? No creo que esté tan mal... - trató de tranquilizarla.
    - Le van a embargar la casa, si eso no es estar mal, que baje Dios y lo vea. Y a nosotros también. Paco, os lo habréis pasado muy bien, pero ese dinero nos habría venido de perlas, ¿Sabes?

    Un silencio errático, irrompible, se apoderó de la tarde-noche. Mi corazón comenzó a resonar en mis oídos, mi temperatura corporal subió; mis miedos, comenzaban a hacerse realidad. Todo el camino estuve dándole vueltas a esa posibilidad, pero nunca creí que llegaría tan pronto esa situación. Confiaba en tener tiempo para esperar un milagro o, simplemente, que mi suerte diera un giro de 180 grados. Pero no, cada vez estaba más hundido en la mierda, estaba en un pozo muy profundo, en el que ya apenas entraba la luz.

    Me levanté y me acerqué al garaje. Mientras observaba las fotos de la evolución del Golf, de todas las modificaciones que le hice, y de mis días de tandas con el GT3, Paco y Lucía entraron al jardín, ambos sin decir ni una palabra, y con aparente prisa. Arranqué la foto en la que se me veía junto a un señor con traje y corbata, entregándome las llaves de mi deportivo el día que subí a por él a Madrid. Hice una bola con ella y la tiré a una papelera con retales de cuero y trapos empapados en aceite de motor usado. Me sentía culpable de no haberle dado un trato digno: apenas lo disfruté un mes antes de que se quedara encerrado en aquel oscuro almacén casi 6 meses. Y luego lo maltraté durante una semana, terminando éste sus días chocando contra unos troncos centenarios a 200 kilómetros por hora. Acabé arrancando todas las fotos en las que salía él, ya fuera hechas por mí, o de recortes de revistas y periódicos que coleccioné cuando aún suspiraba por poseer uno. Me senté en una silla, con la mirada puesta en los corchos de la pared, en las herramientas, en las manchas del suelo, en aquel ambiente embaucador que de la noche a la mañana querían arrebatarme, y no sabía muy bien el por qué, pues en teoría, estaba libre de deudas.

    Salieron unos minutos más tarde; Paco arrastraba una enorme maleta, mientras que Lucía llevaba de la mano a sus hijos. Ya desde la puerta, Paco me gritó: "Mañana te traigo el coche, gracias. Hasta luego Carlos". No sabía muy bien qué le había dicho Lucía, pero parecía como si tratara de evitarme, como si no quisiera tener demasiado trato conmigo, a sabiendas de que yo lo había hecho disfrutar como nadie esa última semana, y sin pedirle absolutamente nada a cambio.

    Escuché como arrancaba, y se marchaba calle arriba con su particular sonido. Yo me quedé un rato más allí sentado, observando las agujas de mi reloj de la Ruta 66, intentando detener el tiempo, sin demasiado éxito. Tras una hora más con la mente en blanco, un gato de color negro irrumpió en el jardín, y me despertó de aquel estado de trance. Pensé: "Mierda, Paco se ha llevado mis cosas en el coche", me levanté con la excusa de buscar unas zapatillas cómodas, y entré en casa. Las paredes se me venían encima, su rompedor mutismo, su oscuro pasillo, servían de metáfora a mi situación en aquellos momentos.

    Busqué en la despensa algo para comer. Encontré una bolsa de patatas fritas que llevaban mes y medio caducadas, y cogí una Heineken caliente del mueble de la cocina. Encendí el televisor, y estuve toda la noche haciendo zapping entre la aburrida programación de un Lunes por la noche. A partir de las 12, entre películas de serie B, porno cutre y teletienda, me decanté por poner a la gran bruja Lola, y ver durante horas como absorbía las pensiones de cuatro abuelas trasnochadoras. Una bolsa de patatas, una cerveza caliente, y el mando de la tele. Esa sería mi rutina a partir de aquel momento, mi nueva vida, era un triunfador. Me quedé dormido casi a las cuatro de la mañana, y me sentí tentado a llamar a aquella señora para ver si sabía dónde había dejado las llaves de Giorgio, que desde luego, en los bolsillos de mi pantalón no estaban.

    La melodía polifónica de mi Nokia me despertó a eso de las 5 de la tarde del día siguiente. "Llamada entrante: Paco Jardinero":

    - Carlos, tienes que subir a ver esto, ¡Por Dios!.

    Saqué los 40 Euros que me quedaban en la cartera, llamé a un taxi, y recé para que me diera para pagar la carrera. No sabía muy bien qué quería, pero lo descubriría bien pronto...


    Continuará...
     
    Última modificación: 25/11/12
  12. Carlosupercars

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    Nuevo capítulo, espero que os guste, cualquier queja/sugerencia, me la decis que para eso estamos.
     
  13. joschelito

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    No nos dejes así Carlos!!!!:Popcorn: Me voy a quedar sin uñas de esperar al próximo capítulo, que será... ¿El martes? :[yahoo]
     
  14. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Un final para seguir enganchados...
     
  15. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    XD digo YO :drooling:Popcorn: VENGA!! :Thumb: :beer:
     
  16. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    Y el 34??? donde esta? arf, arf :D la verdad es que Carlos tiene mala racha, a ver si se le va arreglando la vida, aunque la verdad es que engancha más cuanto peor le va.
     
  17. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Seguro que habrá alegría para ambas partes.
     
  18. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 34



    El día se convirtió en noche, la nitidez en niebla, y el calor primaveral en un frío seco y pobre en oxígeno. Ya no recordaba lo traicionero que era aquel puerto. La subida a La Pandera (el pico más alto de la provincia de Jaén) siempre te tenía preparada alguna sorpresa. En mi etapa de ciclista, era muy típico subir con un Sol y calor asfixiante, y bajar con los dedos congelados y la lluvia congelada taladrándome los huesos. Al Toyota Prius se le hacía demasiado empinada aquella pendiente del 18 por ciento, su motor de combustión apenas conseguía avanzar a mas de 30 por hora. Aunque el taxista, tampoco tenía prisa:

    - ¿Y a qué sube usted por aquí a estas horas, alma de Dios? - preguntaba mientras me miraba de reojo por el espejo retrovisor, sin prestar demasiada atención a lo poco o nada que la niebla nos dejaba ver en el frente.
    - Aún no lo sé... me está esperando un amigo. ¿Por cuánto me va a salir la carrera, jefe? - traté de desviar la conversación a mi terreno, no sabía muy bien a qué subía allí, pero tampoco quería que nadie ajeno a nosotros supiera más de la cuenta.
    - Poco hombre, poco - dijo mientras que el taxímetro iba ya por los 65 euros, y subiendo - tenga en cuenta que llevamos casi 40 kilómetros.

    Seguimos el resto del trayecto hablando de banalidades varias. La niebla era cada vez más intensa. En la zona donde los árboles se acababan y comenzaba el secarral de matojos y roca caliza (la nieve desde Octubre hasta Mayo tenía la culpa), un fantasmagórico viento del Norte movía las antiguas señales con fuerza. Hacía años que no pasaba por allí, y no pude evitar sentir cierta nostalgia por la época en la que ya viejas glorias del ciclismo ascendían por allí a 200 pulsaciones por minuto; esa época en la que yo, un adolescente con granos y pocos amigos, trataba de emularlos con un bote de Aquarius y un par de chocolatinas para la vuelta.

    Respiré profundamente para aguantar las lágrimas, era increíble como la edad, en vez de coraje y valor, me había dotado con una dosis de prudencia y acomodamiento que me estaban llevando a gastarme lo que me quedaba de dinero en un taxi. Mi "yo" quinceañero, mi "yo" auténtico, no habría dudado ni un segundo en recorrer esos 40 kilómetros de subidas interminables a lomos de su flaca. Miraba el reloj que me regaló mi padre en la muñeca izquierda, y mi anillo "de compromiso" en la mano derecha. Tendría que darle alguna de esas dos cosas para que me dejara bajar del coche... y no sabía muy bien cuál. Conocía la carretera a la perfección, poco o nada quedaba para llegar arriba del todo, donde Paco me estaba esperando. Apenas tres kilómetros que se convirtieron en una encrucijada entre el cariño de alguien "sangre de tu sangre", y un amor platónico, imposible, que me mantenía a este lado del mundo.

    Con un remordimiento que me atacaría por las noches el resto de mi vida, eché mi mano derecha sobre la muñeca, y me quité el reloj. Una sombra pequeña y rechoncha surgió entre la densa niebla, y se aproximó a nosotros mientras que el taxi se paraba, pues una alambrada le impedía seguir avanzando por aquella carretera dejada de la mano de Dios. Me dispuse a entregárselo, junto a los 40 euros que llevaba en la cartera. Paco abrió la puerta del copiloto, y le preguntó al taxista:

    - ¿Qué se debe, maestro?
    - Pues 70 con 32. Pero si os tengo que bajar ahora, os hago precio.
    - No, no se preocupe que bajar ya bajamos nosotros. Tome - dijo mientras le entregaba cuatro billetes de los azules -, quédese con el cambio.
    - ¿Pero qué haces Paco? Deja eso coño - dije un poco alterado, aunque volví a agarrar el reloj con fuera, parecía que al final no tendría que dárselo.
    - Carlos, hazme caso, no nos va a hacer falta - puse cara de sorpresa, no sabía muy bien qué quería decir, pero no estaba dispuesto a tardar mucho más en averiguarlo.

    El Prius dio la vuelta, y desapareció en la niebla silenciosamente, con su motor eléctrico otra vez funcionando. Por delante le esperaban unos cuantos kilómetros de energía cinética y potencial para recargar baterías. Y ante nosotros, se extendía aquella barrera de alambre que escondía tras de sí una base militar abandonada, en la que muchos decían haber visto cosas extrañas (yo entre ellos). Sabía que quedaba un buen trecho hasta la zona de los edificios y la antena, pero echamos a andar y, charlando, el trayecto se hizo bastante ameno:


    - Tío, ¿Para qué narices me has hecho venir hasta aquí? - dije tratando de resolver aquel enigma.
    - Carlos, estoy acojonado, esto se nos va a hacer muy grande - en sus ojos se veía cierto miedo, pero brillaban de una forma diferente, como si hubiera algo que le ilusionara.
    - ¿A qué te refieres? - ambos comenzamos a respirar con mayor dificultad, la carretera se hacía de nuevo más empinada, y teníamos que apoyar nuestras manos en las rodillas para seguir avanzando.
    - Ya lo verás por ti mismo.
    - ¡Joder, Paco! Basta ya de tanto misterio ¿Que a qué coño hemos venido? - después de estar a punto de entregar el reloj de mi padre para llegar hasta allí, no estaba para muchas tonterías.
    - La paciencia es la madre de todas las ciencias... ¿Acaso no notas que te falta algo? - comenzamos a esquivar los montones de nieve que se resistían a derretirse ya casi en Mayo.
    - Sí, me falta un coche, un sueldo, ahorros, comida en la despensa... ¿Por?
    - No, recuerda, ¿Seguro que no te falta algo más? - Paco era bastante cómico cuando trataba de hacerse el interesante.
    - ¡Ay! Yo que sé... ¿Qué? ¿Qué más me falta?
    - A ver... haz un poco de memoria. Sábado por la tarde, está anocheciendo en Nurburgring, y ambos estamos encima del capó del Golf observando el circuito vacío, asumiendo que nuestro viejo se ha ido...
    - ¡Mierda! Es verdad. Las putas llaves, ¿Dónde cojones las habré metido?


    Paco se echó la mano al bolsillo, y sacó aquella llave de éste, enganchadas a ese llavero tan peculiar:


    - Vigila a quién vas dejando tu herencia, que para algo que tienes, lo vas a perder también.
    - Pues llevas razón, la casa esa roñosa no la va a querer ni Dios, pero bueno. Por lo menos el llavero es de Plata, ¿Verdad?
    - Sí, es de plata - comenzó a observarlo a apenas unos centímetros de sus ojos, estaba claro que él no distinguía la Plata de un plato de cocido.
    - Lo empeñaré. Seguro que me dan algo por él.
    - Pero, ¿Qué dices? ¿Tú sabes lo que lleva inscrito aquí? - dijo señalando a las coordenadas que ya leí en su momento.
    - Sí, es muy original el tío. En vez de ponerme la dirección de su casa (o lo que queda de ella), me pone sus coordenadas, un genio vamos - notesé el tono irónico.
    - Carlos, deja de dar cosas por hecho. O esto sólo será una pequeña sorpresa para los palos que te vas a llevar en la vida... ¡Detente un segundo!


    Puso su brazo por delante de mi pecho, y ambos nos quedamos parados ante aquel enorme edificio, abandonado y solitario, en mitad de ninguna parte. Era oscuro, y el musgo comenzaba a crecer a través de sus paredes. Apenas alcanzaba a ver el último piso, la niebla era mucho más densa; el día se había convertido prácticamente en noche. Me miró a los ojos, y dijo: "Carlos, estamos a 37 Grados, 37 Minutos, 53 Segundo Norte, 3 Grados 46 Minutos y 29 Segundos Oeste". Le arranqué la llave de la mano, y leí las coordenadas del llavero. Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. El pánico escénico pedía que corriera a perderme entre la niebla. ¿Qué me había ocultado el italiano? ¿Por qué tenía las llaves de aquel tétrico lugar? Nunca me había dado buena espina ese edificio y, ahora, al menos en teoría, era mío:


    - ¿Y para qué coño quería esto Giorgio? Buff... menuda faena, a ver quién es el chulo que lo vende.
    - No hables antes de tiempo, si te he hecho subir hasta aquí, no ha sido para darte un disgusto precisamente. Y da gracias a que me dio por mirar las coordenadas, que sino, a saber lo que podría haber pasado con lo que hay aquí.
    - ¿Qué hay aquí? ¿Eh? Me estas asustando, Paco.


    Me mantuvo la mirada un par de segundos. Luego, se acercó al edificio y lo rodeó, mientras que yo lo seguía a unos pasos de distancia. El Golf estaba aparcado en un lateral, y a su izquierda, había una gran puerta metálica (la típica de los garajes). Estaba bastante nueva para lo deteriorado que estaba el resto de aquel coloso de piedra y hormigón, con todas las entradas tapiadas, a excepción ésta. Paco giró la cabeza por última vez, y observó a aquella mastodóntica antena que daba cobertura a toda la comarca. Introdujo la llave en la ranura, la giró, y subió el portón a modo de persiana. En ese momento, en ese instante, el mundo se paró. Mi corazón no sabía si dejar de latir, y mis manos volvían a pellizcarme nerviosamente, tratando de despertarme, con la diferencia de que aquella vez, era yo el que no quería salir de ese sueño.

    Cuando la puerta llegó arriba del todo, chocó violentamente contra el techo, y una cortina de polvo se dejo caer hasta el suelo. Cuando mis ojos se adaptaron a la oscuridad del interior y retiré con las manos las partículas que me entraron en éstos, la imagen que llegó a mis retinas me hizo dudar sobre la existencia. Un fino hilo musical acompañaba en el interior de esa nave, creo recordar que era Pavarotti. Aquella silueta, agresiva, desafiante, y a ras del suelo, me produjo taquicardias. Y cuál fue mi sorpresa cuando me percaté de que no estaba sola, sino que andaba acompañada de unos cuantos amigos más. Muchas cuestiones, muchas preguntas fueron resueltas en un momento. Pasé de sentirme confundido, a sentirme sabio; y cuando Paco me hizo entrega de las llaves, me sentí Dios.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=TOfC9LfR3PI&feature=colike"]Nessun Dorma (Pavarotti, NY 1980) - YouTube[/ame]


    Con miedo, me atreví a cruzar la pared imaginaria que delimitaba el exterior con aquella colección, a la altura del más exigente fetichista del motor. La trasera del Zonda nos dio la bienvenida a una nave repleta de leyendas; algunas cubiertas por un manto de polvo, como era el caso de unos cuantos clásicos de Le Mans y el Grupo B que podía ver al fondo, y otras por terciopelo que disimulaba su verdadera identidad. Pero aún con esas fundas por encima, podía distinguir cualquiera de los modelos que se escondían debajo. Esas curvas, esas líneas, esos vértices, hacían que incluso borracho, con un ojo tuerto y unas gafas de culo de vaso puestas, pudiera distinguirlos.

    Eran dioses que habían descendido desde el Olimpo para que los humanos pudiéramos admirarlos. Eran dignos de cualquier museo, de cualquier mansión y de cualquier trazado mítico. Sin embargo, ahí estaban, a dos mil metros de altura, sin nadie en treinta kilómetros a la redonda, y con sólo una fina tela para protegerse de aquel frío, se les veía tan "humanos":

    - ¿Los destapo? - preguntó Paco.
    - No, espera. Por favor, espera - dije fatigado.


    Me temblaban las piernas, no podía hablar, y apenas andar. Avancé lentamente, con miedo a que aquel desafiante Pagani saltara hacia mí en cualquier momento. Él comenzó a hablar de nuevo:


    - Que cayado se lo tenía el muy cabrón. Parece que la suerte vuelve a estar de tu lado... ¿Eh?
    - ¿Alguien más sabe esto?
    - ¿Bromeas? No, nadie sabe absolutamente nada. He llegado hará cuestión de una hora, he visto el "tinglao", y te he llamado inmediatamente. No he querido tocar ninguna cosa hasta que tú llegaras.
    - Has hecho bien, y espero que no digas nada, al menos de momento. Este sitio no es seguro para ellos, al menos no lo será si alguien sabe lo que se encuentran aquí. Llevabas razón, esto se me va a hacer muy grande. ¿Cuántos hay? ¿60? ¿70? Madre mía... vamos a tener que deshacernos de alguno si queremos mantenerlos durante algún tiempo. -dejé de hablar, junto a lo que parecía un Porsche, vi un corcho en la pared con multitud de fotos y, bajo éste, una mesa de hierro, como las que tienen en los talleres.

    Me acerqué inmediatamente, quería saber de qué iba todo aquello. Aún no tenía ningún dato real sobre Giorgio, lo mismo era un traficante, o un ladrón de coches, y aquella era su guarida secreta... igual nos habíamos metido en un lío. Dejé de montarme películas, y comencé a observar las fotos, algo que me costó, sabiendo las bestias que tenía a mi espalda. Algunas fotos eran muy antiguas, estaban en blanco y negro, y apenas tenían la nitidez suficiente para distinguir la forma de algún coche. Otras, sin embargo, parecían ser mucho más recientes, tenían una calidad increíble y estaban incluso retocadas. Parecían estar ordenadas cronológicamente, así que no tardé en seguirlas de arriba a abajo; quizá alguien quería contarme una historia a través de esas imágenes.

    Me costó mucho distinguir algo en la primera foto, pero pude reconocer a un niño montado sobre un coche a pedales fabricado "artesanal". Ni que decir tiene que estaba en blanco y negro y que por las vestiduras del crío, eran muy antiguas. Continuaba con otra foto, también en blanco y negro, en la que se veía a dos muchachos (les eché unos 16 o 17 años) en la puerta de una especie de industria, con un par de palas sobre el hombro y toda la cara manchada de carbón. Sin embargo, los ojos del del de la derecha me resultaban familiares; sostenía un pitillo en la boca y tenía una sonrisa de oreja a oreja, algo que me extrañó para su aparentemente complicada situación. Las fotos iban pasando, y con ella, la calidad de las mismas y la edad de ese chaval. En la cuarta o quinta foto, aquel adolescente se había transformado ya en todo un hombre, y posaba algo más serio y con un traje reluciente junto a un yate en el puerto de Livorno. Y en la séptima foto, fue cuando me di cuenta de que ese hombre no era otro que el gran Giorgio. Me había engañado en muchas cosas, pero no pudo ocultarme aquella personalidad salvaje y eternamente joven que mostraba foto tras foto. Ahí estaba el tío, con unos 40 y tantos, bastante más pelo en la cabeza que cuando yo lo conocí, al lado de un Ford GT 40 en la recta de Nurburgring. Era la última foto en blanco y negro que había, pero no cabía lugar a dudas, ese era él.

    ¿Y el resto? Pues fotos y fotos junto a coches de ensueño, lugares de ensueño (Mónaco, Niza, París, Dubai, Singapur... había visto mundo el "viejo") y mujeres de ensueño; bueno, eso no. En la tercera foto aparecía con una chica rubia que llevaba un vestido blanco, momento en en que él aún no tenía nada. Sin embargo, las fotos iban pasando, pero ella seguía a su lado. Ambos más viejos, más arrugados y más deteriorados, pero juntos. Parecía ser que estuvieron unidos hasta que Giorgio llegó a Jaén. Al menos en eso no me había engañado el italiano...

    Terminé de ver las fotos, con una emoción que nunca antes había sentido, ni siquiera cuando llegué a Nurburgring. Aún no tenía claro quién había sido ese hombre, pero de lo que no tenía dudas, es de que yo había compartido esos últimos meses con un grande. El final de su etapa, lo había vivido a mi lado. En más de una ocasión, me ofendió que él no me contara la verdad, pero ahora, con el desarrollo de los acontecimientos delante de mis ojos, no pude sentirme más que un privilegiado por haber vivido todo aquello junto a ese hombre. Los millones de euros que había allí encerrados, no valían nada al lado del valor de aquella persona, y de la amistad que había forjado con él.

    Paco se puso a mi lado, y comenzó a llorar como una magdalena al ver aquellas fotos; al parecer, él tampoco las había visto. Lo vi especialmente afectado al descubrir que se había mantenido al lado de la misma mujer toda la vida. Yo también me derrumbé, al recordar a Cristina y su desconocido paradero. Sólo tenía una cosa clara, y era que a partir de ese momento, todo mi tiempo, esfuerzo y salud, lo invertiría en ella. Mis problemas financieros se habían acabado, pero no había dinero en el mundo que compensara su ausencia. Todos mis miedos, toda la incertidumbre acerca de mi futuro, bueno, de nuestro futuro, habían desaparecido. Mi espalda y mis riñones se quitaron un gran peso de encima. Sólo pude hacer una cosa: puse mi mano sobre la última foto en la que se veía a Giorgio (era de ese mismo Sábado, aún no sabía cómo demonios había llegado hasta allí), miré al techo, respiré profundo, y grité: "Gracias, amigo".

    Y fue al bajar la vista, y fijarla sobre aquella desgastada mesa, cuando me encontré con una última sorpresa: había un sobre blanco con una pequeña nota en su interior. No tenía remitente ni destinatario, lo único que tenía era un enorme "Para Carlos" escrito a Pluma en el reverso. Un enorme nudo se me formó en la garganta, volví a respirar profundo y, con un fuerte garraspeo, conseguí tragármelo. Cogí fuerzas para sacar aquella nota de su interior, la desdoblé y tomé el aliento una última vez, antes de comenzar a leerla:

    Nurburgring, 25 de Abril del 2014​

    "Querido Carlos,

    Si estás leyendo, es que ya estoy muerto. Al final de mi vida, puedo hacer un análisis bastante exhaustivo de la misma, y lo único que pensarás al final, es que ha sido demasiada corta.

    Te preguntarás quién soy, te preguntarás porque te elegí a ti, o porqué pasé mis últimos momentos alejados de mi mundo y de mi gente. Pero no estoy aquí para hablar de mí, sino para hablar de ti. Aún recuerdo la primera vez que te vi, asomado junto a Paco por aquella ventana, intentando averiguar quién sería tu nuevo paciente. Podría haber llamado a mi chófer en ese mismo momento, y desaparecer de allí rumbo a una clínica privada. Pero decidí quedarme allí un poco más, simplemente para ver qué tipo de personas erais. Todo lo que ha pasado después, lo recuerdas mejor que yo y mi deteriorada memoria. Pasé de ser un terminal, a decidir cuando quería morir. No tenías la obligación de sacarme de allí, no tenías la obligación de dejarme tu precioso GT3, no tenías la obligación ni de revisarme los análisis. Sin embargo, le diste alas a éste enfermo moribundo, e incluso sacrificaste tu vida para alargar sensiblemente la mía.

    Fue entonces cuando supe que eras la persona indicada. Pasaba día y noche observándote, allí postrado, con esas quemaduras y esas heridas que te tuvieron pendiendo de un hilo durante meses. Sabía que lo cosa iría para largo, y que a mí no me quedaba mucho. Pero mi conciencia no me hubiera permitido morir en paz de haberte dejado en ese sitio sólo. Y sin embargo, ahora miro por la ventana, y veo tu 911 aparcado a unos metros de nuestra Meca, de ese lugar al que he vuelto una y otra vez estos últimos 40 años.

    Podría haber sacado mi Visa Oro en cualquier momento, y habría llegado aquí por mis propios medios en un visto y no visto. Sin embargo, he presenciado un milagro: has compartido conmigo tu coche, tu salud y, ahora, lo poco que aún te queda. Ahora es el momento de saldar cuentas, y de que te pague a ti con la misma moneda. Cuando estabas en coma, sólo te movías unos segundo al día, y era justo cuando escuchabas el sonido de un motor en la tele; lo llevas en la sangre, no hay otra explicación para ello.

    Las llaves, y este lugar, no son más que algo simbólico. Te dejo todo cuanto tengo, podría haberlo repartido con otras personas a las que también les hace falta, pero sé que eso, lo harás tú por mí. Esperé 6 meses para compartir contigo esto que estamos viviendo, y que mañana viviremos aún con más plenitud. Lo que no sabes es que pasado mañana ya no estaré aquí, todo está planeado, y espero no causarte más problemas, que bastante has tenido ya.

    No puedo decirte mucho más, sólo agradecerte este tiempo que he hemos vivido juntos. Me voy de este mundo sabiendo que tengo un par de amigos más con los que compartir lo que sea que haya después de la vida. Y también me llevo de aquí el recuerdo de tu coche, y estas curvas. En ningún Enzo, Veyron o Pagani he sentido lo que sentí al conducir tu 911. No tenía entre manos un mero automóvil, lo que estaba manejando era un proyecto de vida, 30 años de ilusiones que, estoy seguro, conservarás para los restos. Cuida de mis niños como yo cuidé del tuyo, y recuerda que, la vida no se acaba ahí.

    No esperes a tener 70 años, y cuatro pelos en la cabeza, para darte cuenta que no todo es el dinero y los bienes materiales. De eso ya no tendrás que preocuparte más, date un respiro y preocúpate por lo que ambos sabemos. Lucha por ella como luchaste contra aquel 991 en el Passo de Stelvio, lucha como cuando llevábamos a Valentino a medio metro de nosotros. Y recuerda, que en esta vida, no se es más feliz cuanto más se tiene, sino cuanto más se comparte. Me lo ofreciste todo, y ahora llega el momento de que seas tú el que disfrute. Pero recuerda, no la dejes para luego, RECUPÉRALA.

    Volar a ras del suelo te mantendrá vivo,
    Giorgio.

    Pd. Mira en el cajón."




    Así que era verdad: todo aquello, ahora era mío. Me sentí muy aliviado al saber que lo de mi coche no lo hizo a propósito, y que lo valoraba tanto o más que yo. Le hice caso a lo último que ponía en la carta, y abrí el único cajón que tenía la pesada mesa. No pude evitar dar un grito de júbilo al ver cerca de un centenar de llaves allí metidas. "Coge la que quieras socio, esto hay que celebrarlo" le dije a Paco. "No, no, de eso nada, yo me bajo en mi Golfete y que le den a este montón de chatarra" me contestó para mi sorpresa. Era otro romántico, como yo. Preferíamos nuestros coches a todo aquel montón de caballos y tecnología. Saqué el trozo de carbono que tenía en el bolsillo, y no pude evitar acordarme de mi 911. Pero los tiempos de lágrimas, de pasarlo mal, y de vivir de la nostalgia, se habían acabado. Estaba viviendo un sueño, y sólo me quedaba un pequeño detalle para sentirme pleno, y eso lo solventaría en cuanto pudiera.

    Miré a mi alrededor, y allí seguían todos aquellos monstruos devoradores de asfalto esperando una oportunidad. Mas la mayoría, estaban muy lejos de la salida. Cerca de ésta sólo estaban el Zonda y un par se siluetas que conocía más que de sobra. Sonreí al ver que debajo de una de las fundas se encontraba un 911, no sabía muy bien de qué modelo se trataba, pero estaba cansado de emociones por ese día y sólo quería salir de allí para hablarlo con la almohada. "Paco, ¿Por qué no dejamos para mañana lo de destaparlos y todo eso? Es que estamos ya un poco cansados, y a estos hay que tratarlos con mimo, con cariño, como si de regalos de cumpleaños y Navidad se trataran" le dije buscando alguna excusa. "No puedo estar más de acuerdo contigo, ¡Arreando!" dijo él entre bostezos.

    Busqué en aquel cajón alguna llave con el emblema de la marca de Sttutgart. Me encontré con nada más y nada menos que cuatro llaves, pero una pertenecía a un modelo demasiado antiguo, otra a uno demasiado radical, y otra a uno demasiado "exclusivo". Por descarte me quedé con las llaves mas "terrenales" y comencé a destapar a aquella maravilla con mucha suavidad, como si estuviera desnudando a una mujer.

    Por sus faros, intuí que se trataba de un 997, y al destaparlo por completo, comprobé que se trataba de nada más y nada menos que un GTS. El Coupé me cortó la respiración, y sabía que aquello era sólo el principio. Evitaba mirar hacia el resto de coches, porque me ponía malo sólo de recordar sus cifras. Paco me esperaba tras la puerta. Me metí en aquel interior tan aristocrático, que poco o nada tenía que ver con mi ya desaparecido GT3. Introduje la llave y, al girarla, aquel ronroneo en bajas me recordó que llevaba un corazón muy similar al de éste. Una cámara trasera, y multitud de sensores de aparcamiento, me facilitaron el salir de allí "de culo", sin rallar el coche ni joderle algo al Pagani descansaba a su izquierda. Paco me indicaba desde fuera con la mano, cual gorrilla esperando su propina. En su vida no había hueco para sensores, cámaras ni lujos varios fuera del alcance del padre de familia medio. Pero eso iba a cambiar pronto, él sería el primero en notar los cambios, se lo merecía como el que más.

    [​IMG]

    Al salir afuera, me sorprendí al ver que ya se nos había hecho de noche, y que la densa niebla había dejado paso a la cúpula estrellada en su estado más puro e intenso, alejada de la contaminación lumínica y del mundanal ruido. Si de día aquello daba miedo, de noche aún más, pero a bordo de un gran turismo de esas características, se llevaba de otra forma. Paco bajó el portón, le dio dos o tres vueltas a la llave, y le asestó un par de golpes con la pierna, cerciorándose de que estaba cerrada a cal y canto. Se montó en su, ahora sí, Golf, y le dejé que pasara delante.

    Apenas recorrimos 200 metros (no había tenido aún la oportunidad de buscarle las cosquillas al 997 en las curvas), cuando el teléfono del coche comenzó a sonar. La pantalla central, me indicaba la llamada entrante de un número oculto. Con cierto recelo hacia quién estaba al otro lado de la línea, descolgué el teléfono con ayuda de uno de los muchos botones del volante:


    - Dígame.
    - ¿Carlos Ávalos?
    - Sí, soy yo. Dígame.
    - Soy Paolo Lombardo, ¿Me recuerda?


    Continuará...

    http://911memoriasdeunfuturoincierto.wordpress.com/
     
  19. Carlosupercars

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    Pues nada, nuevo capítulo, espero que os guste, y cualquier fallo/queja/sugerencia, por aquí estaré. Gracias,un abrazo.
     
  20. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    No hay mejor forma de distraerme en una clase de dibujo técnico que con esta pedazo de historia!! Brutal Carlos, mi más sincera enhorabuena. :conduciendo:
    Por cierto, "Cayado" es con LL, callado :)